miércoles, 1 de julio de 2015

El macabro saldo de 159 muertos en las minas de México

MinaDel millonario e inmoral negocio de las minas en México ya hemos hablado varias veces, sobre todo concretándolo en el terrible caso de Pasta de Conchos donde la empresa, con la connivencia del gobierno, se niega a rescatar los 65 cadáveres de las víctimas de hace 7 años. Pero todos mineros están planetando una lucha colectiva. Nos lo cuenta Arturo Rodríguez García en Proceso.
MÉXICO, D.F. (apro).- El pasado 25 de diciembre, las actividades no cesaron en un pocito de carbón clandestino ubicado cerca de la villa de Barroterán, Coahuila, a pesar de tratarse de un día de descanso obligatorio.
Inicialmente, el patrón, Juan Manuel Lares, había dado instrucciones a sus trabajadores de que no se presentaran a trabajar hasta enero; sin embargo, de último momento cambio de opinión y citó a cuatro trabajadores. Poco antes de terminar el turno, una enorme roca se vino abajo, cubriendo por completo a Javier Alejandro Martínez Álvarez.
La roca cayó sobre su cabeza, la quijada se le fracturó. Las secuelas del golpazo son más que evidentes: actualmente, presenta convulsiones, su rostro está cubierto por marcas de costura que no cicatrizan. No puede mover los hombros y tiene todas las vértebras saltadas. El frío del norte, a veces bajo cero, lo hace gritar del dolor en la pierna izquierda, sujeta por cinco clavos que llevará de por vida para mantener su extremidad en su lugar. Javier Alejandro tiene 32 años, esposa y dos hijos pequeños.
Hace siete años, su tío Jesús Álvarez, murió en la mina Pasta de Conchos. Como sucede en esa región, las familias de obreros mueren en la miseria, por accidentes en minas propiedad de otras familias que viven millonarias por el carbón… como Javier Alejandro, empleado de Juan Manuel Lares, en cuyos pocitos han quedado lisiados varios mineros y dos han muerto.
El pasado 19 de febrero, al cumplirse siete años del derrumbe en el que murieron 65 trabajadores en la Mina 8 Unidad Pasta de Conchos, el gobierno de Enrique Peña Nieto informó que se realizaría un peritaje para determinar si es posible recuperar los 63 cuerpos que continúan dentro de la estructura colapsada.
Durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, la secretarías del Trabajo y Previsión Social (STPS) y de Economía (SE) se valieron de informes falsos y dictámenes tergiversados, para avalar que la mina continuara cerrada y los cuerpos insepultos. Fue imposible saber qué ocurrió y a la averiguación previa federal se le dio carpetazo.
De acuerdo con el oficio número OS/057/13, de fecha 11 de febrero de 2013, el titular de la STPS, Alfonso Navarrete Prida, solicitó al procurador general, Jesús Murillo Karam, un nuevo peritaje para saber si las condiciones de Pasta de Conchos hacían factible la recuperación de los cuerpos, como piden los deudos agrupados en la organización Familia de Pasta de Conchos (FPC).
La información fue dada a conocer durante la misa en la que cada día 19 de cada mes, participa la FPC frente al edificio corporativo de Grupo México –propietario de la mina—en la colonia Polanco de esta ciudad. En su mensaje, la presidenta de la FPC, María Trinidad Cantú, madre de Raúl Villasana, fallecido en Pasta de Conchos, calificó el anuncio como “una luz de esperanza” y reconoció que Navarrete Prida había cumplido su palabra, pero advirtió que era apenas el comienzo.
El lema del memorial fue “Rescatar a los vivos para honrar a los muertos”, pues a la FPC se han sumado familiares de los 94 mineros fallecidos en accidentes posteriores a Pasta de Conchos.
En total, se cuentan 159 trabajadores muertos por condiciones inseguras en siete años, la mitad en los tiros verticales, llamados pocitos que abastecen a la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
  • Política letal
A diez años de su creación, la paraestatal del gobierno de Coahuila, Promotora para el Desarrollo Minero (Prodemi), se ha convertido en el instrumento que posibilita la subsistencia de un tipo de minería letal, ajena a controles de seguridad social, laboral, e incluso, fiscal y penal.
En los pocitos han muerto cientos de trabajadores y otros muchos están incapacitados de por vida, sin siquiera estar registrados en el IMSS; por sus condiciones estructurales, utilizan a menores de edad, y, por los vacíos legales de que gozan, el narco está en el negocio.
Creada por decreto del entonces gobernador, Enrique Martínez y Martínez –actual secretario de Agricultura de Peña Nieto—, desde el 28 de marzo de 2003 la Prodemi funge como intermediaria de los “pequeños productores” de carbón, a quienes compra el mineral para vendérselo a la CFE. Los poceros no cumplen regulaciones internacionales a las que está obligada la CFE y, con Prodemi, se le saca la vuelta a los impedimentos.
La CFE cuenta con dos carboeléctricas en el municipio de Nava, en Coahuila, que se nutren de carbón metalúrgico. Casi la mitad del carbón que usan (47%), es comprado a los poceros vía Prodemi, por encima del precio internacional so pretexto de procurar el desarrollo de la región.
En la proveeduría de las minas mortales han resultado beneficiados actores políticos del PRI, PAN y de la izquierda, ya sea como propietarios de minas, brokers o por controlar la Prodemi desde el gobierno estatal. (Proceso 1801 y 1805).
Desde su creación, la Prodemi retiene un porcentaje por tonelada comprada a los productores, de manera que obtiene cerca de 500 millones de pesos anuales cuyo destino se desconoce.
Por si fuera poco, el gobernador Rubén Moreira y la Procuraduría General de la República (PGR) revelaron el año pasado que la operación de los pocitos fue infiltrada por el narco y varias de las proveedoras de Prodemi se encuentran bajo investigación federal.
Con todo, Rubén Moreira ha rechazado que los pocitos sean cerrados, en tanto, en el ámbito legislativo federal, una oscura maniobra canceló la posibilidad de la prohibición de esas explotaciones mineras, durante la reforma laboral aprobada a finales del año pasado.
El 28 de septiembre, la Cámara de Diputados aprobó la reforma laboral que, en el artículo 373-A de la Ley Federal del Trabajo, contemplaba la prohibición de los pocitos. El párrafo de la prohibición fue mutilado durante su envío al Senado, donde los grupos parlamentarios desoyeron los reclamos por el borrón.
Con ello, los poceros y la Prodemi, aspiran a un contrato superior a los 3 mil millones para este año, que se encuentra en proceso de concretarse con la CFE, no obstante las irregularidades detectadas en el padrón de empresas y contratistas que integró el gobierno de Coahuila.
  • El padrón reordenado
Con informes falsos, ilícitos impunes y, en investigación por presuntas implicaciones con el narco, empresarios carboneros de Coahuila, pretenden limpiar su historial de trabajadores muertos y heridos, para renovar los contratos con CFE.
El gobernador de Coahuila, Rubén Moreira y su hermano, el exgobernador Humberto, dijeron, por separado, que en la minería carbonífera se había metido el narco. El 20 de agosto, el gobernador Rubén, sostuvo que se había planteado el reto de ordenar el sector, pero el mismo tiempo, rechazó el cierre de los pocitos y pidió trabajar en el reforzamiento de las medidas de seguridad.
En los meses siguientes iniciaron los trámites para la renovación contractual. Conforme al Manual de Asignación de Contratos, publicado en enero de 2011 en el Periódico Oficial de Coahuila, en el comité no figuran la STPS ni el IMSS, ni la secretaría de Hacienda.
Dicho manual y la conformación del comité de asignación, hace posible que se mantenga en la opacidad cómo se obtienen 2.57 millones de toneladas de 71 empresas, ni cómo se cumple con casi 800 mil toneladas más, pues el contrato de Prodemi con CFE es por 3.3 millones de toneladas. La STPS detectó que existen 48 contratistas con pocitos clandestinos, que venden a las proveedoras de Prodemi, pero el gobierno del estado desestimó la información.
La STPS pidió el listado de las 71 empresas que tienen o tendrán contrato con la CFE, a fin de realizar un operativo de inspección. APRO obtuvo el listado tras las inspecciones y el resultado fue revelador:
En el contrato de 2010, se asignaron 2.15 millones de toneladas de carbón y había mil 849 trabajadores registrados en el IMSS; ahora, para el nuevo contrato, se asignan 2.57 millones de toneladas, pero sólo hay mil 308 trabajadores registrados en el IMSS.
Lo anterior es posible a través de las 71 empresas que Prodemi pretende contratar, de las cuales 23 carecen hasta de registro patronal y, por lo tanto de trabajadores registrados en el IMSS. Se trata de las empresas Black Fossil; Carbonífera La Moderna; Excamin; Genaro Quiroga Rivera; Impulsora JBN; Grupo Empresarial MG; Minera Don Beto; Fósiles Minerales y Minera Carbonífera Mupo.
También Drumak; Fósiles Industriales; Logística y Recursos Comerciales; Mex Monclova; Dinsa; Comercializadora de Minerales y Derivados La Encantada; Fénix Tecnoservicios; Minerales y Transportes; Fosiles Industriales; Logística y Recursos Comerciales; Mex Monclova; Fluorita de Muzquiz; Impulsora Especializada en Desarrollo Carboníferos y, Carbonífera Morín.
Al realizar la búsqueda de las empresas que no tienen trabajadores en el IMSS, y contrastarla con el listado de las 71 empresas, APRO encontró que 18 de éstas tienen menos de 15 trabajadores registrados, siendo que esa es la cantidad mínima para operar un pocito conforme a la reglamentación vigente.
En su operativo, la STPS detectó datos falsos. Minera Agropecuaria Ejidal La Angostura; Minera Internacional de México; Minera 2G; Minera La Misión, y Pech&Mining, dieron ubicaciones de pocitos donde no existen, pero la Prodemi las dio por buenas.
Peor aún. Debido a la falsa información que proporcionaron las empresas a la Prodemi, la STPS encontró que 32 empresas no tenían antecedentes de inspección ni historial de capacitación, adiestramiento ni verificación de condiciones generales de trabajo.
  • Impunidad total
Este año hay elecciones municipales en Coahuila. En Progreso, el exalcalde Federico Quintanilla quiso ser candidato del PRI por segunda ocasión, pero no lo logró. Hace unos meses, el 25 de julio, en uno de sus pocitos de carbón murieron siete trabajadores.
Conocido como Lico, el político es dueño de Minera El Progreso, y de Rodamientos y Equipos de Sabinas, en la que murió un trabajador en 2010. Su actividad empresarial acumula ocho muertos en dos años.
El domicilio legal de sus empresas es el mismo que el de Operadora Industrial Minera, pero en los trámites para ser proveedor de Prodemi aparece otro representante. La Prodemi considera darles un contrato a cada una que, entre las tres, suman 45 mil toneladas de carbón. Las tres, tienen sanciones pendientes de la STPS.
Entre las empresas que la Prodemi desea mantener en su padrón, se encuentran varias de las que tuvieron siniestros con saldo de muertos y heridos. De las 71 empresas del listado, 37 tienen sanciones pendientes por infracciones graves a las normas de seguridad e higiene.
Las sanciones del trabajo, conforme a la Ley de Coordinación Fiscal, deben ser cobradas por el estado o el municipio, pero los poceros tienen influencias, como en el caso de Lico Quintanilla, o de la familia González Garza, por ejemplo. Los González Garza, son propietarios de varias empresas mineras algunas en asociación con la familia Montemayor Seguy, la familia de Rogelio, el exdirector de Pemex.
En mayo de 2011, 14 carboneros murieron en un pocito, propiedad de los González Garza-Montemayor. El alcalde de Sabinas es Jesús María Montemayor, hijo de uno de los accionistas. (Proceso número 1805).
Con las multas impagas y teniendo como único cliente al gobierno de Coahuila, nadie cobra las multas y nadie las paga. Mucho menos se abren averiguaciones previas por las muertes.
Son los casos de Alvaram de Agujita, de Vanessa Álvarez, en cuyo pocito murió un trabajador el 1 de mayo de 2012. La STPS emitió una sanción en abril de 2012. Carbonífera Manantial, representada por Genaro Garza Guerra, es dueña del pocito Los Sabinos, donde se registró un accidente con saldo de un muerto en diciembre de 2007.
Otro caso es Minera Díaz, propiedad de Jesús Díaz. En febrero de 2012, cuatro de sus trabajadores sufrieron un accidente en el trayecto al pocito. Murió un trabajador y un menor de edad quedó lisiado. De los cuatro obreros, tres no estaban registrados ante el IMSS.
También Minera Zeduvik, que tenía un pocito clandestino en el que, en 2009, tuvo un trabajador muerto que no tenía registro en el IMSS.
Aun cuando hay empresas en investigación federal por vínculos con el narco (Proceso 1880) se les asignará contrato. Entre esas está Grupo Empresarial MG, cuyo representante fue detenido por el ejército en Saltillo, en abril de 2012, y presentado como operador de Los Zetas.
También Impulsora JBN, así como Minera Carbonífera Las Cuatas, cuyo representante es Joel Bermea Castillo, hermano de José Reynol, propietario de Carbonífera La Mariana, quien fue detenido por la Marina.
A las numerosas irregularidades en que incurren 69 de las 71 empresas, en materias de trabajo, seguridad social, seguridad laboral, e incluso, fiscal y penal, se suman los contratistas con minas clandestinas, como aquella en que quedó discapacitado Javier Alejandro Álvarez, y que, sin tener contrato con Prodemi, abastecen a las mineras que si son proveedoras de carbón para generar electricidad.

jueves, 25 de junio de 2015


Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Nostalgia ochentera
México se ha vuelto otro tan distinto al que conocimos que brinca la nostalgia y otorga vigencia al adagio tonto del tiempo pasado que fue mejor. A mí me da por extrañar los años, no muy lejanos, en que todavía creíamos estar a un paso de la modernidad; el progreso y el primer mundo eran todavía meta posible que albergaba infinitos cauces hacia la prosperidad y no un tinglado de estafas, escenografía discursiva que no se traga nadie con un dedo de frente.
Hace treinta años México era el summum de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Muchas eran las cosas que parecían inmutables, cotidianas. Hacía su aparición la computadora, herramienta fascinante de propiedades increíbles, como jugar Space Invaders o almacenar, sin una sola hoja de papel, casi un libro entero en un disco flexible… el rock era intocable a pesar del New Wave, atrás habían quedado esos bochornosos desfiguros de la música disco; el Challenger llevaría seres humanos hasta Plutón, el cine renovaba a Drácula y ofrecía divertidas aventuras en el futuro antes de que las películas se volvieran “franquicias”, que es una elegante manera de decir “se nos acabaron las ideas”. Mad Max sólo había uno, y Michael Jackson, aunque a muchos nos pareciera sobrevaluado como compositor y cantante, era un afroamericano excepcionalmente dotado para el baile. Lejos estaba de convertirse en una bruja blanca come niños. Los curas en México no eran sinónimo de pederastia y la mayor parte de la televisión, aunque aburrida y zalamera como siempre, mantenía una suerte de respetuosa relación con la audiencia y con el gobierno, que no era de su propiedad. Había una sola empresa televisiva y hacía el juego de palafrenero al gobierno pero también el contrapeso informativo con los medios gubernamentales, que los había. Los programas de humor hacían reír, inventaban chistes en lugar de refritearlos, aunque ya las telenovelas eran sinónimo de porquería. Había, sin embargo, programas de concursos de conocimientos. Estados Unidos era todavía un reino inexplorado y si podíamos visitarlo, sobre todo lejos de su frontera sur, se nos veía como seres exóticos, pintorescos. No éramos sinónimo de drogas y violencia, sino de mariachi, chile y desmadre.
Los chamacos podíamos ir a ver a la novia en bici. Había tienditas en las esquinas de los barrios y las ciudades no estaban uniformadas de Oxxos. El narcotráfico campeaba casi como ahora, pero con cierto decoroso sigilo. Igual corrompía policías y políticos pero había una especie de código que mantenía los pleitos puertas adentro, y los barones de la droga no permitían que nadie se les saliera del huacal: si cualquier infeliz empezaba a vender drogas por su cuenta o, lo impensable, cerca de una escuela, era al día siguiente esa nota roja de la que era mejor no hablar mucho: con el tiro de gracia en una cuneta. El mercado interno de las drogas era marginal y no conocíamos la frase “una docena de cabezas aparecieron...” No había videos de degollinas ni de masacres.
Había represión y guerra sucia, pero de alguna manera focalizada. La sombra vergonzosa de Tlatelolco mantenía a raya a los perros del sistema y a ningún mentecato arrebatado se le ocurría, o si se le ocurría reprimía el impulso, aventar soldados o granaderos a madrear o balear a una multitud que protestara por lo que fuera. Despreciábamos al presidente en turno por cabrón y por corrupto, pero por lo menos era capaz de articular ideas propias y hasta de dar muestras coruscantes de retórica. Y sabía manejarse con alguna dignidad en el extranjero, y tenía cultura general. No teníamos por presidentes analfabetas funcionales. Difícilmente se hacía ver el mandatario mexicano como un pelele de trasnacionales o extranjeros, y aunque tuviera su cuota de influencia, Estados Unidos tenía que recular constantemente en sus constantes intentos de injerencia. Éramos todavía y verdaderamente un país petrolero y con posibilidades reales de riqueza. Éramos dueños de nuestra agua, y de nuestro oro, y de nuestros bellos litorales. Decir “México” no evocaba un serpollar de desapariciones y ejecutados ni tantas extorsiones ni feminicidios ni secuestros como industria. Éramos mano de obra, no mafias imbatibles ni ejércitos de sicarios rompiéndole la crisma al país entero. Salvo ocasionales, perturbadores atentados, no morían candidatos ni periodistas a puñados. No había pueblos fantasmas. Ni miedo en un carnaval. Y entonces, llegó el neoliberalismo.
Y todo se fue, para decirlo con esmero coloquial, a la chingada.

Felipe Garrido
Juan
Me puse de pie, fui festivo, abrí los brazos, exclamé en voz más alta de lo que hacía falta: ¡Pasa, Juan, no te quedes allí! Pero Juan, mi amigo Juan, mi muy querido amigo Juan, no dio un paso.
Juan era pintor. Tomaba su carcacha al amanecer y se iba al Ajusco, todos los días. El volcán era su tema único, su obsesión. De vez en cuando vendía algún cuadro. En esos días la vida se le había puesto difícil. Su mujer había perdido el trabajo. Tenían dos hijas, en prepa o en secundaria. Además de pintar, Juan traducía. Le conseguí una chamba en la revista; quincenas seguras.
Juan puso sobre mi escritorio lo que traía en las manos: los papeles y los libros que yo le había dado hora y media antes: unas fotocopias, un bloc de papel rayado, tres o cuatro diccionarios.
–No puedo –me dijo–; me ahogo. No quiero. Me falta el aire, el olor de los pinos, la montaña. Te lo agradezco, pero prefiero morirme de hambre.
Lo vi dar media vuelta. No tuve nada que decirle.
En estos tiempos en que nos toca vivir un sistema tan rápido que lentamente denigra la historia cultural y artística hacia su disolución, dando lugar a un único camino posible, el camino de lo lindo, de lo espontáneo, en resumidas cuentas: el camino del fast-food; en estos tiempos en donde incluso el sistema maestro ha encontrado una forma –espeluznante– de inmiscuirse en las creaciones humanas de buena fe, destacando “carteles” por “poemas” igualando “lo nuevo” a “lo bueno”, como editor, me veo en la tarea de nadar contra esa corriente perdida, me veo en la necesidad de nadar con el sol de la tarde a la espalda; por eso sujeto las ramas que brillan y que ondean en el agua a punto de ser devoradas por la corriente. Es mi eterna intención dar posibilidad; que esas ramas resistan conmigo para que dejemos definitivamente la corriente y echemos a nadar libremente. Estos ocho poetas de la región mesopotámica-rioplatense que he seleccionado con cierta severidad, responden a ellos mismos en la construcción del poema. Son auténticos oficiantes del poema, genuinos en el sentido de que expresan tras un elevado oficio de poeta. Álvaro Ojeda señala que la poesía consiste en saber robar adecuadamente a los grandes, con ello no está señalando únicamente el plagio, sino una insistente reutilización y la aplicación creativa de cada uno en la reconstrucción de esos retazos. Siento que estos ocho poetas respetan esa noción y al hacerlo también se respetan a ellos mismos.
Felipe Herrero
Postal gallega
Agustín Caldaroni
(Buenos Aires, 1985)
Te perdí para no perderte
rumbo al corazón de Santiago de Compostela:
un serpentario de piedra abierto en laberintos
   místicos
que olían a langosta hervida, a caldos de ostras,
   a culo de bestia marina;
callejuelas que pedorreaban con voz de gaitas
   espectrales,
y los martes de madrugada cruzaban las soledades
   de monjes putañeros y
   de yonquis.
Soledad gallega: de piedra y herrumbre, de
   vino, cristiana, es tu atavío.
Te espié mi amor, con tu pollera de vergel y tu
   andar caribe frente a la
   catedral.
En los bares de aldea soñé tu manito de nene
   cebando
un glorioso mate coronado de espuma esmeralda
y los borrachos derredor se ríen felices como
   cerdos,
anaranjados de cerveza cantan “Home solitario”.
Te envolví en papel plateado,
mezclé tu piel de moreno hachís con tabaco,
fumé tus pesadillas de violentas noches de
   fandango,
fumé tu mirada entre vulgar y santa que una
   cama lejana se entrega a otro.
Las fondas turcas te sirvieron para mí
en pan de trigo, queso fundido, jazmines y
   colibríes acuchillados.
Una noche sin sueño te vi nadando desnuda
en la fuente de la Alameda:
el cabello revuelto, la piel se helaba azul,
   llorabas pececitos de piedra.
El amor se me perdía entre tus sombras y la
   música que oía
ya no era celta sino un tango mortecino.
Hora de volver a casa.
Es poeta y narrador. Fundador de la revista cultural Taenia Emplumada de la ciudad de Buenos Aires. Tiene un poemario inédito de próxima aparición.
XVI
Enrique Campos
(Buenos Aires, 1982)
Desorientado en calles conocidas, huele su
   pasado contra el suelo como si caminara
   delante de él. Agitado por miedos que creyó
   haber desterrado, hunde el hocico en los
   trazos húmedos de un asfalto anónimo.
Caras llenas de un dolor que se le anticipa;
   rostros demacrados por la incertidumbre y
   la ignorancia que acumularon por años.
Sin ser descubiertas, cien lágrimas metálicas
   ruedan sobre la arena para mostrar todas las
   estrellas que las componen.
Un grito de auxilio. La luz de un brote mágico
   intenta en vano detenerlo en el tiempo. Se
   frena en los ojos profundos de una niña que
   busca un sapo entre las raíces de un gomero.
   La aventura termina en la memoria.
Es poeta y cantautor. En poesía publicó los libros
Las edades de un monstruo (2009), Uno y todos los
posibles
 (2011) y El momento en su boca (2012).
MVDEO
Horacio Cavallo
(Montevideo, 1977)
Montevideo es esa puta triste
a la que vuelvo siempre. Sometido
a oscuros cafetines donde insiste
en darme lo ganado por perdido.
Un cielo de fregón descolorido
nubla los ojos del que la desviste,
y andando sin andar, el recorrido
se vuelve circular. Cuando le asiste
la mañana de enero lo olvidamos.
Paseamos la pobreza en manga corta
rodeados de jazmines y glicinias.
Y en marzo, una vez más, por las esquinas,
el sueño tropical se nos acorta,
volviendo al viejo carro que arrastramos.
Es poeta y narrador. En poesía publicó los libros El revés
asombrado de la ocarina
 (Premio Anual de Literatura del MEC,
2006), Descendencia (2012), La mañana olvidada (2014) y
en colaboración con Francisco Tomsich Sonetos
a dos
 (Premio Fondos Concursables, 2008).
Rasgo
Marina Coronel
(Resistencia, Chaco, 1982)
El cuerpo que soy
me trae esa premura,
               calor que ocupa los baldíos
               en la porosidad de la siesta.
Tengo
el peso
de una semilla
roja.
Tierra donde caben los ruidos
y las cosas
hechas para el agua.
Es poeta y tallerista. Participó en varias antologías
de su país. Publicó los poemarios Bocas que no
saben
 (2009) y Cartografía (2015).
Hélices
Carolina Giollo
(Buenos Aires, 1982)
mañanas de puro sol
y un azul rugido.
los árboles son uñas verdes,
la esperanza silenciosa
de un ciclo que no sabe detenerse,
como el viento,
susurrante,
–y todavía frío
todavía frío–,
que sacude las almas
de los primeros llegados,
de los intrusos y de los advenedizos.
las alas caen,
secas,
en el lecho de la calle empedrada
–todavía hace frío–.
quiero retener la memoria,
la sensación en mi alma
que gusta de las cuevas nocturnas
casi como un disparo,
como un cristal perpetuo
o un rubí.
Es poeta y profesora de educación
secundaria. Desde 2013 organiza, junto
a la poeta Gabriela Larralde, el ciclo de
poesía itinerante Rumiar BuenosAires.
Publicó el poemario La resistencia de la luna (2015).
Tatuar
Natalia Litvinova
(Gomel, Bielorrusia, 1986)
Escribir es ir hacia la herida para curarla
   con veneno.
Los dioses lamen poemas y escupen
   oraciones.
Cuando no escribí encontré mi reflejo en el
   ojo ciego
de un caballo. Mi madre no ve las frases que
   tatué
en su vientre.
Es poeta y traductora de poetas rusos. Reside desde los
diez años de edad en Buenos Aires. Publicó, entre otros,
Esteparia (2010), Balbuceo de la noche/Balbutiement de
la nuit
 (2012), Grieta (2012), Todo ajeno (2013) y Rocío
animal
 (2013). Varios de sus libros han sido reeditados
en diferentes países.
Reclamo
Juliana Mandolesi
(Carcarañá, Santa Fe, 1990)
A Adolfo Mandolesi
Antigua memoria nos pone al frente, abuelo,
Quizás nos acerca la brutalidad azul del mar que
   flagela las piedras.
O el cimiento oscuro
de un pensamiento abarrotado en mi inútil
   mantenerte vivo.
No hay tregua ni sorpresa
para estos ojos míos que no vieron los tuyos
   cerrarse
más profundamente que en una tarde
en que te permitías la inocente siesta.
Yo no quiero ver tu imagen convertida en
   duro mármol.
No tengo valor ni entereza
ni sonrisa para darte,
lágrima
o humanidad para hacerte saber que no te
   permito morir.
Tu voz viva
aún crea el grueso eco en los pasillos de mi
   infancia.
Me quedás, nono, así, en estas manos que un
   día te metiste a la boca
en este océano
que trae consigo tu antiguo nombre en
   pedazos
Y en una piedra, íntima-oscura, que vela por
   esta nietita amnésica, tuya,
que apenas si recuerda, en algún día distinto,
que te fuiste,
que ya no estás
más con ella.
Es poeta y narradora. Fue semifinalista del Concurso Internacional
Dulce Primavera del Centro de Estudios Poéticos de Madrid.
Publicó el poemario Maleza (2013).
Poesía
Eliana Naser
(Montevideo, 1983)
Es tinta que cae de los ojos
a una hoja que piensa.
Un agua que empapa en el vacío.
Lo que hace ser al mundo una palabra por decir.
Publicó los poemarios Palabra por decir (1999)
Trapecios (2001).

De la traducción no ya co mo traición sino como engaño, autoengaño,
distracción y hasta, puede decirse, ilusión perceptual
Ricardo Bada
John F. Kennedy junto a un aútentico berlinés
Cuando el calendario señala el mes de junio, uno puede tener la seguridad de que el día 26 Berlín festejará el aniversario de una de sus fechas míticas: la visita de John F. Kennedy en 1963, justo cinco meses antes de su muerte, y su discurso ante el ayuntamiento de Schöneberg, cerrado con una frase dicha en alemán, “Ich bin ein Berliner” (Soy un berlinés): frase que por un olvido freudiano de la gramática, es –desde entonces– una seña de identidad de la ciudad. Y si postulo el olvido freudiano de la gramática es porque al referirnos a nosotros mismos no decimos, por ejemplo: “soy un poblano”, sino lisa y llanamente: “soy poblano”. Sólo cuando predicamos algún añadido a la condición gentilicia es cuando solemos emplear el artículo, por ejemplo: “Soy un regiomontano que no se apellida De la Garza [y/o] exiliado en el Defe.”
Esto puede parecer una precisión bizantina, más bien propia del debate acerca del sexo de los ángeles, pero no lo es en el caso de la frase de Kennedy. Porque “einBerliner” [=un berlinés] si no es dicho en tercera persona y refiriéndose de modo expreso a un individuo, designa muy otra cosa que una persona natural y/o vecina de la ciudad de Berlín. “Ein Berliner” es el nombre propio y archidefinitorio de un buñuelo dulce, casi esférico y azucarado, en cuyo interior el confitero insufla un grumo de mermelada. Y desde luego, en una pastelería, en un puesto de venta callejero, para pedirlo se hace preciso y obligatorio el empleo del artículo: “un” berlinés. La moraleja es que Kennedy, queriendo dejar a la posteridad una frase histórica, se autodefinió como un buñuelo de masa blanca y azucarada con relleno de mermelada. Nada más y nada menos. Porque los idiomas se vengan de quienes no los conocen. Y el alemán, en particular, es muy vengativo.
Pensando en ello no tengo más remedio que recordar aquel lejano día que leí un poema de Paul Celan fechado el 23 de diciembre de 1967, uno de cuyos versos dice, sencillamente: “Anhalter Trumm”.
Un verso conmovedor, luego sabrán por qué. Años después lo vi traducido al castellano de la siguiente manera: “autostopista ramal de cable”. Me quedé estupefacto, boquiabierto y patidifuso, como decían los cómics de mi infancia, mucho más al ver que el traductor añadía una larga nota a pie de página que reproduzco literalmente: “El término Anhalter significa autostopista, pero Celan juega con el significado del verbo anhalten (parar). El término Trumm pertenece al lenguaje de la minería. El ramal de cable es una parte de un transportador.” Así aclara (¿?) la nota a pie de página. Santo y bueno... si no fuese porque el verso original de Celan significa algo muy distinto; para decirlo más brutalmente, significa algo, lo que no es el caso con ese “autostopista ramal de cable”.
Al terminar la segunda guerra mundial, en Berlín, cerca de lo que era el Checkpoint Charlie, quedó una ruina [Trumm] conservada con mucho cariño por los berlineses, casi como un exvoto monumental: es una parte de la fachada principal de una estación de ferrocarriles, la Anhalter Bahnhof, la terminal de los trenes provenientes de Sajonia Anhalt, uno de los Estados alemanes. Y esa había sido la estación donde llegó a Berlín, la primera vez que Celan estuvo en la ciudad. Pero gracias al arte de birlibirloque del traductor, “Anhalter Trumm” [=la ruina de la estación de Anhalt] había pasado a convertirse en un “autostopista ramal de cable” (sea ello lo que fuere), y todos tan contentos..., con la posible excepción del pobre Celan, que aún deberá estar removiéndose en su tumba del cementerio de Thiais, en las afueras de París, en compañía de Severo Sarduy y Joseph Roth.

Los Weckmänner y Heinrich Böll
Otro trujamán, sin la más mínima noción de la historia reciente de Alemania, tradujo como “Magnanimidad” el título de un poema de Heinrich Böll, “Mutlangen”, titulado así por el nombre del pueblito cercano a Stuttgart donde se celebraron unas famosas sentadas contra el estacionamiento en el país de misiles con ojivas atómicas. Claro: de “Mut” [=valor, coraje] y “langen” [=largo, dilatado]. Y se debió quedar tan orgulloso el hombre. Exactamente igual que el gringo que tradujese San Luis Potosí como St. Louis Assyes.
Heinrich Böll, por cierto, es uno de los autores peor traducidos a nuestro idioma. En la primera versión que hubo al español de su bella y triste narración “Al terminar la guerra”, cuando el tren que trae de vuelta a los prisioneros entra en Alemania, se leía lo siguiente: “Octubre en el bajo [sic] Rin, las comitivas de la fiesta de san Martín, los hombres de Wech [sic], el carnaval de Brueghel, y, por todas partes, un olor intenso que, a veces, desaparecía”, siendo así que lo que Böll escribió es esto: “Oktober am Niederrhein, Martinszüge, Weckmänner, Breughelscher Karneval, und über-all roch es, auch wenn es nicht danach roch, nach Printen.”
La primera pregunta que un lector debe hacerse es quiénes serán esos “hombres de Wech” que le imprimen carácter al ambiente otoñal bajorrenano. La respuesta es que no hay tales, porque los Weckmänner son unos muñecos de pan dulce que se encuentran en todas las panaderías de la zona cuando llega la época: sus ojos suelen ser dos pasas, y algunos de ellos hacen como si fumasen de unas pipas no comestibles, la gran preocupación de las mamás que les compran Weckmänner a sus críos. Y la segunda pregunta tiene que ver con el “olor intenso que, a veces, desaparecía”. ¿Un olor a qué?, querrá saber el lector. Y la respuesta es que el traductor no logró encontrar en ningún diccionario la palabra “Printen”, la golosina típica de la región bajorrenana en esos meses: la más famosa variedad se hace en Aquisgrán (Aachen en alemán), y decir “Aachener Printen” en este país es algo así como decir “turrón de Jijona” en España.
Así pues, y resumiendo, la frase hubiera debido traducirse como sigue: “Octubre en el Bajo Rhin, procesiones de San Martín, pancitos en forma de muñecos, carnaval de Brueghel, y por todas partes, aunque no se oliera, el olor a pan de especias.” ¡Mi reino por un cruasán!
¡Y para qué hablar de lo que han hecho con Heine en español, incluso escudándose tras el ciego aval de Borges! En verdad, Heine no ha tenido mucha fortuna en nuestro idioma, descontando su rastreable influencia en las Rimas, de Bécquer. Pero su propio vino, casi siempre, al ser vertido en nuestros odres, se convirtió en vinagre durante el trasvase, y en un caso concreto, para más INRI, con el aval de un dizque gran amante de su obra.
En el prólogo a Alemania, cuento de invierno, y otras poesías, y después de dedicarle a su autor todas las loas posibles, Borges perpetra estas palabras: “En este libro, que tengo la alegría de prologar, oímos en castellano la voz de Heine. La empresa es ardua, ya que el alemán y el castellano son tan distintos. A priori se diría que es imposible. Mi amigo Alfredo Bauer lo ha logrado. Su traducción es fiel al sentido y fiel a la forma. No pensamos, al recorrerla, en las equivalencias que proponen los diccionarios, pensamos que ha surgido en castellano, directamente.”
Ay... las dos palabras claves de este prólogo son “mi amigo”. Porque ese juicio sobre la traducción de Alfredo Bauer es casi un insulto a Heine. Basta leer unos versos famosos del primer capítulo del libro (“Ein neues Lied, ein besseres Lied,/ O Freunde, will ich euch dichten:/ Wir wollen hier auf Erden schon  Das Himmelreich errichten”) y con-trastarlos con la versión panegirizada por Borges: “Un canto nuevo, un canto mejor,/ cantaré con vuestro permiso./ Queremos aquí en la Tierra ya/ construir el paraíso.”
Hasta a Borges debería habérsele atragantado ese “permiso”, que es un vergonzoso ripio para rimar con “paraíso”. ¿Es posible que Borges haya tenido tan mal oído y pensara seriamente que así sonaría en nuestro idioma la poesía de Heine? Si uno echa por la borda todos los prejuicios en materia métrica, dadas las diferencias entre los dos idiomas, que hasta Borges reconoce como handicap, entonces podemos acercarnos casi con zoom al original: “A una canción nueva, una canción mejor,/ ¡oh amigos! le dedico mis desvelos./ Queremos ya aquí en la Tierra/ edificar el reino de los cielos.”
Igual pasa con otra famosa cuarteta de la emotiva “Despedida de París” con que se inicia el libro (“Ich sehne mich nach Tabaksqualm,/ Hofräten und Nachtwächtern,/ Nach Plattdeutsch, Schwarzbrot, Grobheit sogar,/ Nach blonden Predigerstöchtern”), que en la traducción tan elogiada por Borges suena poco más o menos como un inventario contable (“Anhelo el humo tabacal,/ centinelas, profesores,/ pan negro, rudeza, dialecto hamburgués,/ rubias hijas de predicadores”); aparte de ¿qué habrá querido decir eso de “anhelo el humo tabacal”, y por qué el Plattdeutsch (“bajo alemán”, por contraste con el Hochdeutsch “alemán alto”, o culto) se convierte en dialecto hamburgués? Y pensar que esa cuarteta también podría sonar, en alejandrinos, bastante más a Heine: “Añoro el aire denso del humo de cigarros,/ a los guardias nocturnos y doctos profesores,/ el dialecto y el pan negro, la grosería incluso,/ y a las rubias hijas de los predicadores.”
Al disponerme a pasar en limpio muchos de los apuntes que llevo hechos sobre este tema de la venganza del idioma, se me ocurrió además pensar en cuál es la primera palabra alemana que conocemos y aprendemos los extranjeros.
Suele darse por sentado que esa palabra es Kindergarten (pronunciado siempre a la inglesa: kindergarden) y que a lo largo de la existencia nos vamos aprovisionando de algunas otras resueltamente bélicas (búnkerpánzer, Blitzkrieg) o macabras (GestapoFührer) o políticas (Ostpolitik) o aparentemente políticas pero sólo futbolísticas: káiser. Pues el káiser por antonomasia no es un aristocrático Guillermo de mostachos enhiestos haciéndole competencia al pincho de su casco prusiano, sino el plebeyo Beckenbauer, un futbolista verdaderamente excepcional y cuyo talento para el balompié corre parejo con su discapacidad para la funesta manía de pensar. Lamento ser un aguafiestas pero, en contra de lo que se ha venido aceptando al respecto, creo que la primera palabra alemana que todos aprendemos, al menos en España, de una manera visual e inolvidable, es la palabra Apotheke.
Desde el día en que sabemos leer nos llama la atención encontrar esa palabra en los letreros de las farmacias de nuestras ciudades: esa palabra que tanto se aparta de sus equivalentes castellana, inglesa y francesa. Y sin necesidad de que nadie nos lo explique sabemos desde el vamos que Apotheke es alemana y significa farmacia. Lo que no deja de ser curioso si pensamos que la apoteca es el nombre original de la españolísima botica, que el boticario fue bautizado como apotecario, y que la etimología común de ambas palabras españolas y de la alemana es una latina, la cual a su vez, Corominas dixit!, procede del griego bizantino.
Ahora bien, el idioma de Goethe es una tentación para los juegos de palabras, y un alemán que sea experto en ellos reduce a la categoría de meros crucigramistas a la Santísima Trinidad laica compuesta en nuestra lengua por el cubano Guillermo Cabrera Infante, el español Julian Ríos y el venezolano Darío Lancini, el autor de Oír a Darío, que es el único libro íntegramente escrito en palindromos en castellano. Así no es extraño que en los gloriosos tiempos de la Revolución de mayo, allá por el año ’68, hiciera su aparición en Alemania, en la occidental –ça va sans dire!–, un tipo de taberna alternativa, izquierdosa, ecologista… y que se llamaba APO-THEKE: de APO, las siglas alemanas de “Ausser-Parlamentarische Opposition”, es decir, “oposición extraparlamentaria”, y Theke, que no significa otra cosa más esotérica que “mostrador”.
Aún quedan algunas de esas tabernas en Alemania, país tan conservador que se apega incluso a las reliquias de sus revoluciones. Desconfíen, los turistas que las vean, de esas Apotheke nostalgiosas del tiempo pasado y no siempre perdido: nadie les resolverá allí un problema de cefalea o de sinusitis, a no ser por la vía báquica... lo que tampoco está nada mal.
Alimentalandia
Gustavo Duch
E
s como estar en Disneylandia, me dicen. Sobre lo que eran sencillas tierras agrícolas, sin más distinciones y matices que los que imprimen el ciclo de los cereales y el despertar de los mirlos, se levantan ahora extraordinarios pabellones cual castillos de ocho torreones, que por la noches se iluminan con más colores que los que el arcoíris inventó. Donde deberías cruzarte con personas paseando o trabajando en sus cotidianidades, o con pastores con sus rebaños y los perros que los guardan, son mascotas de marcas comerciales cubiertas con pieles de terciopelo suave las que salen a tu encuentro. Y las niñas y niños al verlas corren tras ellas y disfrutan en grande el rato que allí pasan. Es bonito ese lugar, me cuentan, es fabuloso, concretan, y sólo ponen una objeción:es tal cual un cuento de hadas, pero los cuentos de hadas y las Disney­landias son mentiras.
Y no es una mentira gratuita. Al contrario, los seis meses que está previsto que funcione la Expo 2015, que se organiza en Milán bajo el títuloAlimentar el planeta, energía para la vida, son un esfuerzo titánico que la administración italiana y las de muchos otros países presentes están haciendo para presentar su actividad en los rubros de agricultura y alimentación, pero del que sólo se benefician las grandes corporaciones. Son los McDonald’s, las Coca-Colas y los Nestlés quienes tienen todo el protagonismo en este escaparate global para, como Merlín y sus hechizos, embaucar al mundo explicando sus recetas mágicas para alimentar a la población. Son estas empresas las beneficiadas de contar con los flashes y focos, pues bien saben que esas niñas y niños que se abrazan a sus mascotas se abrazan a una forma de entender la alimentación que les reportará, por muchos años, clientes fidelizados. Un día en Alimentalandia no se olvida tan fácilmente, anotan sus expertos enmarketing.
Pero como dice la Vía Cam­pesina, presente durante tres días en Milán, en una Contraexpo, hay que develar qué hay detrás de cada una de estas empresas como “Coca-Cola, que además de producir productos sin ningún valor nutricional, está implicada, entre otros casos, en la muerte de sindicalistas colombianos que luchaban por preservar sus recursos hídricos y derechos laborales, o McDonald’s, conocida entre otros por su pésimo historial en materia de derechos laborales y comida sana”.
A mi enteder es grave darles más protagonismo a estas empresas responsables de tantas injusticias, pero más grave es trasladar la prepotente idea de que son ellas las que alimentan al planeta, o incluso son garantía de vida, como dice el eslogan de la Expo. Sobre todo aquí, en una Europa tandescampesinizada (la actuación másrompedora de la propia Expo ha sido dedicar una media hectárea entre edificios de Milán a un campo de trigo) donde, o bien hemos configurado en nuestros cerebros que la comida nace, crece y se reproduce en las estanterías de los supermercados y en los arcones de los congeladores, o bien estamos confiados en que serán las tecnologías de estas empresas las que encontrarán soluciones mágicas para asegurar la alimentación del futuro, en un entorno cada vez más complicado. Pero las cifras nos obligan a generar una pregunta crucial: si al menos 70 por ciento de la comida que se produce en el mundo llega del trabajo de las y los pequeños campesinos, creando empleo y cuidando la tierra, ¿no son ellas y ellos los protagonistas reales?
Claro que sí, pero tampoco esperábamos nada de la Expo de Milán, es cierto. No es con castillos en el aire como pensamos que se puedan corregir nociones tan interiorizadas. Es con historias reales, con el conocimiento directo, con el contacto entre quienes producen y quienes consumimos, con los sabores de la tierra en nuestras bocas, como entenderemos qué modelo agrícola queremos defender. Y para esto no se necesitan ni pabellones ni mascotas ni luces de neón ni dinero público malgastado.
El acto de cultivar y el acto de comer tienen muchos momentos donde cogerse de la mano, y bailar.


La maldad en estado puro
Sergio Ramírez
L
a lista parece ser la de un grupo de ciudadanos llamados a recibir diplomas de honor por servicios distinguidos a su comunidad: está la directora de una biblioteca de barrio que espera por su jubilación tras muchos años de servicio; una consejera de carrera para estudiantes universitarios; una patóloga del lenguaje y entrenadora de un equipo de atletismo, que adoraba la música góspel; un recién graduado en administración de empresas, servicial y emprendedor, que se define en su cuenta de Instagram como poeta, artista y empresario; un pastor que empezó a predicar a los 13 años de edad y a los 18 ya tenía su iglesia. Y hay también otros de perfiles más modestos, como la cantante de coro de 87 años, aficionada a las máquinas tragamonedas y cuya ambición es conocer un día la torre Ellis de Chicago; o la que hace trabajos de limpieza y presta servicios de sacristana voluntaria.
Todos ellos, nueve en total, eran negros y cayeron bajo las balas del terrorista racial Dylann Roof, quien entró a la Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel de la ciudad de Charleston, en el sur de Estados Unidos, armado de una pistola Glock calibre 45 y los atacó a mansalva mientras participaban en su sesión de estudio de la Biblia. El joven administrador de empresas, horas antes de ser abatido, había colocado en Instagram un último mensaje con una foto y una cita de Jackie Robinson, el legendario tercera base de los Dodgers, el primer negro en ser admitido en las Grandes Ligas del beisbol: Una vida no es importante excepto por el impacto que tenga en otras vidas.
Roof, que tiene 21 años, se la había pasado jugando a la guerra interestelar en una consola Xbox en compañía de un amigo de su edad, antes de dirigirse a la iglesia Emanuel. Entró, se sentó tranquilamente. Fue recibido de manera amistosa, y permaneció allí por espacio de una hora. Un video lo muestra conversando con sus víctimas, y se supone que aun rezó con ellas antes de sacar la Glock y dispararles metódicamente, tomando la previsión de dejar a una de las participantes viva para que saliera a divulgar su hazaña.No te voy a matar... porque quiero que puedas contar lo que pasó, le dijo. Luego huyó.
El alcalde de Charleston, Joseph P. Riley, llamó a este crimen un acto depura maldad concentrada; un acto que parecería fruto de la locura de un individuo perverso, pero que refleja también la cultura racista que unas veces de manera abierta, otras solapada, ha acompañado la existencia de Estados Unidos a lo largo de su existencia, un fantasma incómodo y agresivo que despierta siempre de tanto en tanto para enseñar sus garras sangrientas. Una anomalía grave en una sociedad de solidez democrática.
Los negros se están apoderando del mundo, y alguien tiene que hacer algo al respecto por la raza blanca, le había comentado Roof al amigo con el que solía jugar Xbox, mientras bebían vodka. Y empeñado en acabar con esa amenaza, utilizó el dinero del regalo de cumpleaños de su padre para comprar en una armería de la esquina –que las hay por todos lados como si fueran jugueterías– la pistola Glock con la que habría de consumar la masacre purificadora, con la esperanza de llegar a desatar una guerra racial.
Qué extraño paisaje el de un país que elige a un negro como presidente y así pareciera enterrar todo su pasado de intolerancia racial, pero vuelve siempre a enseñar su lado oscuro, que parece atávico. La bandera de los estados confederados del sur, que es también para muchos un símbolo de la tradición esclavista, y de la segregación racial, siguió ondeando en el capitolio de Carolina del Sur, y no fue arriada a media asta en memoria de las víctimas de la masacre, como lo fueron las de la nación, y las del propio estado. ¿Por qué? Alguien ha dicho que es un asunto de susceptibilidades. La memoria oculta que se toca, estalla.
La mente de Roof vive entre fantasmas impenitentes, y cree que la villanía es heroísmo. Había que actuar en defensa de la superioridad racial blanca, y actuar quiere decir matar.Alguien tiene que tener el coraje de hacerlo en la vida real, y supongo que ese debo ser yo, dice en un manifiesto publicado en su blog bajo el emblemático título El último rodesiano. No son ideas caídas del cielo o salidas de las bocas del infierno. Ha mamado esa leche. Hay quienes las comparten con él, son el patrimonio de muchos otros y están en el aire de la conciencia social en su vecindario.
El veinteañero Roof añora a Rodesia, añora el apartheid. Su sueño es una república racial de blancos:¿Qué tal si protegemos la raza blanca y dejáramos de luchar por los judíos?, proclama. Piensa que la edad de la caballería andante del Ku Klux Klan y de los skinheads se ha traslado ahora al reino indolente de Internet, un racismo nada más cibernético, y se lamenta de que los viejos luchadores que ahorcaban y quemaban negros, hayan desaparecido.
Son los fantasmas que tienen que ser despertados de su letargo, y por algún lado había que empezar. Una bibliotecaria, una entrenadora de atletismo, el pastor que a los 13 años ya predicaba. El muchacho que admiraba a Jackie Robinson, la afanadora que en sus ratos libres era sacristana voluntaria de la iglesia Emanuel.
Por un asunto que parece ser también de susceptibilidades, no muchos se atreven a calificar esta masacre como un crimen terrorista, equiparable a las decapitaciones de los yihadistas. Pero ya es algo que se le considera como un crimen de odio, aquel que está motivado, en su totalidad o en parte, por el prejuicio o la animosidad de su autor contra la raza, religión, origen o discapacidad de la víctima.
La maldad en estado puro.
Ciudad de México, junio 2015
Twitter: sergioramirezm