viernes, 31 de octubre de 2014

Navegaciones
 Día de los Vivos
Pedro Miguel
Foto
M
uerte, serena muerte: recibe a los irremediables con suavidad y ternura porque están urgidos de afecto. Han pasado por cosas muy duras y se merecen el descanso, el calor del seno terrestre, la ligereza de la atmósfera, la tibieza del recuerdo. Guárdate en tus aposentos sombríos y sé buena anfitriona con los que llegan a tu casa porque no tienen otro sitio al cual acudir. Asegúrate de que la nada que los envuelve les resulte cuando menos indolora y tal vez apacible.
Deja que te quitemos por unos días algunos de los nombres, algunos de los rostros que forman tu rebaño desmesurado: los pocos que se salvan del olvido. Queremos tenerlos con nosotros, platicar con ellos, homenajearlos y brindarles agua y café. Sabemos que algo, algo situado acaso en nuestro interior y no muy bien definible, sentirá gratitud con ese gesto, por más que las bebidas no lleguen a sus quijadas rígidas y a sus gargantas silenciosas. Si quieres verlo así, permítenos un margen para la fantasía y la ilusión. Pero no te entrometas ni reclames soberanía sobre esos pobres invitados de ocasión a nuestras mesas tristes y coloridas. Abstente por un tiempo de tocar con tu mano inmunda y descarnada sus fotos entrañables, sus brazos idos, sus párpados abiertos por estas solas noches frías. No traspases las líneas dibujadas con pétalos en donde los tenemos como asilados temporales. Ya te los devolveremos, porque es inevitable, cuando se marchite el cempasúchil. Hoy son nuestros, los proclamamos nuestros, porque queremos festejar la vida: la vida que tenemos y la de los que la tuvieron.
Muerte, fétida muerte: ándate por unos días a visitar a los calculadores y a los exaltados que te adoran y que te invocan como parte de su rutina diaria: los que no tuvieron piedad, los que te incluyeron en el programa y la estrategia, los que cuentan contigo para acrecentar sus fortunas, los que te administran lentamente en la pobreza de los otros, los que te inoculan de forma rápida con órdenes atroces y criminales, los que no se conduelen y siguen adelante, los que no escuchan y no entienden el sufrimiento ajeno.
Pinta con pintura negra sus casas, ensúciales sus despachos impolutos, lleva a su mesa y a su almohada los restos que dejaron regados, míralos fijamente desde las fosas sin ojos de los que asesinaron. Convierte sus lágrimas hipócritas en vidrios afilados, congélales en la boca el discurso de piedad mentirosa, enciérrate con ellos por mucho tiempo en sus negocios subterráneos, sus salas de exterminio y sus cuartos de tortura. Convierte en polvo sus tasas de interés, baila sobre los huesos de sus altos cargos, Transforma en ataúdes sus automóviles blindados y sus aviones ejecutivos, vuelve mortajas sus prendas de diseño exclusivo, neutraliza con tu aliento el hedor de sus perfumes. Sé justiciera por primera vez en tu inexistencia.
Muerte, sórdida muerte: danos una pequeña tregua. Evítanos el estruendo de las balaceras, el dolor de los lamentos, el chirriar de las llantas antes del accidente, el estertor en el quirófano. Danos una pequeña tregua porque No captures al niño ni al joven, al que aún tiene mucho por dar y por recibir, al que está anclado a la vida simple, al que sueña con el futuro, al que no ha podido conocer el sabor de ciertas frutas, al que da de comer a sus prójimos, al que extrae figuras de la nada, al que transforma el aire en música, al que combina los colores, al que es una figura necesaria en el barrio, al que no tiene más bienes que la vida.
Muerte, desgraciada muerte: muévete unos pasos hacia atrás y abandona esa región ambigua de la ausencia y de la incertidumbre y permite que salgan de ella quienes han sido separados a la fuerza de su vida, de sus horarios, de sus habitaciones, de sus caminos cotidianos. No termines de hundirlos en la nada. No pretendas hacer tuyo lo que se balancea en la duda. No abuses de tu dominio en los territorios de la sombra. Que no se exceda tu ambición de coleccionar nombres. No des un paso más que podrías romper sus delicadas columnas vertebrales. Permite que regresen intactos y con bien de la desaparición: con sus extremidades completas y sus dientes enteros y sus sentidos funcionando, con su dedicación y su amor intactos, con sus carcajadas de adolesentes pobres. No nos los arrebates. Vivos se los llevaron y vivos los queremos.
Muerte, déjanos sembrar y leer y cantar y enojarnos y construir muros y después derribarlos y reproducirnos con amor y calma y embriagarnos y deshacernos de ternura por una nota musical, por una silueta apenas esbozada o por cualquier estupidez, y defender con uñas y dientes nuestra intrascendencia. Te exigimos respeto desde la soberanía de nuestros organismos, desde nuestra niñez efímera, nuestra madurez breve, nuestra fugaz ancianidad. No te aparezcas a mansalva y traición en un recodo del camino; permite que lleguemos cuando menos al poblado próximo y espéranos allí, sentada en la plaza o donde quieras. Puedes estar segura de que no vamos a dejarte plantada.
Ya nos has hecho mucho daño. Tu gula de rostros apagados es insaciable y ya nos has quitado padres, madres, hijos y tíos por montones. Hoy queremos estar con ellos y sin ti; charlar sin que nos escuches; deliberar sobre asuntos que no te incumben; amarnos como tú no sabes ni sabrás nunca; vivir la vida dulce, la puta vida amarga.
Muerte, déjanos en paz.
Twitter: @Navegaciones


La masacre como forma de dominación
Raúl Zibechi
M
ientras sostenía el Premio Tata Vasco 2014, entregado por la Universidad Iberoamericana en Puebla a Fudem (Fuer­zas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México), uno de los pocos varones del grupo de 25 familiares que acudieron al acto gritó: Esto es una guerra. El dolor inimaginable de los familiares los fuerza a mirar de frente y sin vueltas la realidad que sufren.
En efecto, hay una guerra contra los pueblos. Una guerra colonial para apropiarse de los bienes comunes, lo que supone la aniquilación de aquellas porciones de la humanidad que obstaculizan el robo de esos bienes, ya sea porque viven encima de ellos, porque se resisten al despojo o, simplemente, porque sobran, en el más crudo sentido de que son innecesarios para la acumulación de riqueza.
Una guerra colonial, además, por el tipo de violencia que utiliza. No sólo se asesina. Se decapita y se desmiembra para regar las partes a la vista de la población, como escarmiento y advertencia. Para infundir miedo. Para paralizar, impedir cualquier reacción, en particular las acciones colectivas.
No se trata de una tecnología novedosa. Fue utilizada por la Corona española para aniquilar las luchas indígenas. Allí la aprendieron los nuevos colonizadores. Túpac Amaru fue descuartizado vivo delante de la multitud reunida en la plaza de armas de Cusco.
Amaru fue obligado a presenciar la tortura y asesinato de sus dos hijos mayores y de su esposa, además de otros familiares y amigos. Antes de morir fueron torturados, les cortaron la lengua, todo un símbolo de lo que realmente molestaba a los conquistadores. El hijo menor, de sólo 10 años, fue obligado a presenciar la tortura y muerte de toda la familia, para ser luego desterrado a África.
La cabeza de Amaru fue colocada en una lanza exhibida en Cusco y después en Tinta, sus brazos y piernas fueron enviados a ciudades y pueblos para escarmiento de sus seguidores. Túpac Katari y sus seguidores sufrieron más o menos los mismos tormentos y sus restos fueron también esparcidos por los territorios de lo que hoy es Bolivia. No es nueva la crueldad de los nuevos conquistadores. Antes se trataba de apoderarse del oro y la plata; ahora es la minería a cielo abierto, los monocultivos y las hidroeléctricas. Pero en el fondo, se trata de mantener a los de abajo en silencio, sometidos y quietos.
La masacre es la genealogía que diferencia nuestra historia de la europea. Aquí las formas de disciplinamiento no fueron ni el panóptico ni el satanic mill, la fábrica del diablo de la Revolución Industrial y la explotación capitalista, retratada por el poeta William Blake y analizada con rigor por Karl Polanyi. El cercamiento de campos a partir del siglo XVI en Inglaterra, una revolución de los ricos contra los pobres, es analizada como el quebrantamiento de los viejos derechos y costumbres por los señores y nobles, “utilizando en ocasiones la violencia y casi siempre las presiones y la intimidación” (La gran transformaciónLa Piqueta, p. 71, subrayado mío).
Aquí la violencia fue, y es, la norma, el modo de eliminar a los rebeldes (como en Santa María de Iquique, Chile, en 1907, cuando fueron masacrados 3 mil 600 mineros en huelga). Es el modo de advertir a los de debajo de que no deben moverse del lugar asignado. Aquí hemos tenido, y tenemos, esclavitud; nada que se parezca al trabajador libre que promovió el desarrollo del capitalismo europeo al robarles las tierras a los campesinos.
Nótese que en las guerras de independencia entre criollos y españoles, los insurgentes apresados por los realistas no fueron torturados. Miguel Hidalgo y José María Morelos, por mencionar destacados rebeldes criollos, fueron juzgados y luego fusilados como se hacía en la época con los prisioneros de guerra. Sólo el color de piel explica el diferente trato que tuvieron Túpac Katari y Túpac Amaru, como todos los indios, negros y mestizos de nuestra América.
No es historia. En el Brasil democrático, la organización Madres de Mayo contabiliza, entre 1990 y 2012, 25 masacres, todas de negros y pardos, como la que dio origen a su militancia: en mayo de 2006, en el contexto de la represión al Primer Comando de la Capital de Sao Paulo(narcos organizados desde las cárceles), fueron asesinados 498 jóvenes pobres, varones de 15 a 25 años, entre las 10 de la noche y las 3 de la madrugada por la policía.
El narco es la excusa. Pero elnarco no existe. Son los negocios que forman parte de los modos de acumular/robar de la clase dominante. No estamos ante excesos policiales esporádicos, sino ante un modelo de dominación que hace de la masacre el modo de atemorizar a las clases populares para que no se salgan del libreto escrito por los de arriba, y que le llaman democracia: votar un día cada cinco o seis años y dejarse robar/asesinar el resto del tiempo.
Lo peor que podemos hacer es no mirar la realidad de frente, hacer como si la guerra no existiera porque todavía no te han golpeado, porque todavía sobrevivimos. Esto es contra todos y todas. Es cierto que hay una porción que aún pueden expresarse libremente, manifestarse incluso, sin ser aniquilados. Siempre que no se salgan del libreto, que no pongamos en cuestión el modelo. Bien mirado, los que podemos manifestarnos a cara descubierta somos algo así como los criollos de las guerras de independencia, los que pueden esperar una muerte digna, como Hidalgo y Morelos.
Pero el tema es otro. Si queremos de verdad que el mundo cambie, y no usar la resistencia de los de abajo para treparnos arriba, como hicieron los criollos en las repúblicas, no podemos conformarnos con maquillar lo que hay. Se trata de tomar otros rumbos.
Tal vez un buen comienzo sea continuar los pasos de los seguidores de Amaru y Katari. Reconstruir los cuerpos despedazados para reiniciar el camino, allí donde el combate fue interrumpido. Es un momento místico: mirar el horror de frente, trabajar el dolor y el miedo, avanzar tomados de las manos, para que los llantos no nos nublen el camino.

jueves, 30 de octubre de 2014

Crímenes de lesa humanidad
John Saxe-Fernández
E
n medio de la marea humana que acudió al Zócalo el domingo 26 de octubre, convocada por Morena y movilizada bajo la exigencia del regrésenlos vivos, un grito que se oye por todo México y el mundo, Elena Poniatowska observó que “(L)os culpables quieren librarse de responsabilidad al querer ligarlos con cárteles del narco”. Menospreciar a las víctimas, difamar a los 43 estudiantes para justificar crímenes y masacres, es parte de los procedimientos de corte nazi de las guerras sucias y de exterminio contra la población que incluyen la tierra arrasada, el asesinato por responsabilidad colectiva y el uso clandestino de unidades militares o policiales, bajo cubiertas varias: paramilitarismo,delincuentesnarcos firmas de seguridad.
Así lo consignan manuales militares de contrainsurgencia, por ejemplo del Plan Colombia (PC),modelo de terrorismo de Estado que arrancó en 1999, usado en Irak, Afganistán y, a través de la Iniciativa Mérida (IM), en México y Centroamérica. Datos históricos y documentos contundentes que muestran que el PC fue una decisión del gobierno de EU, elevada a política de Estado mediante la aprobación de (su) Congreso, son ofrecidos por Hernando Calvo Ospina en El terrorismo de Estado en Colombia(2007, en google). Mientras se debatía el PC apoyado por Clinton entre su Secretaría de Estado y el zar anti-drogas general McCaffrey, ex jefe del Comando Sur, el asesor militar Stan Goff revelaba que en Colombia desde 1991 los más feroces escuadrones paramilitares estaban directamente conectados, para inteligencia y operaciones, con las fuerzas de seguridad mediante una red organizada bajo la tutela de la CIA y el Pentágono (José M. Martín Medem, Colombia Feroz, 2009, p 116).
El presupuesto del PC lo defendieron en el Congreso de EU la Casa Blanca y Lawrence Meriage, ¡vicepresidente de Occidental Petroleum! Sus palabras van al quiddel PC y de su par, la IM: El sector privado tiene enormes intereses estratégicos y vitales en juego en ese país y por eso el paquete de ayuda por mil 574 millones (de dólares) debe ser aprobado cuanto antes.
Urabá, territorio de masacres y asesinatos paramilitares, es descrito en documento de 1996 del Departamento de Estado como una de las zonas más ricas y estratégicas de Colombia y el mundo que no sólo produce el 60 por ciento de los cultivos de banano del país, sino que contiene gigantescas reservas madereras, pesqueras, oro, plata, platino, cobre, titanio, cobalto radiactivo, gigantescos recursos petroleros y una biodiversidad casi sin igual en el mundo. Ese inmenso botín es lo que está detrás del horror y terror del PC y de la IM como se aprecia enNi vivos ni muertos (2014), de Federico Mastrogiovanni, sobre desaparición forzada en México, un libro de rigor y enorme fortaleza humana, documental y analítica.
En entrevista reciente el autor puntualizó que los lugares “donde se ha registrado la mayoría de las desapariciones de personas en años recientes en México se ubican en zonas donde se planea explotar yacimientos de petróleo y gas shale y eso no es una coincidencia, sino una práctica de las grandes empresas aliadas con los gobiernos para obtener la máxima ganancia”. Mostró dos mapas superpuestos donde se ubican ambos fenómenos: las desapariciones y las extracciones de combustiblescomo muestra palpable de la coincidencia que no es coincidencia. Destacó la relación existente entre la necesidad de sembrar terror, vaciar territorios y la presencia de recursos naturales. Si pones los dos mapas, el de las desapariciones y el de los recursos como el gas y el petróleo, te das cuenta de eso. Enfatizó que dichas prácticas son muy comunes para las empresas trasnacionales en diversas partes del mundo... donde grupos de delincuentes hacen huir a la gente, luego llegan grupos paramilitares o militares que los hacen huir a ellos y luego llegan las empresas para aprovechar ese territorio explotable sin gente.
En este cruce entre negocios ygeoestrategia es vital revisar el Informe y mapas del “shale en México” del Departamento de Energía de Estados Unidos, riqueza localizada, dicen las petroleras, en zonas con problemas de seguridad por la presencia indígena, campesina y de ejidos (Expansión, 23/10/14 p 74). Para Ali Moshiri, presidente de Exploración y Producción en África y América Latina de la gigante Chevron, eso no va a ser un problema muy grande para nosotros...Tenemos ciertos procedimientos establecidos y lo resolveremos a medida que crezca la operación en México (ibidem).
De eso indagó la Comisión de la Verdad sobre la guerra sucia 1969-1979. Su presidente, Enrique González Ruiz indicó que”... hay pruebas suficientes para comprobar la responsabilidad del Estado mexicano”. Dijo también que “aplicaban tácticas de seguridad nacional de Norteamérica. “La nueva guerra suciade estos días es hija de aquella guerra sucia impune”. La Comisión ratificó la capacidad de resistencia entonces y ahora.
Ciclo de muerte, terror y politiquería
Adolfo Sánchez Rebolledo
E
l ciclo de muerte y terror iniciado el 26 de septiembre en Iguala se aproxima lentamente a un desenlace trágico.
Para los padres de los normalistas desaparecidos y sus familiares, la investigación de los hechos ha sido una especie de tortura añadida, que aún no arroja luz a ese túnel infernal.
El descubrimiento de más y más fosas clandestinas es una señal ominosa que hace aún más visible la ineptitud y la corrupción de la autoridad, mostrando la profundidad de la crisis que arrastran las instituciones del Estado para enderezar el rumbo y recrear condiciones de convivencia en el contexto de la paz pública y el respeto a los derechos humanos. Tiene plena razón la comunidad de Ayotzinapa en exigir la presentación con vida de los suyos. Nada es más importante que la vida, aunque durante muchos años la autoridad se haya autoeximido de la obligación de preservarla. Ya no más.¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos de regreso!, es el grito desgarrador que sacude al país y despierta resquemores en el mundo entero. Parece un eco de otros tiempos. Lo es: la historia del crimen de Iguala recicla la ferocidad de laguerra sucia en Guerrero, la vigencia de la violencia brutal, el odio concentrado bajo un ideal de exterminio que hoy retoman loscárteles en colisión con el poder político local, infiltrado o al menos condicionado por esa fuerza que en total impunidad durante ya muchos años desaparece hombres y mujeres, la mayoría jóvenes sin nombre y sin rostro, cuyos restos aparecen en fosas clandestinas sin que a nadie le quite el sueño. Esa es la irracionalnormalidad en la que sobrevivimos. Es la que está en juego desde el 26 de septiembre, como lo estuvo antes cuando se desató en Morelos el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, a raíz del asesinato de varios jóvenes, incluido el hijo del escritor Javier Sicilia. Tienen razón los normalistas en exigir que los crímenes cometidos por la policía municipal y los sicarios que los desaparecieron se juzguen como un delito de orden político, sin darle curso a la hipótesis de que los criminales actuaron creyendo que se trataba de una banda rival, hipótesis tan manoseada que ya no puede servir como justificaciónde la ineptitud del Estado para contener la violencia.
Es duro aceptarlo, pero bajo nuestros pies se extiende el pantano en cual se hunde el país. A flor de piel nos contamina ese magma sanguinolento que resulta de la mezcla de la impunidad y el autoritarismo social con la carga de la desigualdad, del desprecio por el otro que la ausencia de legalidad protege de mil maneras, la sumisión al poder sin juzgar su procedencia, la certeza de que –como lo ha dicho el investigador López Portillo– las policías, losórganos de seguridad pública, en realidad nacieron para proteger al que manda, de modo que los ciudadanos, siempre bajo sospecha, queden atrapados en el círculo de la corrupción que erosiona la más mínima confianza en los de arribapero debilita y fragmenta la resistencia de millones de personas honestas. La procuración de justicia tiene que dar un vuelco a favor de la sociedad para recuperar su dignidad. Los costos de mantener un sistema que criminaliza a las clases peligrosas, pero es incapaz de someter al imperio de la ley a quienes deben posición y fortuna gracias a su capacidad de depredar al país bajo el paraguas del estado de derecho. Ya se ha dicho en todos los tonos que la corrupción es hoy una traba para el desarrollo social, pues en combinación con la ineptitud, que recorre a nivel capilar las administraciones de la República, y la pérdida de perspectivas en el empleo, es la causa eminente del sordo malestar que en la desconfianza y el desánimo halla su expresión.
Al rescate de la catástrofe se alzan las voces en la calle cansadas de las teatrales representaciones de los políticos en nombre de la democracia. Que los jóvenes digan en voz alta lo que otros se ven obligados a callar permite recuperar la esperanza. México tiene que enfrentar con seriedad la crisis. La mercadotecnia no sirve para resolver los problemas, menos las campañas interesadas en favorecer a localizables grupos oligárquicos aferrados a un modelo decadente.
La reacción nacional e internacional es de horror, pero en la protesta está implícita la conciencia de que así no se puede seguir. Cuando los padres de familia exigen la vuelta a casa de sus hijos, expresan un sentimiento universal, una verdad moral que ninguna politiquería puede rebatir. En esa dignidad estriba la fuerza del movimiento de apoyo a Ayotzinapa. A eso es lo que más le temen los hombres del poder, desnudos ante la magnitud del crimen. Más que los palacios incendiados, a los poderosos les asusta esa condena general, el saberse juzgados por esa ciudadanía a la que dicen representar, mal vistos por los ojos del mundo. Tras la indignación, más que una estrategia pintada de colores ideológicos está la creciente conciencia de que ya ha sido demasiado en este país, que la paciencia tiene límites y la demagogia como forma de comunicación de las élites gobernantes con la sociedad no puede ser consentida un minuto más. Sin embargo, aunque el repudio crece dentro y fuera del país, los riesgos no han desaparecido pues hay quienes apuestan, como siempre, a que las justas banderas de Ayotzinapa en defensa de la vida de los suyos, pobres entre los pobres, se trastoquen para convertirlas en consignas sectarias, alejadas del sentimiento de solidaridad que el movimiento ha despertado. El deslinde de los normalistas contra los actos de saqueo en Chilpancingo tiende una línea entre la justa indignación y la posible intervención de los agentes provocadores que buscan aislar la protesta. No extraña que algunos vean en el río revuelto la oportunidad anhelada, la hora de la confluencia de las insurrecciones populares, aunque la situación, la relación de fuerzas –las visibles y las que aguardan en la penumbra tolerada de la violencia criminal– impide hacer cuentas alegres basadas en cálculos irresponsables.
Por si eso no fuera suficiente, está en curso una maniobra para darle a la politiquería el lugar central en el escenario, luego de la esperpéntica caída de Aguirre Rivero. El celo del PRI para usar filtraciones de la investigación como un arma contra López Obrador dice a las claras que los viejos métodos están presentes. Hay una campaña en forma, la cual se intensificará en la medida que el desenlace lleva a conclusiones semejantes a las denunciadas por Solalinde. El partido oficial, alentado por la Presidencia, aprovecha la crisis para desembarazarse de la izquierda que potencialmente le puede estorbar en sus planes. La catástrofe de la cúpula perredista rompe el acuerdo implícito en el tripartidismo e inesperadamente fortalece, no por sus declaraciones, al polo que en teoría podría capitalizar el descontento de la izquierda. El gobierno quiere que la responsabilidad de Abarca y sus pandilleros embarre, o al menos pongan a la defensiva, a AMLO. Puros cálcu­los electorales. La ofensiva contra López Obrador no cancelará las manifestaciones de los grupos más radicales, que no confían en los partidos, pero exacerbará las tensiones en la sociedad mexicana, aunque ciertas declaraciones del líder –las dos salidas a la crisis– parezcan dirigidas a satisfacer sus pretensiones. Todo es debatible, pero, como dice el refrán anglosajón: no se debe tirar el agua sucia junto con la bañera. ¿Qué futuro democrático podría florecer bajo las reglas de los sicarios? ¿Es posible crear un gran frente nacional realmente plural para lograr cambios que la sociedad reclama?
Desaparición forzada de personas
Juan de Dios Hernández Monge*
L
as ejecuciones extrajudiciales en Iguala y la desa­parición forzada de persona de 43 normalistas de Ayotzinapa han conmovido al mundo entero, pero eso no ha sido suficiente para que el gobierno realice el mínimo esfuerzo por procurar e impartir justicia: pretenden engañar al mundo entero y protegerse de la responsabilidad penal internacional en que han incurrido.
El 27 de septiembre, 43 estudiantes fueron ilegalmente detenidos por elementos represivos del Estado y llevados en vehículos oficiales a un lugar desconocido. A pesar de que fueron sustraídos y colocados fuera del amparo de la ley, el Estado mexicano sistemáticamente se ha negado a admitir que estamos frente a un delito de lesa humanidad y no ha informado a los familiares respecto de la suerte o paradero de los desaparecidos. Lo anterior implica que se encuentran reunidos los elementos del cuerpo del delito de desaparición forzada de persona, previsto en el artículo 7 i del Estatuto de Roma, que señala:
“Por ‘desaparición forzada de personas’ se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a admitir tal privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un periodo prolongado.”
En los delitos de lesa humanidad el perpetrador siempre es el Estado, por conducto de individuos que actúan en su nombre, es decir, cuentan con su aquiescencia; así ocurrió en este caso. Pero, no obstante que ante la prensa nacional e internacional el gobierno habla de desaparición, en la vía de los hechos el Consejo de la Judicatura Federal informó que, por los hechos del 26 y 27 de septiembre en Iguala, fueron consignados por la PGR, ante el juzgado primero de distrito en procesos penales federales de Tamaulipas, en la causa 100/2014, 24 policías municipales por los delitos de delincuencia organizada y privación ilegal de la libertad en la modalidad de secuestro.
Vemos en esta conducta el modus operandi del Estado mexicano para evadir la acción de la justicia internacional y propiciar la impunidad de los autores materiales e intelectuales. Resulta claro que la impunidad garantizada sirve como caldo de cultivo para que los delitos de lesa humanidad sigan perpetrándose en todo el país.
Sin embargo, el artículo 21 constitucional dice que el Ejecutivo federal podrá, con la aprobación del Senado en cada caso, reconocer la jurisdicción de la Corte Penal Internacional (CPI). Nuestro país reconoció la jurisdicción de la CPI, de manera que los delitos de lesa humanidad deben ser juzgados en el ámbito internacional cuando, como ocurre en este caso, hay negativa para hacer la investigación correspondiente, deslindar responsabilidades y someter a los perpetradores materiales e intelectuales a la acción de la justicia. Además, si bien existe una ley del estado de Guerrero para Prevenir y Sancionar la Desaparición Forzada de Persona, que establece la supletoriedad de los tratados internacionales en la materia (que en el presente caso está representado por el Estatuto de Roma), ésta no ha sido aplicada.
Es procedente invocar la competencia de la CPI toda vez que México es parte de ese tratado internacional, los crímenes que se denuncian los refiere el artículo 5 como de lesa humanidad y ocurrieron en el territorio nacional mexicano; se debe invocar la facultad del fiscal de la CPI para que inicie una investigación respecto de este crimen, pues no se ha enjuiciado a los responsables, y entre los delitos por los que los policías municipales están siendo procesados no están ni el de desaparición forzada de persona, ni ejecución extrajudicial, ni tortura. Han transcurrido ya más de 30 días desde que ocurrió el hecho, sin que se haya realizado investigación alguna.
Consideramos imprescindible pasar a una nueva etapa, generar una cultura de denuncia internacional que rompa el silencio histórico, que permita construir una memoria colectiva para el esclarecimiento de la verdad y, utilizando sus propios instrumentos, juzgue a los delincuentes de lesa humanidad. Debemos colocar al Estado mexicano en el banquillo de los acusados, lo que abriría la posibilidad de romper el velo de impunidad, o cuando menos evidenciar la inoperancia y complicidad de todo el sistema jurídico.
Por la dimensión dantesca del escenario; porque no es suficiente visibilizar la tragedia; por el dolor de los deudos; porque no puede haber perdón ni olvido; porque los responsables deben ser castigados; porque es un imperativo ético luchar contra la impunidad, y porque es el Estado mexicano quien aparece como perpetrador de miles de crímenes de lesa humanidad, es que debemos denunciarlo ante el fiscal de la CPI. Esto sería apenas el inicio de una etapa inédita en la lucha social, que por primera vez confrontaría jurídicamente al Estado en el ámbito internacional.
Abogado de normalistas

martes, 28 de octubre de 2014

Ayotzinapa y la fuerza del normalismo rural
Luis Hernández Navarro
U
no, dos, tres, cuatro, corea la multitud sin parar hasta llegar al número 43 y exigir a voz en cuello: ¡Justicia!
Felipe Arnulfo Rosa, pasa lista una voz. ¡Presente!, responden centenares de gargantas encolerizadas.Benjamín Ascencio Bautista, pregunta nuevamente. ¡Presente!, contestan los manifestantes. Israel Caballero Sánchez...
Son los nombres de los alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa desparecidos por las policías municipales de Iguala y Cocula. Son los mismos cuyos rostros aparecen por millares en las pancartas y lonas que estudiantes y ciudadanos portan en todo tipo de protestas, exigiendo a las autoridades su presentación con vida.
Curiosa ironía. Después de ser apartadas de la vida pública nacional durante años y aparecer de cuando en cuando en los medios de comunicación como un vestigio educativo del pasado necesario de extirpar, las normales rurales están hoy en el centro del debate. La tragedia de Ayotzinapa, una normal rural, ha sacudido la conciencia nacional, sacado a los estudiantes de universidades públicas y privadas a las calles en prácticamente todo el país y precipitado la más grave crisis política en muchos años.
Las movilizaciones en solidaridad con los normalistas no cesan. Cada día suman a nuevas fuerzas: religiosos, artistas, intelectuales, deportistas, sindicatos. La pretensión de los medios de comunicación electrónicos de contener, minimizar y desnaturalizar el sentido de las protestas ha sido rebasada.
¿Por qué esta tragedia en concreto ha suscitado tanta indignación? Porque fue la gota que derramó el vaso, como en su momento y en otra escala sucedió con el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia. En esta ocasión, los relatos de la saña policial contra un grupo de muchachos pobres, acosados y desarmados, y la imagen de los padres dolidos, han conmovido a otros padres que ven en lo sucedido algo que les pudo haber pasado a sus hijos, creando una identidad instantánea y funcionando como elemento articulador de un descontento social hasta ahora disperso.
En el sufrimiento de esos padres, en su penar, se condensa la incertidumbre e inseguridad que muchos ciudadanos viven en amplias regiones. En el destino de los normalistas se descubre la sensación de vulnerabilidad que provoca ser joven en un país en el que los jóvenes son víctimas recurrentes de la violencia gubernamental. En la historia de un alcalde al se dejó escapar se encuentran las evidencias del pacto de impunidad con que se cubre la clase política.
Pero ese dolor y esa rabia, ese miedo y ese anhelo de que regresen con vida los muchachos tiene su núcleo duro, su fuente de legitimidad, su red de protección, en un tejido comunitario inasible para la tecnoburocracia que conduce al país. Esa red es la que le proporciona a la movilización social la fuente de autoridad moral que se expande por toda la sociedad.
Sí, no son sólo 43 jóvenes desaparecidos. Detrás de ellos están más de cuatro decenas de padres dolientes y sus familias extensas, en su mayoría de muy escasos recursos, que pasan las noches en vela esperando que sus hijos aparezcan. A su lado se encuentran decenas de comunidades, casi todas rústicas, que ruegan por el retorno con bien de sus paisanos. Hombro con hombro, marchan unos 500 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, que aguardan el regreso de sus compañeros de banca y de dormitorio. Como si fueran un ejército, los acompañan miles de egresados profundamente comprometidos con la escuela que les ha permitido salir adelante en su vida, muchos de ellos laborando en los poblados más remotos de Guerrero, que viven como un agravio personal lo que se ha hecho a los muchachos. Y, en primera línea, están unos 8 mil alumnos de otras normales rurales, hermanados con ellos mucho antes de que la tragedia llegara a sus vidas.
El normalismo rural es una comunidad imaginaria, integrada no sólo por los alumnos que estudian en sus aulas y viven en sus internados. De ella forman parte también los poblados de donde provienen los estudiantes, los grupos campesinos a quienes se atiende en las prácticas escolares y las comunidades adonde van a laborar sus egresados. Son parte sustancial de ella los maestros en activo que se graduaron en sus muros. A todos ellos, lo que sucede allí les atañe.
Las normales rurales son una de las pocas vías de ascenso social que tienen los jóvenes en el campo. El destino que se forjen gracias a sus estudios incide en la vida de las comunidades. Lo que acontece con ellas no les es ajeno. Son suyas: son un legado vivo de la Revolución Mexicana, una herencia de la escuela rural y el cardenismo, al que no están dispuestos a renunciar.
Los alumnos que se instruyen en esas escuelas cuentan, además, con una de las organizaciones estudiantiles más antiguas en el país: la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (Fecsm). Fundada en 1935, ha desempeñado un papel fundamental en la sobrevivencia de las normales rurales, permanentemente acosadas por autoridades educativos y gobiernos locales. Sus dirigentes deben ser alumnos regulares, tener buena conducta y un promedio escolar no menor de ocho. Sólo los mejores alumnos representan a sus compañeros. Sus líderes son jóvenes formados políticamente, con capacidad de análisis, dotes organizativas y visión.
Esa comunidad transgeneracional e intercomunitaria es la que ha evitado que las normales rurales sean cerradas en el país en el pasado. Es la que ha resistido las agresiones en su contra. Es la que ha hecho posible la supervivencia del proyecto.
Esa comunidad es la que ve en la desaparición de sus 43 normalistas de Ayotzinapa a manos de policías una grave afrenta a la que debe responder. Es la que juzga como una burla que el gobierno no aclare el paradero de los muchachos. Es la que se indigna ante la pretensión de las autoridades de no hacer coincidir la verdad jurídica con la verdad histórica. Es la que, con toda su autoridad moral, convoca a sumarse a la lucha al resto de la sociedad. Es la que exige, con rabia y determinación inagotables, la aparición con vida de sus hijos.
Twitter: @lhan55
Ayotzinapa y la fuerza del normalismo rural
Luis Hernández Navarro
U
no, dos, tres, cuatro, corea la multitud sin parar hasta llegar al número 43 y exigir a voz en cuello: ¡Justicia!
Felipe Arnulfo Rosa, pasa lista una voz. ¡Presente!, responden centenares de gargantas encolerizadas.Benjamín Ascencio Bautista, pregunta nuevamente. ¡Presente!, contestan los manifestantes. Israel Caballero Sánchez...
Son los nombres de los alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa desparecidos por las policías municipales de Iguala y Cocula. Son los mismos cuyos rostros aparecen por millares en las pancartas y lonas que estudiantes y ciudadanos portan en todo tipo de protestas, exigiendo a las autoridades su presentación con vida.
Curiosa ironía. Después de ser apartadas de la vida pública nacional durante años y aparecer de cuando en cuando en los medios de comunicación como un vestigio educativo del pasado necesario de extirpar, las normales rurales están hoy en el centro del debate. La tragedia de Ayotzinapa, una normal rural, ha sacudido la conciencia nacional, sacado a los estudiantes de universidades públicas y privadas a las calles en prácticamente todo el país y precipitado la más grave crisis política en muchos años.
Las movilizaciones en solidaridad con los normalistas no cesan. Cada día suman a nuevas fuerzas: religiosos, artistas, intelectuales, deportistas, sindicatos. La pretensión de los medios de comunicación electrónicos de contener, minimizar y desnaturalizar el sentido de las protestas ha sido rebasada.
¿Por qué esta tragedia en concreto ha suscitado tanta indignación? Porque fue la gota que derramó el vaso, como en su momento y en otra escala sucedió con el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia. En esta ocasión, los relatos de la saña policial contra un grupo de muchachos pobres, acosados y desarmados, y la imagen de los padres dolidos, han conmovido a otros padres que ven en lo sucedido algo que les pudo haber pasado a sus hijos, creando una identidad instantánea y funcionando como elemento articulador de un descontento social hasta ahora disperso.
En el sufrimiento de esos padres, en su penar, se condensa la incertidumbre e inseguridad que muchos ciudadanos viven en amplias regiones. En el destino de los normalistas se descubre la sensación de vulnerabilidad que provoca ser joven en un país en el que los jóvenes son víctimas recurrentes de la violencia gubernamental. En la historia de un alcalde al se dejó escapar se encuentran las evidencias del pacto de impunidad con que se cubre la clase política.
Pero ese dolor y esa rabia, ese miedo y ese anhelo de que regresen con vida los muchachos tiene su núcleo duro, su fuente de legitimidad, su red de protección, en un tejido comunitario inasible para la tecnoburocracia que conduce al país. Esa red es la que le proporciona a la movilización social la fuente de autoridad moral que se expande por toda la sociedad.
Sí, no son sólo 43 jóvenes desaparecidos. Detrás de ellos están más de cuatro decenas de padres dolientes y sus familias extensas, en su mayoría de muy escasos recursos, que pasan las noches en vela esperando que sus hijos aparezcan. A su lado se encuentran decenas de comunidades, casi todas rústicas, que ruegan por el retorno con bien de sus paisanos. Hombro con hombro, marchan unos 500 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, que aguardan el regreso de sus compañeros de banca y de dormitorio. Como si fueran un ejército, los acompañan miles de egresados profundamente comprometidos con la escuela que les ha permitido salir adelante en su vida, muchos de ellos laborando en los poblados más remotos de Guerrero, que viven como un agravio personal lo que se ha hecho a los muchachos. Y, en primera línea, están unos 8 mil alumnos de otras normales rurales, hermanados con ellos mucho antes de que la tragedia llegara a sus vidas.
El normalismo rural es una comunidad imaginaria, integrada no sólo por los alumnos que estudian en sus aulas y viven en sus internados. De ella forman parte también los poblados de donde provienen los estudiantes, los grupos campesinos a quienes se atiende en las prácticas escolares y las comunidades adonde van a laborar sus egresados. Son parte sustancial de ella los maestros en activo que se graduaron en sus muros. A todos ellos, lo que sucede allí les atañe.
Las normales rurales son una de las pocas vías de ascenso social que tienen los jóvenes en el campo. El destino que se forjen gracias a sus estudios incide en la vida de las comunidades. Lo que acontece con ellas no les es ajeno. Son suyas: son un legado vivo de la Revolución Mexicana, una herencia de la escuela rural y el cardenismo, al que no están dispuestos a renunciar.
Los alumnos que se instruyen en esas escuelas cuentan, además, con una de las organizaciones estudiantiles más antiguas en el país: la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (Fecsm). Fundada en 1935, ha desempeñado un papel fundamental en la sobrevivencia de las normales rurales, permanentemente acosadas por autoridades educativos y gobiernos locales. Sus dirigentes deben ser alumnos regulares, tener buena conducta y un promedio escolar no menor de ocho. Sólo los mejores alumnos representan a sus compañeros. Sus líderes son jóvenes formados políticamente, con capacidad de análisis, dotes organizativas y visión.
Esa comunidad transgeneracional e intercomunitaria es la que ha evitado que las normales rurales sean cerradas en el país en el pasado. Es la que ha resistido las agresiones en su contra. Es la que ha hecho posible la supervivencia del proyecto.
Esa comunidad es la que ve en la desaparición de sus 43 normalistas de Ayotzinapa a manos de policías una grave afrenta a la que debe responder. Es la que juzga como una burla que el gobierno no aclare el paradero de los muchachos. Es la que se indigna ante la pretensión de las autoridades de no hacer coincidir la verdad jurídica con la verdad histórica. Es la que, con toda su autoridad moral, convoca a sumarse a la lucha al resto de la sociedad. Es la que exige, con rabia y determinación inagotables, la aparición con vida de sus hijos.
Twitter: @lhan55
Ayotzinapa y la educación superior en México
Javier Flores
L
a manifestación realizada el pasado 22 de octubre en la ciudad de México, motivada por el asesinato de seis jóvenes y la desaparición de otros 43, todos ellos estudiantes de la normal de Ayotzinapa, en Guerrero, tuvo características especiales. Fue muy emotiva. Miles de personas (seguramente más de las 50 mil que afirman las estimaciones oficiales) marcharon de manera pacífica aunque sin ocultar su indignación ante un acto de barbarie que nos muestra lo más deplorable de la naturaleza humana. En uno de los grupos que marchaban ese día, las jovencitas provenientes de diversas escuelas rurales no cesaban de expresar su reclamo de justicia con sus vocecitas agudas que asemejaban el llanto que hoy nos invade a todos.
No hubo en la marcha –o yo no las vi– banderas de partidos políticos. Los contingentes estaban formados mayoritariamente por estudiantes de las instituciones de educación superior e investigación, como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma Metropolitana, El Colegio de México o la Universidad Iberoamericana, entre muchas otras. Al parecer, ante los actos criminales como los ocurridos en Iguala estamos asistiendo al surgimiento de un genuino movimiento estudiantil en nuestro país.
Lo acontecido en Guerrero y las enormes repercusiones que ha tenido tanto a escala local como en el extranjero tienen una relación innegable con la educación en México, y no solamente por tratarse de las escuelas normales rurales, como la de Ayotzinapa, donde se forman los maestros que llevan la educación a los niveles básicos en las regiones más pobres del país, sino porque las expresiones de indignación y la respuesta social frente a los asesinatos y desapariciones ocurridos en Iguala se han extendido de inmediato a todos los niveles educativos, en particular en la educación superior, como pudo verse en la composición mayoritaria de la manifestación del pasado miércoles y la suspensión de actividades en algunas universidades.
En todas las instituciones de educación superior e investigación hay gran inconformidad e indignación por los asesinatos y la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. El rector de la UNAM, José Narro Robles, se ha referido en varias ocasiones a estos hechos y ha insistido en que deben ser aclarados hasta sus últimas consecuencias. El 10 de octubre, Narro señaló: No es posible que 43 personas puedan simplemente desaparecer, que 43 personas puedan desvanecerse; los hechos ahí están. Los mexicanos necesitamos conocer la verdad, la verdad completa, y agregó que México requiere que se imparta justicia, no venganza ni violencia, que no haya impunidad y que los responsables intelectuales, materiales y por omisión sean juzgados.
Cinco días después, Narro afirmó que en el país nada podrá ser igual después de Ayotzinapa y fue muy claro al señalar un aspecto doloroso de la realidad del país: Estamos frente a momentos en los que se confunden tareas y responsabilidades que deberían estar muy definidas: las de aquellos que deben combatir la delincuencia y las de quienes pertenecen a ésta y están fuera de la ley; las de quienes tienen el poder administrativo y las de quienes hacen uso del poder delincuencial.
Pero este no solamente es el ánimo que prevalece en la UNAM. De acuerdo con la nota de Irene Sánchez y Javier Valdez publicada en este diario (La Jornada 25/10/14), en la reunión del Consejo de Universidades Públicas e Instituciones Afines, celebrada el viernes en Mazatlán, Sinaloa, el secretario general de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies), Enrique Fernández Fassnacht, dijo: En el caso de los normalistas de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, conocida como Ayotzinapa, es impostergable una denuncia y condena a los hechos, acompañada por los siguientes reclamos: primero, la presentación con vida de los desaparecidos; segundo, el juicio y castigo a los responsables de las muertes y desapariciones; tercero, protección y respeto a los familiares de los desaparecidos, y cuarto, seguridad a las comunidades educativas.
El dirigente de la Anuies, organización que agrupa a 180 instituciones de educación superior tanto públicas como privadas, señaló:Una asociación como la nuestra tiene como obligación primaria el servicio y la defensa de sus asociados, entendiendo así a las comunidades integradas por estudiantes, académicos y trabajadores administrativos y añadió que estarán con Ayotzinapa cueste lo que cueste sin detrimento de nuestra responsabilidad con la educación superior y con México.
Hay motivos cuya validez es incuestionable para la indignación. Hay además razones que explican una creciente movilización de jóvenes en las universidades y otras instituciones de educación superior e investigación, cuyo curso es por ahora imprevisible.

lunes, 27 de octubre de 2014

Enrique López Aguilar
Anotaciones marginales al salmo XVII, de Quevedo
He conocido personas cuyo comportamiento como lectores resulta aparentemente extravagante. Pienso en el gusto de algunos lectores de novela policíaca y me topo con sorpresas como las siguientes: se deciden a leer una magnífica novela de Luis Márquez, Al abrirse el cielo, ambientada en Ciudad de México y basada en hechos reales ocurridos en Azcapotzalco a mediados de los años ochenta. Los comentarios suelen ser: “la novela es muy buena, pero la primera escena es impresionante”, “la novela te atrapa, pero es muy brutal”, “tiene un ritmo cinematográfico, deberían hacer una película con ella, pero no la pude terminar porque es muy cruda” y cosas por el estilo: siempre hay un pero.
Esos mismos lectores leen la trilogía Millennium, de Larsson, y la fascinación recorre cuanto epíteto elogioso se pueda imaginar: “magnífica”, “seductora”, “qué personajes”, “lástima que el autor murió, yo seguiría leyendo todo lo que hiciera” y cosas por el estilo: nunca hay un pero.
De compararse la crudeza de Al abrirse el cielo con la de Millennium, me parece que las redes de prostitución, la tortura, los asesinatos y la misoginia descritos por Larsson a lo largo de mil 200 páginas, hacen palidecer a las 398 de Márquez, donde sólo ocurre un asesinato y se describen las técnicas de persuasión empleadas por la policía mexicana para encontrar o fabricar culpables (descritos con minuciosidad psicológica mediante sus acciones); en ambas, además, los mecanismos de suspenso se encuentran espléndidamente trabajados.
En ese momento dejo de entender: ambas novelas son atroces y describen entornos sociales precisos (el sueco y el mexicano); en ambas hay asesinos y asesinados, se cuestiona la transparencia de los métodos policíacos y hay víctimas laterales como consecuencia de los actos cruentos narrados en ellas. Al margen de la calidad inherente a cada autor y del gusto literario, ¿qué pasó con los lectores?
Al hacer la indagación, aparece el meollo del asunto: “es que la novela de Larsson está ambientada en Suecia”, “es que no me gusta imaginar que todas esas cosas horribles sucedan en la colonia Del Valle”, “a lo mejor es que en una todo pasa en un lugar muy remoto y en la otra sientes como pisadas en el techo”, “ya sé que existe mierda en el mundo, pero no tengo por qué mirar la cloaca”. ¡Pácatelas! Eso es, exactamente. Si una acción violenta ocurre lejos, es tema legible, interesante y digno de comentario; si ocurre cerca, provoca esa reacción infantil de taparse los ojos frente a una escena desagradable.
Estoy hablando de literatura. Dicen que cuando las discusiones acerca de la situación política francesa decimonónica llegaban a un punto sin solución, Balzac decía: “Si no podemos cambiar el mundo, hablemos de literatura.” Ahora es al revés. Después de hablar de literatura, pasemos al mundo, a ese: “Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes ya desmoronados…” (prefiero la versión publicada por Quevedo en El Parnaso español que la incluida en los Salmos). No me refiero, con la cita quevedesca, a la nostalgia por un pasado priísta, ni panista, ni porfirista, sino a ese inevitable desmoronamiento producido por la violencia. Y no me refiero sólo a la violencia practicada por el narco, el ejército, la policía y los partidos políticos, sino también a la de la Iglesia y sus prácticas pedófilas, al impío asesinato de María del Rosario Fuentes Rubio (tuitera que defendía valores esenciales de orden cívico y cuya muerte fue filmada a la manera de las ejecuciones del Islam y del cine snuff), me refiero al bullying escolar y a Ayotzinapa y a la violencia que también está en la colonia Del Valle, aunque algunos no quieran verla contada en una novela.
Percibo cuatro actitudes frente a la violencia: el escapismo (“mejor veo la violencia que hay en la franja de Gaza”), el cerrar los ojos (“no oigo, no oigo, soy de palo…”), la indignación informada y la indignación participativa. Los productores de intimidación prefieren y fomentan las dos primeras y, para el caso de las dos segundas, ejercen el apotegma “mata a uno y aterrorizarás a mil”. Lo que jamás podré entender es esa espiral donde se involucran políticos, narcos, uniformados y ensotanados, depredadores de todo su entorno, ignorada deliberadamente no por sus beneficiarios, sino por sus potenciales víctimas.
Óscar Wilde dijo: “No hay peor esclavo que el que lame sus cadenas.” Por lo pronto, me corresponde coincidir con Quevedo: “[…] y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte.”
Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Vigencia de Voltaire
Hace un par de semanas encontré pavorosamente vigente la mordaz crítica de Voltaire a la sociedad de su tiempo y lo cité a propósito de tanta podredumbre que nos brota a flor de suelo, tanta corrupción como la del siglo XVIII. Tres siglos y seguimos igual que el mundo del pobrecillo Cándido. Lo releo y parece que el rijoso filósofo parisino nos dicta una crónica del México de hoy en el que ante la molicie de los pobres que se rebelan las buenas conciencias arrugan la nariz y miran hacia otro lado, empezando por aquellos que deberían ser los primeros en lanzar el alarido: los gobernantes, el alto clero, los que dicen llevar las riendas.
Alguien hágale un favor a Enrique Peña Nieto y otro mayor a todos los mexicanos que nos vemos obligados a hundirnos con él. Alguien tenga conmiseración y explíquele en los más sencillos términos que no vamos por felices rumbos, ni viento en popa, ni arribando a buen puerto; que lo pierde – y de paso nos lleva a millones en el tropiezo– esa mezcla de arrogancia y narcisismo que parece que en cuanto llegan a Los Pinos causa sordera y ceguera a los presidentes en México; si siquiera le causara mudez, pero siempre va soltando obviedades y bobadas de Perogrullo. Anuncia el rumbo y nos pierde a todos… Si se perdiera solo nadie le reclamaría nada, pero lleva demasiada tripulación a bordo. Y forzada, además, porque muchos somos los pasajeros que nunca lo hubiéramos puesto al mando, aunque queda claro que para él somos carga, no pasaje. Pero tuvo suerte y amigos poderosos en la corte de la reina, esa señora de dos cabezas que tiene hipnotizado al reino entero y que lo multiplicó constantemente en las pantallas de televisión de los hogares mexicanos y lo hace aparecer hasta en la sopa: las televisoras, astutas arúspices de los negocios por venir si controlaban la Presidencia, convertidas en burdos pregoneros. Algunos hubo que sí lo eligieron por tontos, porque prefirieron cifrar su futuro en el oropel o la mísera paga de unos pesos a cambio del voto y, como dijo Lino: “la sociedad se jodió cuando decidimos que nos gobernara no el más sabio, ni el más inteligente, sino el más popular” para inaugurar otro de esos dichos breves pero certeros: carita mata futuro. Resultó además tramposillo, porque nunca enseñó en campaña sus verdaderas cartas de navegación, las que le abrirían las puertas a la flota extranjera, las que ocultaban el esquinazo de regresar en muchedumbre al vasallaje que creíamos dejado atrás porque por años nos dijeron que los sátrapas estaban en libros de historia, no en boletas electorales, y que México había cambiado desde hace quince años y las masacres, la persecución, la censura serían cosas de un ayer siniestro pero que es un hoy más torvo, más salvaje, más cruel y por increíble que parezca, más violento…
Vamos como se iba a pique el barco aquel cuyo naufragio cruel inaugura el capítulo quinto con Cándido pasmado de susto, según la versión de 1848 que tradujo al español Leandro Fernández de Moratín: “La mitad de los pasajeros, débiles, moribundos, entre las convulsiones que causan los balanceos de una embarcación agitada en direcciones opuestas, carecía del vigor necesario para sentir en aquel inminente peligro. La otra mitad daba gritos y hacía promesas. Las velas se habían hecho pedazos, caían los mástiles, el barco se iba abriendo, nadie gobernaba, trabajaban pocos, ninguno se entendía”.
Acá tampoco ninguno se entiende. Muchos gritamos y otros pocos pontifican con grave, estudiado gesto, la bondad presunta pero inconsútil de los golpazos de timón. Y mientras Peña promete, y aclama, y alza los brazos y nos agradece la bondad de escucharle como si siguiera en campaña el país se sigue deslizando a la fosa común. Y ni siquiera es que escuchemos al capitán de agua dulce, es que estamos indecisos, asombrados, estupefactos porque vemos hacer agua por todos lados y él y su cohorte de rascadestos con fuero y guaruras creen que el viento está en popa y la mar propicia. Y propicia es, pero para los tiburones que circundan lo que nos queda de maderaje, saboreando por adelantado sus jugosos mordiscos, haciendo cálculos de muchos ceros porque para ellos nunca seremos patria ni raza ni efeméride, sino negocio. Nada más que negocio. Y así va este país, dividido y a la deriva en derroteros calculados pero no por nosotros, sino de diseño extranjero: la geopolítica no perdona la ingenuidad, ni las buenas intenciones, ni la ardorosa defensa del honor. Ni la ética.
Ni la más elemental decencia, pues.
Verónica Murguía
La torre de unicel
Ya se me olvidó cuándo fue la última vez que abrí el periódico con indiferencia o con la vaga curiosidad de antes. Ya se sabe que las buenas noticias no son noticias, pero antes podía hojearlo sin, por el susto, tirarme el café en el regazo. Recuerdo apenas esas mañanas sin sobresaltos. Es como si pertenecieran a otra encarnación, a una vida no mexicana, aunque me cuesta imaginar la existencia en otro país. Y no veo cuándo regresará el optimismo. Necesitaría renacer para encogerme de hombros y dormir en paz: de preferencia convertida en vaca y en India, donde estos animales son sagrados.
Y aunque dicen que uno se acostumbra a todo menos a no comer, yo todavía no me acostumbro a la violencia y eso que llevamos años –que parecen siglos– en estado de emergencia. La falacia de los números alegres del pri está a la vista y me referiré sólo a estos meses: Tlatlaya, cuando la CNDH mostró su verdadera condición; Ayotzinapa –el derrumbe total de las ruinas del PRD–, las muertas del Edomex, y el etcétera que no nos permite vivir ni con una mínima porción de tranquilidad. Es más, supongo que me costaría menos trabajo habituarme a no comer, pues dicen que después de meses de aguantarse la necesidad se va apagando, los dolores de estómago se atenúan y la comida comienza a dar asco.
Es casi inconcebible, pero hay quien muere de inanición por voluntad propia. Por eso digo que a mí me costaría menos trabajo acostumbrarme a no comer, aunque el costo de esa decisión es que uno se muera. Para aclimatarme a la violencia, a la muerte de tantos y de forma tan cruel, no sé qué hace falta: yo no lo tengo. No me siento representada más que por mi credencial del IFE. No hay partido político o institución en la que confíe. No creo más que en mi gente y entre ellos no hay políticos.
Fantaseo con una marcha que reuniría a millones de personas en cada ciudad importante del país con un ultimátum para las autoridades: o dejas de matar ciudadanos o te largas. Pero ignoro qué se necesita para que muchos se salgan de la casa a protestar. Supongo que habrá quien se sienta a salvo. Les falta imaginación: aquí todos podemos ser víctimas. Ni la clase social, ni el color de piel son garantía, aunque la discriminación inclina la balanza de la injusticia del lado de los pobres, de los indígenas, de las mujeres.
El chiste es que uno no se acostumbra y cada día se enoja más. El lenguaje de las autoridades, que antes me parecía vacío y, en el caso de Calderón, ridículo, ahora me resulta muy ofensivo. Detesto que después de una matanza digan que “son hechos que lastiman a la sociedad”. Oiga, no: decir eso es como afirmar que un balazo incomoda o que la tortura molesta. No lastima: humilla, tortura, mata.
Durante el sexenio de Felipe Calderón la propaganda que, por cierto, parece que regresa, proclamaba haber “abatido” a jefes del narcotráfico. “Abatido”, “caído”, “eliminado”.
Se le olvidó a Calderón que uno de los pocos motivos de orgullo que tiene México es que no hay, al menos en la Constitución, pena de muerte. Ni para los narcos, ni para los presidentes irresponsables, aunque sean los causantes de miles de homicidios. Ni para los sicarios, ni para los soldados que matan civiles. Ni para los secuestradores, delito que ha repuntado. Pero bien que se ha aplicado una pena de muerte sui generis a los miles y miles de víctimas inocentes cuya suerte enluta al país.
¿Qué hacemos? No lo sé. El lector sabrá disculpar esta manifestación de incertidumbre, que, sospecho, es colectiva.
En una conversación con una amiga, antes de Tlatlaya y Ayotzinapa, prometimos replegarnos un poco, dedicar más tiempo a lo privado. Ella se iba a dedicar a hornear pan; yo, a bordar, actividades con un satisfactorio halo de cosa arcaica y, en el caso del pan, indispensable. Seríamos como los músicos del Titanic, echándole ganas al arte por el arte mientras todo se hunde. Huelga decir que nos encontramos en la marcha del 8 de octubre, con caras de susto y ojeras de mapache.
De repente quisiera vivir, como dicen de los escritores, en la torre de marfil. Pero en México nadie lee, así que el dinero sólo alcanza para construir una torre de unicel. Es una torre muy endeble. Un periódico enrollado basta para tirar la puerta, como el más sólido de los arietes. Entonces no hay más remedio que salir y mirar alrededor. Y pensar qué hacemos para cambiar las cosas, porque no podemos seguir así.
Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso
De músicos y tierras amputadas
Nunca es mejor el hombre que cuando debe resolver un problema, crecerse ante la adversidad. Ya lo hemos dicho. Motor de la evolución, superar obstáculos resulta fascinante en el proceso creativo. En tales ideas recaímos hace unos días cuando vimos los videos del cantautor chileno Andrés Godoy. Lo que este hombre ha logrado es conmovedor. Compone, canta y toca la guitarra como muchos trovadores más, pero lo hace con un solo brazo, el izquierdo, que baila en el diapasón mostrando cualidades inimaginables para quien cuenta con las dos extremidades superiores.
Nos referimos a la independencia de los dedos, a lo inusual de sus mecanizaciones de rasgueo con el meñique, a las metas que se impone estéticamente. Verbigracia: tiene una pieza instrumental dedicada a dos seres alados (“Ángeles y mosquitos”). Como se imaginará nuestra lectora, nuestro lector dominical, en ella muchas notas deben tañerse imitando aleteos. Calcule cuán complejo es hacerlo con una sola mano mientras otras melodías, ritmos y armonías se entreveran. Godoy tiene cuatro discos en solitario y numerosas colaboraciones. Verlo nos hizo recordar a otros músicos que se levantaron tras una tragedia.
Allí está Bill Clements. Él es un bajista nacido en Michigan, Estados Unidos, cuyo trabajo se ha vuelto popular, también, por la ausencia del brazo derecho. Una vez más llaman la atención los caminos que su cuerpo e imaginación han trazado en el aire. Hoy reconocido mundialmente por la velocidad y limpieza de sus ejecuciones, tras el accidente industrial que lo dejó incompleto hace veinticinco años el uso del pulgar y la experimentación física han hecho de su discurso algo digno de escucharse y claro, de mirarse. Es por ello que a Bill lo patrocinan múltiples marcas y que, curiosamente, puede dedicarse a la música de tiempo completo.
Más famoso que ellos es Rick Allen, baterista de Def Leppard (recientemente volvieron a México). Él ya había grabado tres discos del grupo cuando un accidente automovilístico le arrebató el brazo izquierdo. Al igual que los mencionados, remontó el sufrimiento, se rehabilitó y volvió a una batería modificada para que muchos tambores pudieran sonar con pedales en el piso. Así, apoyado por sus compañeros de banda, se preparó durante cuatro años para lanzar con ellos el álbum más exitoso de su trayectoria: Hysteria (1987). Otro célebre baterista accidentado –quien quedó paralítico del torso hacia abajo– fue Robert Wyatt, fundador de Soft Machine. Él cayó de una ventana desde un tercer piso, lo que le provocó una gran depresión seguida por su renacimiento como un compositor mucho más completo, innovador y arriesgado. Verdaderamente notable.
Otros grandes instrumentistas que vieron alterados sus cuerpos son Abraham Laboriel, quien siendo niño perdió parte de un dedo en una licuadora, lo que no le impidió convertirse en el bajista más grabado de la historia; así como Django Reinhardt, magnífico guitarrista gitano de origen belga cuya mano izquierda quedó casi inmovilizada tras un incendio, lo que tampoco lo detuvo en su camino hacia el sitio de las leyendas. Asimismo, son muchos los músicos (sobre todo pianistas) que nos vienen a la cabeza si pensamos, por ejemplo, en la ceguera. Algunos notables han sido los pianistas Lennie Tristano, Art Tatum, George Shearing y sus revolucionarios colegas Ray Charles y Stevie Wonder; el pianista japonés Nobuyuk Tsujii; los guitarristas de blues Willie Johnson y Willie McTell; el cantante de country Ronnie Milsap; el cantautor puertorriqueño José Feliciano y el percusionista Moondog, extravagante, extraordinario artista cuya vida y obra (de la que han sido seguidores Philip Glass, Steve Reich y Janis Joplin) valdrá la pena abordar luego a columna completa.
Dicho esto, y atendiendo a México, pensamos en don Ángel Tavira, violinista guerrerense de fama reciente tras su participación en la multipremiada cinta El violín, de Francisco Vargas. A él le explotó un cohete en la mano derecha siendo joven, cuando ya tocaba la guitarra y el saxofón. Luego de un tiempo, se sobrepuso para abordar el violín, rescatar mucha de la música de su tierra, meterse en la política, triunfar en el Festival de Cine de Cannes y ser maestro en una escuela de Iguala, Guerrero... ¿Quién lo diría? Empezamos hablando de músicos que superan problemas físicos y, como por destino, terminamos hablando, una vez más, de la Tierra Caliente que ha visto desaparecer a tantos hombres injustamente. Don Ángel murió en 2008. Habrá que ver su película nuevamente para escucharlo tocar, pero también para recordar lo que sucede cuando las autoridades se convierten en delincuentes que dejan a una patria amputada. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
Presencia y desaparición del
mundo maya
Vilma Fuentes
La gran exposición Mayas, révélation d’un temps sans fin, que tiene lugar en el museo del Quai Branly en París, es un verdadero viaje en el tiempo y en el espacio. Caminar entre las esculturas, las urnas, las máscaras, los pedazos de murales, los atlantes, transporta fuera del tiempo tal como lo conocemos. Basta mirar los objetos presentados y dejarse llevar muy lejos a un país que todavía existe y que ya no existe. La experiencia es turbadora y es acaso por eso el trastorno, el desconcertante azoro, que sentimos de entrada.
¿Dónde estamos? ¿En París o en México? ¿En Yucatán o en Guatemala? ¿O bien, en un lugar extraño porque es en parte real y en parte imaginario?
En efecto, si no podemos conocer a los mayas verdaderamente, tenemos el recurso de imaginarlos.
La civilización maya clásica se desarrolló en la península de Yucatán desde el sigloIII y fue borrada del mapa a fines del primer milenio después de Cristo.
Cierto, existen numerosas obras de historiadores que narran y explican de manera excelente lo que fueron la civilización y la cultura mayas. Existen también libros sagrados tan importantes como son el Popol Vuh y el Chilam Balam. Pero el misterio persiste, intacto. Porque al contrario de otras antiguas civilizaciones desaparecidas, las cuales dejaron textos escritos antes de su evanescencia, estos libros mayas fueron redactados después de la conquista española y, sobre todo, mucho tiempo después del desvanecimiento de estas civilizaciones, cuando los habitantes abandonaron sus ciudades. Muchos textos mayas fueron quemados o destruidos por los hombres de la conquista y no disponemos de los documentos originales y auténticos escritos por los mayas mismos para explicar la historia verdadera de su desaparición. El primer trastorno provocado por los mayas es la fuerza de su silencio. Callaron y callan todavía. Se han ido dos veces. Pero se fueron en silencio, sin explicación, sin dejar una nueva dirección. Como si se hubiesen desinteresado de nuestro mundo y nos hubieran abandonado.
La abundancia, la riqueza de los objetos expuestos podría equivocar al visitante, provocar el espejismo de una civilización y una cultura vivas. El sentimiento de desaparición, ese vértigo de lo ya terminado que perdura entre ruinas, sólo puede experimentarse caminando entre los vestigios de Chichen Itzá, Tikal, Bonampak, subiendo a lo alto de sus pirámides, o lo que queda de ellas. Cómo no pensar, al visitar esta exposición, en la frase de Paul Valéry inscrita en el frontón del palacio de Chaillot: Nous autres, civilizations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles (Nosotras, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales).
Nos es, así, necesario un gran esfuerzo para tratar de comprender, sin cometer demasiados errores, el mundo tal como lo vivían los mayas, tanto es diferente del nuestro desde cualquier punto de vista. Otra naturaleza, otra cultura, otro pensamiento, otras costumbres, otra historia, otra cosmogonía.
Se habla de una civilización nacida en la selva virgen. Y todo atestigua cuando se admiran las cuatrocientas piezas reunidas e instaladas en el museo del Quai Branly, gracias a una notable museografía del arquitecto Jean Michel Wilmotte.
La relación constante y las múltiples correspondencias entre los mundos animal, vegetal y humano son representadas en todas las piezas expuestas: estelas, estatuas, vajilla, máscaras funerarias, frescos. Como si no hubiese separación entre estos diferentes universos. Conviven en una misteriosa armonía donde el paso de un mundo al otro se efectúa de la manera más evidente y, por así decirlo, natural. Se trata de un espacio encantado, tan sobrenatural como natural. En fin, lo más misterioso es acaso ese inframundo al cual se refieren los mayas, el cual no es ni el paraíso, ni el infierno, ni el purgatorio de la teología católica, sino un espacio inventado y que sigue siendo un enigma. Los arcanos son numerosos en la cultura maya, y el más misterioso es sin duda el fenómeno de su desaparición. Numerosas son las tentativas de explicación propuestas, pero ninguna es segura. La idea de guerras, invasiones, fue eliminada por arqueólogos e historiadores. Los geólogos proponen la idea de una sequía. Pero los expertos científicos dudan, pues una gran sequía deja huellas que serían visibles incluso siglos después. ¿Una epidemia, entonces? También en este caso, los actuales métodos de investigación científica permitirían encontrar pruebas. Ahora bien, no las hay. Nos vemos reducidos a considerar que, a pesar de los trabajos de tantos investigadores, la parte de lo desconocido de la civilización maya es aún más importante que la parte conocida.
Queda la belleza de todas estas obras, estos tesoros expuestos ahora (y hasta febrero de 2015) en el museo del Quai Branly para el regocijo de los visitantes.
“El arte sobrevive a las sociedades que lo crean. Es la cima visible de este iceberg que representa cada civilización desaparecida”, escribe Octavio Paz. Y esta observación parece particularmente apropiada para los mayas. Quizás no podemos comprender sino una pequeña parte de esta cultura y esta civilización, pero sí podemos sentirnos fascinados por la belleza estética de estas esculturas. De ellas emana un poder mágico que sobrevive a los siglos y, al mismo tiempo, poseen una extraordinaria fuerza moderna. Y sí, se trata en efecto de la revelación de un tiempo sin fin, como reza el título de la exposición. No puede dejar de recordarse el poema de Gorostiza: Muerte sin fin. Aquí, ahora, allá, ayer, hoy, los mayas nos ofrecen una vida sin fin.


El encuentro con el universo maya nos coloca frente a un pensamiento diferente al nuestro. Es quizás eso lo que vuelve tan precioso este reencuentro: tenemos siempre algo qué aprender de ésa, de ése o de ésos que  nos son tan lejanos y cercanos.


La escritora en las escalinatas del auditorio del Colegio de México, mientras en el interior se realiza el Coloquio Internacional en Homenaje a Elena Poniatowska, 24 de septiembre de 2003. Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada
Elenita, como la llaman miles en México, es también Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor. Nació en Francia, en una familia aristocrática descendiente de la realeza polaca. Cuando ella tenía diez años, su familia huyó de la segunda guerra mundial y así llegó a México con su madre Paula y su hermana Kitzia. Vio la pobreza por primera vez y dice que su vida cambió para siempre. Fue un remolino que explica todo lo que siguió: la historia de una princesa atípica que se volvió reportera en un país machista y clasista. Shadow, su perro, se cuela por debajo de su brazo.
Es enorme, no puede pasar desapercibido pero se mueve con suavidad y así le roba comida del plato. El precioso labrador negro se traga una pasta gratinada y Elena ni se inmuta, es algo que ocurre seguido en su casa. Entonces entra Martina. Ordena con voz firme y el perro sale regañado, directo a su cama en medio de la sala, aunque por la noche duerme en un sillón junto al cuarto de Elena. Vigila sus sueños.
entrevista con Elena Poniatowska
Paula Mónaco Felipe
–¿Siempre tuviste perros?
–Siempre. Acuérdate de que mi abuela fundó la Sociedad Protectora de Animales. Yo viví casi con treinta perros que tenían nombres de óperas: RigolettoNormaTosca. A la hora del desayuno les hablaba mi abuelita; a cada uno le tocaba: “tú una flauta”, “tú una concha”, “tú un Garibaldi”, “tú una dona”, así, según los gustos de cada perro.
–También has tenido gatos, canarios.
–Sí, pero con los canarios sentí que era un grave error porque yo les quería abrir la jaula y parece que es lo peor que puedes hacer porque los matas, no se saben defender. Cuando conocí a Rosario Ibarra de Piedra vino a la casa varias veces y como veía que los niños eran muy animaleros llevaba de regalo tortuguitas chiquitas, conejos, pollitos que invariablemente se morían o se perdían, porque a las tortuguitas si las dejas un ratito en el pasto para que dizque les dé el sol, regresas y, despacito, pero ya se fueron.
–A los veintiún años publicaste tus primeras notas. ¿Por qué empezaste a escribir?
–Empecé antes, en el convento de monjas en Filadelfia. En una revista que se llamaba The Current Literary Coin (El centavo literario corriente), la tengo por allá arriba. Escribía sobre Juana de Arco, sobre Napoleón, sobre qué significa no tener nada qué ponerse; ya ves que las niñas dicen siempre: “Ay, yo no puedo ir porque no tengo ningún vestido.”
–Y luego empezaste a publicar en prensa.
–De un día para otro entré al periódico Excélsior, a la sección de sociales que después Bambi, Ana Cecilia Treviño, que era una periodista muy linda, le quitó eso de “Sociales” y le puso “Sección B” porque le metió entrevistas.
–¿Cómo fue?
–Llegué al Excélsior a ver a un señor que era el jefe de Sociales. Se llamaba Eduardo Correa y me dijo: “Hágale una entrevista a mi sobrina.” En la noche fui con mi mamá a un coctel para el nuevo embajador de Estados Unidos, que se llamaba Francis White. Excélsior era muy progringo; entonces le hice una pequeña entrevista y la publicaron. Entonces me dijo el Correa: “Tráigame otra mañana”, y yo dije: “En la torre, ¿a quién?” Porque de México yo no sabía, de veras nada. Venía de un convento de monjas, sólo sabía que quería hacer algo que no fuera sólo casarme y tener niños o tener una casa y todo muy bonito, la mesa muy bonita y que los roperos olieran a lavanda.
–Pero, ¿por qué quisiste ser periodista? No había muchas mujeres haciéndolo.
–Porque pensé que era fácil. La verdad quise ser médico y fui a la universidad, pero no me revalidaban los estudios del convento. Ahí sí me faltó mucho carácter. Mi papá me dijo: “Mejor secretaria ejecutiva en tres idiomas”, y lo hice, pero era muy mala. Me pusieron de telefonista, tenía una voz súper aguda y entonces decía: “Laboratorios Internacionales Insa” y todos han de haber pensado: “¿Por qué nos contesta esta rata que se está ahogando ahí?” Estuve tres meses y no me agarraba, no me decía nada lo que estaba haciendo.

Una mujer no identificada y las escritoras Elena Poniatowska y Elena Garro en 1968. Foto: Héctor García/ Coordinación Nacional de Literatura de la UNAM
Ser periodista me empezó a interesar porque me empezó a interesar conocer México. Yo había vivido aquí una vida muy francesa. Montaba a caballo en el Club Hípico Francés; iba al golf; mis amigas eran de lasscouts de Francia y luego eran del liceo Franco-Mexicano, entonces todo era puro francés y más francés y todo el rato francés.
A mí me daba muchísima curiosidad lo que decían las muchachas. ¿Cómo eran sus vidas? ¿Cómo eran sus novios? ¡Sus condiciones eran tan distintas a las mías! Me daba risa que una se metía al tinaco, se tallaba con un zacate y entonces el agua les llegaba toda sucia abajo a los patrones. Eso se me hacía muy chistoso. Me solidarizaba mucho con eso.
–¿Y luego?
–Se volvió una rutina. Yo hice una cosa malísima, te voy a decir –bueno, yo siempre estoy diciendo las cosas malísimas que hice–, porque debí dejar el periodismo pero nunca lo he dejado. En cierto momento me agarró lo que se llama “el maquinazo” que es hacerlo a güevo, diario, en vez de probar otra cosa, decir: “Me voy a amarrar las manos y a leer más”, o me voy a lanzar a otra cosa. Ahora me digo: “Tú te lo buscaste, escribes porque escribes.” Ya no puedo cambiar de oficio.
–¿Por qué seguiste en ese ritmo?
–Por coyona, porque no sé decir que no. Te piden: “¿Por qué no me ayuda a dar a conocer a mi hijo? ¿Por qué no le hace una entrevista a mi tía que tiene años escribiendo o bailando?”, así. Yo me sentía comprometida con todo el mundo porque tengo un grado de ingenuidad y creo que todo lo que me dicen es la verdad, y que todo lo que me piden es de vida o muerte. Entonces tienes que acceder, acceder, acceder.
La Poni, como también la llaman muchísimas personas, es la primera mujer que ganó el Premio Nacional de Periodismo en México (1979). Un año antes le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia por su libro La noche de Tlatelolco, pero lo rechazó preguntando: “¿Quién va a premiar a los muertos?”. Ferrocarrileros, mujeres pobres, costureras, indígenas, artistas, víctimas de represión, mujeres olvidadas y activistas políticos son los protagonistas de sus textos.
–Escribes sobre personas destacadas y poderosas pero también sobre marginados y olvidados. ¿Por qué?

Elena Poniatowska con uno de sus nietos.
Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada
–Lo de los marginados apenas me lo permitieron. En Excélsior, cuando inicié, no se podía hablar de pobreza ni de miseria, se decía que denigrabas a México, que estabas haciendo casi un trabajo antipatriótico. Yo decía: “¿Pero cómo? ¡Si es para mí lo más inesperado, es muchísimo más creativo!” Porque podía prever lo que iban a decir las gentes de determinada clase social a la que yo pertenecía, pero no podía prever a un personaje como Jesusa Palancares (mujer pobre que se sumó a la Revolución, protagonista de Hasta no verte Jesús mío).
–Dices que querías conocer México. ¿Algo en particular?
–A mí me impresionaba y me sigue impresionando la gente. La lucha que hacían; la gente que espera el camión, la gente que no te mira en el Metro o te mira de reojo. De todo ese mundo yo quería conocer, la gente común, porque finalmente todos somos gente común.
–Pero antes la gente común no era noticia, fueron incluyéndola con el trabajo de personas como tú.
–No era noticia y era rechazada. Te decían: “¿Para qué quiere usted entristecer a los lectores?” Yo me salí de Novedades porque me dijeron: “Vuelta a la normalidad, usted ya no puede publicar un solo artículo sobre el ’68 o sobre el terremoto.” Por eso entré a La Jornada cuando se fundó.
–La represión de 1968 y el terremoto de 1985 marcaron tu carrera. ¿Cómo te involucraste en esos temas?
–En el ’68 tuvo mucho que ver Guillermo Haro (su exesposo), porque era director de Astrofísica en la UNAM. Y en 1985 empecé haciendo todo lo que hacen los ciudadanos: hervir agua, llevar agua y sándwiches, enterarme de que la gente conserva miles de medicinas caducas y manda hasta pelucas y camisones peek-a-boo, vacían sus clósets de pieles viejas, cosas increíbles. Una noche acompañé a los damnificados, hicimos una fogata y empezaron a ponerse los camisones y las pieles para bailar. Era ridículo, parecía película italiana. Me acuerdo la risa que nos dio. Empecé a hacer labor social y además me llevé a Felipe y a Paula (dos de sus tres hijos).
–Mucho se dice en la teoría que el periodista debe tomar distancia: llegar, registrar y reportar. ¿Qué piensas?
–Yo no tengo la menor distancia, no sé qué es eso. Tengo mucha capacidad de recortar al prójimo pero nunca he tenido ni tantita distancia.
–¿Y es buena o no esa distancia?
–No te puedo decir más que lo que a mí me ha pasado y no tengo ninguna distancia, soy superapasionada. No soy objetiva, como siempre dicen.
–En tu vida, ¿qué ha significado esa imposibilidad de tomar distancia?
–Es un desgaste muy grande. Dejas parte de tus bofes, como dicen, dejas tus entrañas, porque en el periodismo todo lo vuelves parte de tu vida. Fíjate que tuve muchas oportunidades. Por ejemplo, Raúl Velasco era periodista del Novedades y no sabes la cantidad de faltas de ortografía que tenía. Entonces yo lo corregía, aunque a él le entraba por una oreja y le salía por la otra. Pero a raíz de eso dijo: “Es una buena cuata” y me invitó a su programa de televisión Siempre en domingo, que tenía mucho éxito. Me invitó a ser hostess, anfitriona, la que recibía a la gente. Dije: “¿Yo qué voy a hacer ahí?” Porque era cosa de presentarse peinada, maquillada, con un vestido largo, strapless, todo eso. ¡Puaaaj! Y no lo hice.

Con Carlos Monsiváis en 2000 .
Foto: Frida Hartz/ La Jornada
Todo ese tipo de cosas que luego me ofrecieron siempre decía yo que no. A lo que he sido más fiel ha sido finalmente a las causas sociales, siento que tengo con ellas una obligación moral que nunca he tenido con ninguna otra cosa.
Atiende el teléfono cada vez que suena y su número está en el directorio. La sala de su casa parece consultorio médico porque no niega entrevistas y así desfilan desde afamados a nóveles reporteros. Su agenda nunca tiene páginas en blanco; corre de un lado al otro junto a su chofer, Conrado. Aunque los médicos le han recetado reposo por problemas cardíacos, la palabra descanso parece no existir para ella. Corazón desobediente de ochenta y dos años, asiste a cada lugar a donde la invitan y no abandona las causas que ha respaldado a lo largo de su vida, sobre todo de izquierda y el feminismo.
–¿Por qué te has sumado a un montón de causas?
–Mane, mi primer hijo, me cambió la vida; a él le debo lo que soy. Su nacimiento me marcó para estar del lado que nada tiene que ver con los triunfos. A partir de Mane supe lo que significa estar del otro lado de la barrera.
–¿Qué te conmueve?
–Me conmueve mucho la indefensión de la gente, el hecho de que unos tengan todas las oportunidades y otros ninguna. Por ejemplo, que Martina (quien la cuida y atiende) no tenga más oportunidades siendo más inteligente que la mayoría de los pinches políticos mexicanos, porque tiene mucho más sentido de las cosas y de la realidad que ellos. Me conmueve que unos tengan todo y otros no tengan nada.
–¿Qué piensas sobre el lugar de los intelectuales en la sociedad?

Con los Premios Nobel José Saramago y Nadine Gordimer en 2006 Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada
–Recuerdo que hacían conferencias sobre el intelectual en su torre de marfil, sin salir, dedicándose a su gran obra. Yo creo que en América Latina eso no funciona, porque la realidad es tan fuerte que te avasalla, entra a tu casa y no puedes estar aquí escribiendo versos o lo que se te antoje si afuera se está derrumbando un país.
–¿Por qué te sumaste a la causa que lidera López Obrador?
–Porque vino López Obrador y se sentó ahí en 2004. Me dijo que le ayudara a lo del desafuero. “¿Pero por qué yo? ¡Yo no sé ni dirigir mi casa!” Empecé a ir y entró ChanecaMaldonado, entonces hicimos muchas cosas juntas porque ella es muy dinámica y super organizada. Yo la miraba con mucha admiración. Luego ya hubo reuniones y los mítines en el Zócalo que me emocionaron muchísimo. Yo nunca había estado en contacto así con la gente, yo le entendía a López Obrador. Lo que no me gustaba nada es que hacía esperar.
–Y esa militancia, ¿te ha traído consecuencias?
–Sí, un montonal, un montonal de rechazo y problemas personales. Una vez me chocaron el coche. Me hablaban por teléfono y nunca me bajaban de “puta vieja, puta vieja”. Una noche sonó el teléfono y una voz muy amistosa me dijo: “Elenita, hay un hombre en su jardín, tenga usted cuidado.” Entonces prendí todas las luces. Me puse la bata. Abrí todas las puertas, hasta la de calle, y no había nadie. Esa noche me senté en la calle y lloré. Sentí que había una ola de rechazo y de odio muy grande.

De pie: Benjamín Wong Castañeda, Iván Restrepo, Elena Poniatowska, Margo Su, Héctor Aguilar Camín. Sentados: Carlos Monsiváis, Granados Chapa, Carlos Salinas de Gortari, Gabriel García Márquez y León García Soler Foto: Cuartoscuro
–¿Mucha gente se alejó de ti?
–Sobre todo mucha gente del poder y de mi medio social. Consideran que me pasé de un lado que para ellos es casi una traición.
–¿Y por qué has seguido de ese lado?
–Voy a seguir hasta que me muera, ya no puedo dar vuelta atrás. Porque es algo que escogí y es algo que tiene que ver con el amor; es algo que yo amo.
Elena es confiada y amiguera. Vive derrochando los que llama “abrazos rompecostillas”. Cuando regala un libro, escribe dedicatorias amorosas y decoradas. Dibuja flores, corazones y hasta colorea. Tanto en la calle como en eventos a los que asiste, los lectores se arremolinan y le cuentan sus pesares. Es capaz de firmar mil ejemplares si no llega alguien para obligarla a decir basta.
–¿Qué parte disfrutas más del periodismo: hacer tus textos o verlos publicados para que lleguen a otra gente?
–A mí me gusta muchísimo hacerlo. Y claro, fíjate que publicar es una parte del periodismo muy gratificante, y no sucede con los libros, porque el libro lo haces y no sabes qué te van a decir, mientras que en el periódico es inmediato el gusto o que te digan qué porquería. Pero también el periodismo es tremendo, porque nunca sabes cómo te van a tratar, si van a cambiar la cabeza que tú pones, si te van a publicar en la página 18 o en la 35. Si te publican en primera es una enorme sorpresa y ese día te sientes la achichornia, ¡qué padre! Además crees que otros se fijan en lo que tú haces, aunque a veces ni se enteran porque ahora lo que funciona es la televisión. A mí me dicen mil veces más: “te vi en la tele” que “leí tu libro”.
–El sentido común indica que el periodista está un escalón o varios por debajo del escritor. ¿Tú qué crees y cómo te defines?
–Si eso dicen los críticos han de tener alguna razón, pero yo nunca voy a dejar de ser periodista porque es mi oficio. Nunca digo que soy escritora para que no se vayan a enfurecer todos, pero personalmente no le veo tantísima diferencia. Dicen que el periodista finalmente está repitiendo lo que dicen los demás, que no es un inventor, no es un creador, pero cuando estás haciendo un libro tampoco uno es tan tremendamente original. Escribe uno a partir de la abuelita, la tía Cuquita, lo que se ve en la esquina o leíste en los periódicos; te nutres con la vida de todos los días a menos que seas ET, un personaje de Marte.
–¿Han sido tiranos contigo los escritores, el medio de los intelectuales?

Al recibir el Premio Cervantes del Rey Juan Carlos de España, abril de 2014
–Siempre me consideraron una pinche periodista.
Y llegó el día en que la “pinche periodista” recibió el Premio Cervantes, la mayor distinción en las letras hispanas (23/04/2014).
Fue la cuarta mujer de la historia en conseguirlo y en su discurso dijo ser una especie de Sancho Panza. Habló de mujeres olvidadas, ninguneadas, asesinadas.
La acompañaron sus hijos, su nuera, su yerno y sus nietos. Peleó para que los dejaran asistir a todos. Enfundada en un huipil mexicanísimo, recibió la figura metálica que ahora adorna su sala entre plantas, libros, fotos y artesanías.
–Has recibido muchos premios y doctorados honoris causa, ¿cómo te sentiste con el Cervantes?
–Fue muy sorpresivo porque en primer lugar me avisó el ministro de Cultura pero todo el tiempo yo creí que me estaba hablando Winston Manrique, el director del suplemento cultural [del diario El País], porque había muerto Doris Lessing y me pidió un artículo. Creí que le había faltado un párrafo, entonces estaba todo el tiempo diciendo “Winston, Winston”, hasta que se enojó el ministro y gritó: “¡No soy Winston y es la tercera vez que le digo que usted se sacó el Premio Cervantes!” Como diciendo: “Esta vieja no entiende nada.”
Era muy temprano en la mañana y le dije a Martina: “Me saqué un premio.” Al rato, cuando llegaron los periodistas de veras entendí y me dio gusto. Lo dan los miembros de las academias de América Latina y España. Yo creo que las mujeres hicieron inclinar la balanza a mi favor porque había candidatos superimportantes que además son mis amigos. Estaban Eduardo Galeano, Fernando del Paso, Sergio Ramírez y algún otro que se me va.
–¿Eso se puede decir?
–Sí, tú puedes decir lo que quieras. Yo estaba sorprendidísima de que me lo dieran a mí.
–¿Qué ha representado para ti recibir ese premio en este momento, a tus ochenta y dos años?
–Mi primer pensamiento fue que era muy importante para mis hijos. Pensé: van a darse cuenta de que valió la pena esta vida atornillada frente a una máquina de escribir primero y una computadora después. Porque Paula dice que a ella la arrulló el sonido de la máquina de escribir y Felipe, cuando le dijeron que hiciera un retrato de su mamá, pintó una máquina de escribir. A mí me dolió muchísimo, pero luego una mamá me consoló y me dijo: “¿Sabes a mí qué me hizo mi hija? Pintó un gran espejo y enfrente un monito y me dijo que yo era ese monito.” Entonces dije bueno, salí mejor parada.
El premio fue como justificar frente a mis hijos que yo los dormía muy temprano, que “al arrurrú niño, al arrurrú niño, pico de coral, brr brrr, ya duérmanse”, todavía hacía luz y ya había cerrado las cortinas del cuarto para escribir.
–¿De verdad no esperabas que te lo dieran?

Sosteniendo el Premio Valor en el Periodismo otorgado por el International Womens Media Foundation, octubre de 2006. Foto: IWMFStan HONDA
–No. De veras no entendía que era el Cervantes, porque es cierto que el periodismo sí te enseña humildad: te hacen esperar para darte la entrevista, te dicen que sí pero no, y cuando llega el artículo al periódico nunca sabes qué trato le van a dar. Si lo van a poner hasta la última página, si te van a decir no hubo espacio, le cortamos la mitad, si lo van a dividir en tres partes o no se qué. Estás a merced de otros y es una lección de humildad. Además, nunca he sido una gente que digas cuánta seguridad; nunca he podido decir las dos palabras que oigo que dicen todos “mi obra, ay mi obra, mi obra”. Nunca he podido decir eso porque pienso “qué vergüenza”.
–Muchos escritores sueñan con ganarse el Nobel. ¿Y tú?
–Tengo ochenta y dos años, siento que, como dicen, ya estuvo bueno. ¿Crees que sí sueñan?
–Algunos tienen ansias de premios, ¿para ti son importantes?
–No. Ya tuve un premio muy importante, ahora pienso en algo que no pensaba antes: la muerte. En que me tengo que apurar, que me queda muy poco tiempo. Pienso en la salud, en no caerme en la escalera, en abotonarme tantos botones para que no me dé gripa. Pienso en la vejez y sobre todo en la muerte; no pensaba en eso antes de sacarme el Cervantes.
–Es el premio más importante en la literatura hispanoamericana. ¿Te felicitó el gobierno?
–Mandó un tuit Peña Nieto. Sólo eso.
–¿Te sentiste agraviada, te importó?
–Repetí en mi cabeza algo que decían; que la cultura debe estar por encima de la política. No me dolió, estuve muy contenta.
–De lo que has hecho en tu vida, ¿qué te ha gustado más?
–Me dio mucho gusto Mane chiquito, Felipe chiquito, Paula chiquita. Me dio mucho gusto mi mamá. ¿Tu mamá fue tu abuela, verdad? ¿Y sí la sientes como mamá?
Elena voltea los roles a cada rato porque no puede evitar hacer preguntas. Arranca con una y ya no puedes frenarla. Bombardea con dudas que siempre hacen de la entrevista una conversación entretenida. Hace las mejores y más difíciles preguntas. Sabe escuchar.
–Volvamos a ti. ¿Tus hijos te cambiaron mucho la vida?
–Sí, porque los hijos te enseñan una serie de cosas que tú ni sospechabas. Te llevan de la mano a cosas que tú dices: “¡Híjole! ¿Qué es esto?”
–¿Qué te gusta de tu vida, qué te ha gustado? ¿A quiénes o a qué has amado?

de ser condecorada con la Legión de Honor que le confiere el gobierno de Francia, septiembre de 2003 Foto: José Antonio López/ La Jornada
–Me gusta mucho la gente con quien me relaciono, la que amo. Amo mucho a mis hijos, a mis nietos y por ejemplo a mí me enriquecen muchísimo Jesu y Lili [Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe]. Me marcó muchísimo el amar a mi mamá pero en los últimos años de su vida, que yo pude hacerla feliz, le escatimé por estar duro y dale frente a la máquina de escribir, es algo de lo que me culpabilicé muchísimo. También fue importante Guillermo Haro; su rigor científico, su amor a México. Me marcó muchísimo el dibujante Alberto Beltrán porque me jaló hacia la gente, me abrió la puerta a un México que ni sospechaba. Marta Lamas los domingos me invita al cine y pienso: “Qué buena gente, invita una viejita al cine.” También en general cuando voy a dar una conferencia percibo el cariño de la gente porque vienen y me regalan una manzana, una bolsa de pan, cosas así.
–¿Te sientes querida?
–Me siento querida. Ahora en Xalapa hubo como ochocientas personas y las que se quedaron afuera gritaban: “¡Elena, Elena!” Eso se lo atribuyo mucho quizás a La noche de Tlatelolco, pienso que es por eso pero no sé. Es algo que agradezco mucho.
–Se te considera una periodista y escritora exitosa. ¿Eso para ti es importante?
–Yo no vivo en función de cómo me ven, porque estaría muy preocupada de salir a la calle vestida de determinado modo y soy una persona que sale, hasta Martina me dice “¡Cómo se va a ir así! Le van a decir…” Que digan lo que digan. Ahorita lo que me preocupa es vivir los suficientes años,ver crecidos a mis nietos y no enfermarme. Lo que tú no puedes hacer a mi edad es estorbar o impedir que la vida de otros siga su curso. ¿O qué piensas?
–Creo que no te debe preocupar eso de estorbar, más bien tendrías que pensar en pasarla bien y estar con tus nietos.
–Sí, pero fíjate que yo no tengo mucha facilidad para pensar en pasarla bien o en buscar lo mejor para mí, nunca he sido así y eso es malo. Buscar ser feliz o buscar comer riquísimo, creo que me he negado por la educación, la formación, los complejos, la culpabilidad. Eso ya no me lo quité, ya es demasiado tarde pero también una tiene muchas cosas. ¿Verdad que una está hecha de muchos pedacitos?