lunes, 31 de marzo de 2014

Entrega de hidrocarburos
Ronda cero…reprobados con cero
Javier Jiménez Espriú
L
a reforma energética, aprobada con procedimientos desaseados, en trashumantesbúnkers parlamentarios, de espalda a los mexicanos, con modificaciones constitucionales cuyo objetivo único fue privatizar el sector energético, será –de consumarse las pretensiones de la clase gobernante– un verdadero atraco al pueblo de México, la entrega de una parte sustantiva de la renta petrolera a los ricos de aquí y de allá, la cancelación de la seguridad energética de la Nación, porque tratarán de llevarse lo más que puedan en el menor tiempo posible, y la vulneración de nuestra soberanía, porque con las trasnacionales petroleras vendrán las presiones y la injerencia de los gobiernos que las abanderan.
En uno de tantos foros de discusión sobre esta reforma en los que he participado, la doctora Miriam Grunstein, investigadora del CIDE, proclive a la apertura, citando a Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, señalaba que para una reforma de este calado, el país que la intentara debía cumplir con 5 requisitos: tener instituciones fuertes con alto grado de aceptación, capacidad reconocida del impulsor de las reformas para negociar con un espectro amplio de grupos sociales, una política consistente en el sector sobre el que recae el cambio, una cultura de cumplimiento voluntario del derecho y una cultura sólida de transparencia e inclusión. Yo estuve de acuerdo con ella en estos requisitos y ella estuvo de acuerdo conmigo en que en nuestro país no se cumple uno sólo de ellos, ni remotamente.
Véase tan sólo con detenimiento la reforma constitucional en la que permanece la exploración y la extracción de los hidrocarburos como área de exclusividad del Estado, para lo que no se darán concesiones y los transitorios en los que se señala cómo se darán las concesiones, disfrazadas de contratos de utilidades o de producción compartidas. Estos no son otra cosa que concesiones mondas y lirondas.
O véase igualmente la trampa de la ronda cero en la que en plazo perentorio, el gerente de Pemex, sumiso empleado del Presidente, hizo una solicitud conservadora –hasta Canacintra dixit–, lamentable y pusilánime, no en función de las capacidades de Pemex, sino para dejar a los privados las dos terceras partes de las reservas nacionales, atractivo inmejorable e inédito en el mundo, según la propaganda de la Subsecretaría de Hidrocarburos en sus declaraciones al Financial Times. Lo que puede hacer Pemex no cuenta, lo que diga la Constitución no tiene importancia y lo que pregona el Presidente no es sino otro más de los engaños con que se han presentado las reformas y se instrumenta la entrega de la Patria.
Y ya no digamos la transparencia y el estado de derecho. El caso Oceanografía, es sólo un botón de muestra de la urdimbre de connivencias, acuerdos vergonzantes, reparto de privilegios y canonjías, abusivo manejo de influencias, que trasciende sexenios y partidos políticos en un reparto asqueroso de los bienes de la nación entre políticos, funcionarios y ex funcionarios, parientes, amigos, empresarios inescrupulosos, solapados y protegidos con información reservada y confidencial, que han hecho millonarios negocios personales con Petróleos Mexicanos (Pemex) y que quieren ahora hacer del petróleo de los mexicanos, un negocio personal.
Ya empezó también la guerra entre los cárteles de esa delincuencia organizada, pero como siempre, no para poner orden y limpiar de corrupción, sino para eliminar a los corruptos descubiertos y apoderarse de los territorios. La acusación a Oceanografía y el chantaje del PAN al PRI de estorbar la aprobación de las leyes secundarias para que no se afecte a sus miembros involucrados en los fraudes, no son sino luchas intestinas en el PRI-PAN para los reacomodos, visto el enorme negocio que se avecina.
Si se consuma el atraco, el caso de Oceanografía, será el mar nuestro de cada día. La misma tragicomedia, pero con nuevos protagonistas y elenco trasnacional.
Ya aparecen en la prensa nacional los nombres de las empresas y de los socios de las mismas, que se aprestan para formar las nuevas castas de plutócratas petroleros. Igualmente, los nombres y apellidos de ex funcionarios y sus familias brillan con descaro inocultable en las marquesinas del nuevo teatro.
No debemos permitirlo, porque a diferencia del gobierno, que debiera ser del pueblo y para el pueblo y no lo es, el petróleo de México sí es del pueblo y para el pueblo y sólo para el pueblo debe ser.
Estamos en espera de la propuesta de leyes secundarias, en las que una vez resueltos los pleitos de familia entre PRI y PAN, acordado elreparto de utilidades, pretenderán dar la puntilla al sector petrolero público del país, lo que señalaremos implacablemente los hoy llamadosconservadores –seguramente porque queremos conservar para la Nación lo que es de la Nación–, hasta detener o revertir el agravio.
Ha llegado a su límite el hartazgo del pueblo, de que unos pocos, mirando únicamente sus personales intereses políticos y económicos, tomen decisiones por todos, sin consultar a nadie.
Esperamos, eso sí, que la Suprema Corte de Justicia de la Nación sea sensible a las circunstancias y a la necesidad de avanzar en la democracia y cumpla a cabalidad su responsabilidad de preservar el espíritu de la Constitución, que para eso está, sin complicidades ni subterfugios que impidan que la opinión de las mayorías sea considerada y prevalezca sobre los intereses de quienes atentan contra la propia Carta Magna que protestaron cumplir y hacer cumplir.
Twitter: @jimenezespriu

domingo, 23 de marzo de 2014

Juan Domingo Argüelles
Nombres propios: autoritarismo e ignorancia
La directora general del Registro Civil de Sonora, Cristina Ramírez Peralta, salió a presumir en los medios la prohibición, en ese estado, de sesenta nombres propios. Oronda, dijo que esta prohibición es para “proteger a los niños sonorenses de sufrirbullying en las escuelas”, y justificó el abuso de autoridad amparándose en el artículo 46 de la Ley del Registro Civil local que “prohíbe registrar al menor con nombre propio que sea peyorativo, discriminatorio, infamante, denigrante, carente de significado o que constituya un signo o siglas”. Según la funcionaria, esto “es un acto de buena fe para que los padres tomen conciencia”. Pero ningún abuso de autoridad puede ser de buena fe.
Los nombres proscritos en Sonora son los siguientes: Aceituno, All Power, Anivdelarev, Aguinaldo, Batman, Benefecia, Burger King, Caraciola, Caralampio, Cheyenne, Christmas Day, Cacerolo, Cesárea, Circuncisión, Culebro, Delgadina, Diódoro, Email, Escroto, Espinacia, Facebook, Fulanito, Gordonia, Gorgonio, Harry Potter, Hermione, Hitler, Hurraca, Iluminada, Indio, James Bond, Lady Di, Marciana, Masiosare, Micheline, Patrocinio, Panuncio, Petronilo, Piritipio, Privado, Pocahontas, Procopio, Pomponio, Rambo, Robocop, Rocky, Rolling Stone, Terminator, Sonora Querida, Sobeida, Telésforo, Tránsito, Tremebundo, Twitter, Usnavy, Virgen, Verulo, Yahoo y Zoila Rosa. (Vale decir que ninguno de los nombres prohibidos corresponde a los de los diputados de la LX Legislatura sonorense, entre los cuales hay una Perla Zuzuki, un Próspero, un Vernon, una Shirley y un Gildardo.)
En México, los “legisladores” suelen hacer leyes a partir de sus ocurrencias y en razón de su ignorancia y analfabetismo. La Ley del Registro Civil de Sonora es un atentado contra la libertad y ya la Comisión Estatal de Derechos Humanos inició una queja de oficio, por una razón evidente: nadie (y menos el Estado) puede limitar la libertad de los ciudadanos de poner a sus hijos los nombres que se les dé la gana. Una ciudadana sonorense llamada Sobeida se inconformó por el hecho de que, en caso de tener una hija, le sea prohibido ponerle ese mismo nombre. Y la Constitución política le dará la razón. Apanicado, el panista que promovió la nueva ley (¡y que se llama Luis Nieves Robinson!) ya anunció que meterá reversa para, en vez de “prohibir”, “sugerir” a los padres que no registren a sus hijos con nombres “que puedan causarles problemas en el futuro”. (A ver cómo entienden los brillantes funcionarios del Registro Civil el verbo “sugerir”.)
Los diputados ignoran, como es obvio, las sutilezas y los poderes del lenguaje. Más allá de los nombres extravagantes que los padres les enjaretan a sus hijos, ¿de dónde sacan los “legisladores” que pueden prohibir nombres tan romanos y castellanos como Caralampio, Cesárea, Delgadina, Diódoro, Gorgonio, Marciana, Patrocinio, Petronilo, Procopio, Sobeida, Telésforo, Tránsito y Virgen? ¿Y qué noción tendrán de la eufonía si no distinguen la intención poética en Zoila Rosa?
¿Y qué harán con los apellidos? ¿Prohibirlos también? Agapito no está entre los nombres proscritos. El señor Peláez puede nombrar Agapito a su hijo. Y Agapito Peláez irá por el mundo albureándonos, ¡porque ese es su nombre y punto! Isela tampoco está proscrito en Sonora, cuando el albur es facilísimo para el bullying: Isela recuerdo, Isela dejo ir, etcétera. Salomé tampoco tiene prohibición. El señor Terán, puede ponerle Salomé a su hija. Y Salomé Terán al igual que Agapito Peláez no tienen por qué esconder sus nombres, pero, a lo mejor, el Registro Civil de Sonora les prohibirá sus apellidos. ¿Protección contra el bullying? ¿Y qué puede hacer el niño Porfirio si su padre se apellida Bello y su madre Del Hoyo?, ¿y qué hace la niña Itzel, si su padre se apellida Zepeda y su madre, Urrea? Porfirio Bello del Hoyo e Itzel Zepeda Urrea simplemente no tuvieron suerte.
En Querétaro la directora estatal del Registro Civil, Martha Fabiola Larrondo Montes, afirmó que también allá se prohíbe a los padres “registrar a sus hijos con nombres raros, a fin de que no los expongan al escarnio”. ¿Y con qué derecho? Nada más por sus pistolas. ¿Nombres raros? ¿Escarnio? No hace falta llamarse Torcuato, Próculo, Robocop o Casiano para ser motivo de burla. Basta con apellidarse Larrondo.
La solución no está en prohibir el uso de nombres propios, sino en educar, para enseñar la eufonía del idioma, que es lo más cercano a la poesía. Sólo así dejarán de existir las Yésica Galindo, los Benito Camelo, las Alma Madero, las Dolores Meraz, etcétera. Pero prohibir el uso de determinados nombres propios es autoritarismo, fundamentalismo e ignorancia de los derechos humanos.
Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Calderón, sus montajes
No me toques, estoy endemoniado. No puedo
dormir porque los condenados incendian mi cama…

Julio Inverso, Baile de soñadores
En México hemos padecido una cáfila de expresidentes de la peor ralea y ninguno ha estado preso aunque hayan desangrado el país. Corruptos y de maneras más o menos disimuladas vinculados a diversas formas de delincuencia, demagogos o simplemente imbéciles los presidentes mexicanos han dejado sexenales herencias lamentables. Allí los casos más sonados de crueldad reciente, como el 1968 de Díaz Ordaz, o las tarascadas represivas de Luis Echeverría; la carrera delictiva de simios como Arturo Durazo bajo las protectoras alas de cuervo de José López Portillo, las atrocidades de guerra sucia y asesinato selectivo durante los grises años de De la Madrid y Salinas, masacres como Acteal y Aguas Blancas cuando hizo que gobernaba Ernesto Zedillo; ahí la bestial escalada de violencia durante la gestión lamentable del burdo Fox… Pero ni en la Decena Trágica murió tanta gente de maneras cruentas como durante la desastrosa cabalgata genocida que encabezó ese enano moral que es Felipe Calderón quien, como sabemos hasta la náusea, fue impuesto con un burdo fraude electoral –como Peña ahora que sabemos que efectivamente rebasó topes de campaña en ¡4 mil 599 mil millones!– y le urgía untar de legitimidad inmundicias y asegurar potestades. Su guerra contra el crimen, improvisada para amigarse con Estados Unidos, enardeció la violencia que se venía cocinando a la sorda desde antes. Calderón y sus criados como Genaro García Luna, sabedores de que no iban a poder desarticular de veras grupos criminales, optaron por multiplicar frentes… en televisión. Mientras el país empezaba a consumirse a estallidos y crímenes violentos, Calderón quiso estirar cortedades con montajes televisivos que lesionaron gravemente el tejido social y causaron perniciosas farsas jurídicas (y paradójicamente mediáticas porque terminaron colocando a las instituciones en ridículos inauditos) que además han estado siendo aplastadas en tribunales. El caso más sonado fue, claro, la doble captura de la francesa Florence Cassez y la banda de secuestradores de los Vallarta. Pero ahora sabemos que la tan cacareada muerte del narcotraficante Nazario Moreno fue otra farsa propagandística.
Las detenciones falsas, las confesiones obtenidas con tortura, no se hicieron esperar. Ciudadanos inermes fueron acusados de crímenes terribles, sometidos a procesos infames y crueles… y exhibidos en la tele. En agosto de 2010 la Policía Federal de García Luna presentó a cinco hombres como los sicarios del narcotráfico culpables de un ataque con coche bomba en Ciudad Juárez. Los cinco jóvenes eran residentes de la zona. Fueron acusados, golpeados, torturados para que confesaran lo que no habían hecho, como consigna la nota de Daniela Rea en El Universal (15 de marzo) y casi cuatro años después liberados con un “usted disculpe”. Los cinco están destrozados, como los demuestra la aplicación del correspondiente Protocolo de Estambul.
A principios de 2011, en Ensenada, Baja California, la señora Miriam Isaura López Vargas fue acosada por elementos de la Secretaría de Marina en el retén de Loma Dorada. Envió un correo electrónico de queja a la Sedena y en febrero fue secuestrada por un comando que luego resultó ser de militares. Fue detenida, humillada, torturada –golpeada, violada repetidamente, asfixiada con bolsas de plástico, electrocutada en los genitales– para que se confesara culpable de un crimen, cualquiera, que no cometió. Su caso ha sido tomado por los diputados Ricardo Mejía Berdeja y Ricardo Monreal para obligar a puntos de acuerdo parlamentario en las investigaciones que lleven a reparar, en lo posible, tanto daño a la vida de Miriam. Solamente por cualquiera de esos casos en que las fuerzas armadas que comandó con tanta pompa durante seis larguísimos años violaron derechos de ciudadanos inermes y los torturaron, Calderón y sus secuaces, civiles o uniformados, deberían estar purgando largas condenas. A finales del mismo año el jurista Netzaí Sandoval denunció ante la Fiscalía de la Corte Penal Internacional a Felipe Calderón por actos de lesa humanidad. En respuesta, días después la Presidencia contestó con una bravata en la que afirmaba explorar “alternativas para proceder legalmente”, según afirma la nota de Proceso el 27 de noviembre de 2011, contra “personas que acusan temerariamente […] de abusos y violaciones a los derechos humanos”. El proceso continúa.
Me pregunto si Calderón trabaja en sortear la posibilidad, anhelada por muchos mexicanos, de que termine en la cárcel.
Los mentados hermanos Limas*
Julio Astillero
-No se puede despreciar a la gente nomás así -aconsejaba Décimo Limas a Donoso, el candidato presidencial que no quería aceptar al Pacho Abregoziel Orellano en la mesa de invitados a una discreta cena de amigos en Monterrey.
Décimo había sido bautizado con ese nombre (y no con el de Mendocino, como una guapa vidente española había sugerido) para honrar el mandamiento bíblico número diez, que “prohíbe la codicia del bien ajeno, que es la raíz del robo, del pillaje y del fraude; prohíbe dejarse llevar de la concupiscencia de los ojos, que lleva a tantos pecados; y prohíbe la avaricia y la envidia, que son enemigas del orden y la concordia entre los individuos, las familias, los pueblos y las naciones” (la visionaria referencia había sido  tomada del Catecismo Básico, publicado por la Agencia Católica de Informaciones en América Latina). Pero Décimo, que obviamente no tenía santo, sino porcentaje, sería, al paso del tiempo, buenísimo para el billete, el trago, los toros y otros sacrificios diocesanos.
Las artes adivinatorias de quien ponía nombres a los hermanos Limas quedaron históricamente de manifiesto al momento de clasificar al que más famoso sería, Cargos, a quien con aquellas prefiguraciones bautismales se creía encaminar de manera inevitable a la adquisición de plazas, funciones y cometidos públicos, vaticinio que en ese tópico se cumplió pero que conllevaba otro augurio, negativo, escondido como cookie de internet, pues al advenimiento deseado de nombramientos gubernamentales se sucedieron también acusaciones, imputaciones y recriminaciones, es decir, los otros cargos (judiciales y éticos) derivados de los primeros (administrativos y políticos).
El apellido tampoco se salvaba del toque irónico: Limas, como los instrumentos de acero clásicamente usados por los presos para desgastar los barrotes carcelarios. Yo limo, tú limas, todos limamos en ese ejercicio estriado con el que pretendemos disimular nuestras imperfecciones o fugarnos de nuestras celdas existenciales. Había, desde luego y como en toda familia expuesta a las habladurías públicas, versiones en el sentido de que el apellido original no era el de los frutos del limero, sino que en maniobras típicas de prestanombres había acabado siendo Limas lo que en realidad era Salim e, incluso, que a este apellido le habían limado una vocal telefónica, llegando el chismorreo al extremo de sugerir que, en el fondo, esos apellidos eran uno solo en el que se fundían -a veces simulando largas distancias temporales- los poderes político y económico del país, entrelazados como el nombre de una delgada -en inglés, slim- cadena de restaurantes llamada Carlie&Charlos. ¡Felicidades por el primerísimo lugar de Nosotros los Forbes y Ustedes los Carlos!
-Entiéndeme, Décimo. No puedo, no debo y, la verdad, no quiero. Entiéndeme y ayúdame. Dile a tus amigos que me esperen, que no puedo correr riesgos, que más delante platicaremos -decía Aldo Luis a aquel personaje que había sido clave en la construcción de las carreras tanto de su hermano Cargos como del propio Donoso.
-Hay cosas que no se pueden pedir, chino -contestaba con su voz bajita, suave, casi en tono Corleone, el hermano encargado de los asuntos económicos de La Familia, agregando ese elemento de identificación inicial, la referencia al pelo ensortijado que en mata lucía años atrás el sonorense recién llegado del extranjero al que Cargos había presentado como una especie de hijo político a Décimo, el Mister Ten per Cent que entonces había decidido llamar “chino”, con capilar confianza, al joven en tutela.
-Ni tú me puedes pedir que no los invite –continuaba- ni yo puedo pedirles a ellos que no vayan. Sería una grosería extrema de mi parte el transmitir un mensaje así, y sería peligroso el que tú te atrevieras a tratarlos de esa manera. Piénsalo, licenciado Donoso, señor candidato, futuro presidente, y me vas diciendo… -cerró la plática Décimo, ya con un tono distinto en las palabras finales, entre desilusionado y cansado, como si al estar hablando pudiese ver frente a él las estampas sangrientas del futuro que en esos momentos comenzaba a tomar forma.
-No necesito pensar más, Décimo. No quiero ver en estos momentos a ese tipo de gente cerca de mí; ni en la campaña, ni en reuniones privadas. Y te quiero pedir de favor que no me hables así, de "licenciado", "candidato" o "presidente". Sabes bien que hoy y siempre nada más he de ser tu amigo, simplemente tu amigo, tu amigo Aldo Luis -y acompañó las palabras con una sonrisa franca, abierta, que, aún cuando con cierto retraso fue retribuida en términos parecidos por el visitante en retirada, no sería nunca más la misma, rota como allí había quedado una relación básica, literalmente vital.
Restaurante D’Tortari prepara Hamburto doble y MacKill Donald
-¿Y qué cree este hijo de la chingada, que el dinero de la campaña lo cagamos? ¿De dónde supone que salieron los millones de dólares que le acabamos de entregar nomás pa' que cubra gastos de estos días? ¿Ahora se va a declarar blanca palomita que no sabe cómo se hace la política en México, ni cómo se ha hecho todo para que yo sea presidente, ni cómo se harían las cosas si él llegara a sucederme? ¿El señorito nacido en Mafialena de a Kilo no quiere saber nada de "esos asuntos"? ¡Dime, Baúl, dime qué chingados sucede! (a veces, en la intimidad, Cargos llamaba Baúl a su hermano Décimo, pues lo consideraba una especie de cofre guardián de los secretos familiares y de otro tipo de riquezas menos espirituales). ¿Ahora ya no hay amigos, y a los que nos han ayudado a hacer política les damos una patada en el culo? ¿Se ha vuelto loco este cabrón, o qué?

Eso no se hace
Leí en un periódico que por encima de nosotros vuelan satélites. No se ven a simple vista, ni tampoco con prismáticos, ya que vuelan en el cosmos. Pero ellos nos ven a nosotros. Y como si eso fuera poco, fotografían todo lo que hay en la Tierra, y con tanta precisión, que cualquier cosa que no mida menos de medio metro de largo o de ancho sale en la foto con la misma exactitud que si nos la hubiese hecho un primo durante una fiesta de cumpleaños o una boda.
“No hay motivo para preocuparse –pensé–. Mi cara tiene menos de medio metro.”
No obstante, empecé a estudiar el asunto. La cara se me puede hinchar a causa de un dolor de muelas o –Dios no lo quiera– porque alguien me la rompa y entonces saldré en la foto.
Sin embargo, de momento la dentadura no me causaba problemas y nadie se animaba tampoco a pegarme. Pero mi alegría duró poco pues una mañana, al abrir el periódico, me enteré de que habían perfeccionado los satélites y que ahora ya fotografiaban incluso aquello que medía menos de medio metro y más de treinta centímetros.
“Qué le vamos a hacer –pensé–. Tendré que afeitarme al menos una vez a la semana. Hay cierto riesgo de que en la foto salga horrible.”
No me gusta afeitarme, pero tengo mi pundonor, así que empecé a hacerlo una o incluso dos veces a la semana, sobre todo antes de salir de casa.
Pero la prensa no tardó en anunciar que la técnica había dado un paso más y que ya lo fotografiaban todo, independientemente del tamaño. Para estar a la altura de la técnica tuve que afeitarme cada día y comprarme una corbata nueva, lo cual supuso un gasto imprevisto. También me limpiaba los zapatos y, en fin, me veía obligado a ofrecer cada día el aspecto que antes sólo tenía los domingos. Sólo las cuchillas de afeitar y el betún me costaban siete veces más que antes de la era de la técnica.
Cuando presenté mi solicitud de jubilación, me hicieron adjuntar una foto. Pensé: “¿Por qué he de ir a un fotógrafo y gastarme una pasta, si tienen cantidad de fotos mías?” Así que escribí a Naciones Unidas para que me enviaran una. Creo que me deben al menos una, ¿no?
Pero no hubo respuesta. Esperé, esperé, y nada. Mientras tanto se me acababa el plazo para presentar la solicitud y entonces no me iban a dar la jubilación.
Fui a un fotógrafo, me hizo la foto, le pagué de mi propio bolsillo y presenté la solicitud. Después subí a un tranvía y fui hasta la última parada. Desde allí caminé un buen trecho, hasta que me encontré en medio del campo. Miré a mi alrededor, no había ni un alma, sólo unas vacas, pero estaban lejos. Me bajé los pantalones y saqué el culo en dirección al cielo.
Que sepan lo que pienso de ellos.
El octavo día
Dios trabajó seis días y descansó el séptimo. El hombre no es Dios, se cansa antes, por lo que consideró que el sábado también le correspondía como día de descanso. Esta decisión no encontró una expresa objeción por parte de la Instancia Suprema.
“Si ha salido bien con el sábado, tal vez también se cuele el viernes”, pensé, y dirigí a Dios una solicitud con el siguiente contenido:
“A causa del cansancio que siento después del lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes, ruego tenga a bien otorgarme también el viernes como día libre de trabajo: Homo Sapiens.”
No hubo respuesta, por lo que consideré que también el viernes me había sido otorgado.
Sin embargo, entre el miércoles y el resto de la semana quedaba el horrible jueves. Nada cansa más que el trabajo el último día de la semana laboral. Así que escribí, esta vez con más atrevimiento:
“‘El hombre es una caña pensante’ (Blaise Pascal, 1623-1662). Yo pienso que tampoco debo trabajar los jueves.”
Ahora, mi semana laboral acababa el miércoles por la tarde. Sí, pero ese miércoles... El silencio de Dios me dio valor.
“Exijo la supresión del miércoles como día laborable: Prometeo.”
En cuanto al martes, me rebelé ya abiertamente: “Llamarse hombre llena de orgullo” (Máximo Gorki, 1868-1936). El martes atenta contra mi dignidad. Estoy en total desacuerdo y acabo el lunes.
No hubo respuesta, así que con el lunes fue muy fácil. Bastó con un telegrama:
“El lunes también queda excluido.”
Ahora tenía siete días de la semana libres y me sentía orgulloso de mi rebeldía (L´homme révolté, Albert Camus, 1913-1960). Pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que la semana sólo tenía siete días y, por tanto, yo no podía tener más de siete días libres a la semana. Semejante limitación de mi libertad me pareció inadmisible. Así que telegrafié a Dios:
“Crear inmediatamente un octavo día.”
No contestó, lo cual me afirmó definitivamente en mi convicción de que Nietzsche tenía razón (Friedrich Nietzsche, 1844-1900) y Dios no existía. Pero en ese caso, ¿quién era el culpable de que la semana sólo tuviera siete días y de que yo no pudiera tener más de siete días libres a la semana?
Cogí un palo y me puse al acecho en la escalera. Cuando pase un vecino, le arreo.
A fin de cuentas, alguien tiene que ser el responsable de la injusticia que se me ha hecho.
Cuestiona lagunas en la reforma energética sobre cuánto obtendrá el país de la IP
Buscan poner campos de Pemex en venta de garaje: experto
Escandaloso, que se entregue a empresas privadas yacimientos actualmente en producción
La paraestatal tributa 60 o 70% de sus ingresos; British Petroleum sólo 1.85%, advierte
Susana González G.
 
Periódico La Jornada
Domingo 23 de marzo de 2014, p. 23
Los plazos tan apretados marcados por la reforma energética para que Pemex cumpliera en 90 días con la llamada Ronda Cero y la Secretaría de Energía (Sener) determine en seis meses los campos mantendrá la paraestatal para explorar y explotar petróleo y otros hidrocarburos, convertirá las licitaciones para el sector privado en una kermés o venta de garaje donde se malbaratará la industria petrolera nacional, advirtió José Manuel Muñoz, presidente del Observatorio Ciudadano de la Energía (OCE), organización creada desde la década de los 90 con especialistas del ramo y trabajadores electricistas que se opusieron a las privatizaciones impulsadas por el entonces presidente Ernesto Zedillo.
Hay tantas omisiones y lagunas ocultas en la reforma, dijo, que se desconoce con precisión lo que las empresas privadas podrán explotar y los beneficios que recibirá el Estado a cambio. Si a los corporativos nacionales o extranjeros se les dan campos ya explorados pero no explotados por Pemex, por ejemplo, no queda claro si se pagarán por los estudios realizados durante años y que implican inversiones millonarias por ese conocimiento.
Si transferir la propiedad de los estudios ya es grave y escandaloso en materia técnica y económica, mayor problema será que Pemex ceda o se le quite alguno de los campos donde actualmente produce y opera. ¿Por qué tendría que regalárselos a alguien? Y si cede varios de sus campos, ¿qué sucederá con todos sus trabajadores?, señaló el especialista, y sentenció que debe mantener todos.
Consideró que las empresas privadas podrían explotar, mediante licitación, los campos agotados que Pemex abandonó hace décadas y que no explotó con las llamadas técnicas de recuperación mejorada, mediante las cuales se inyecta hidrógeno o dióxido de carbono para extraer petróleo. Se trata de pozos que produjeron en los años 40, 60 y 70, concentrados básicamente en la faja de oro de Poza Rica y Tuxpan, y en cuya explotación sólo se usaron la primera o si acaso la segunda etapa de recuperación, con las cuales el petróleo sale solo o se le inyecta agua, respectivamente, pero no se llegó a la terciaria, que es la mejorada con nitrógeno.
El presidente del OCE indicó además que Pemex o las secretarías de Hacienda y de Energía deben determinar cuánto pagará el sector privado por concepto de impuestos, porque si Pemex entregaba entre 60 y 70 de sus ingresos por ventas al gobierno federal, hay escándalos como el caso de British Petroleum, que entrega 1.8 por ciento. Si esta empresa entrara a concursar en México para participar en el sector petrolero, querría pagar eso aquí.
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Trabajadores de Pemex dan mantenimiento a las válvulas de una batería en el campo petrolero San Ramón, en Cárdenas, TabascoFoto Notimex
En una concesión a la empresa privada, porque eso es aunque no quieran llamarle así, tendría que establecerse cuántos impuestos se pagarán. La que más paga de las grandes petroleras del mundo no rebasa 15 o 16 por ciento sobre ingresos, las demás entregan 10 por ciento. O sea, lo que sacan lo venden en un millón de dólares y entregan 100 mil dólares de impuestos, pero con Pemex significaban 600 mil o 650 mil dólares para Hacienda, sostuvo.
Ante la apertura del sector energético a la iniciativa privada, la reforma constitucional fijó a Pemex un plazo de 90 días, que se venció el viernes y el cual cumplió, para que la paraestatal solicitara a la Sener la adjudicación de campos y yacimientos de petróleo y demás hidrocarburos sólidos, líquidos o gasesosos que están actualmente bajo su producción o que ha venido explorando. Sin embargo, aunque pretenda mantener bajo su control dichas áreas, la paraestatal debe comprobar que cuenta con las capacidades técnicas, financieras y de ejecución necesarias para hacerlo.
Este proceso constituye la primera etapa de la reforma energética y es conocido como Ronda Cero. A más tardar el 17 de septiembre, la Sener deberá emitir resolución sobre la solicitud de Pemex, de la cual no se difundió qué campos pretende conservar y a cuáles renuncia.
Juan Manuel Muñoz planteó que pueden considerarse tres posibilidades para que participen las empresas privadas en el sector energético: una manera de ejecutar la apertura es dejarlas que exploren todo el territorio que Pemex no ha explorado ni explotado. Claro que sería un contrasentido invitar al sector privado extranjero a participar en áreas no exploradas ni explotadas, porque empezarían de cero y los primeros resultados los tendrían en 10 años, lo cual no checaría con el entusiasmo de panistas y priístas al aprobar la reforma.
Otra opción sería entregarles zonas exploradas o los mencionados campos agotados y la tercera darles de plano áreas que ya están siendo explotadas. Insistió en que por sí sola un área explorada es costosa, porque ya implica un proceso de investigación y de estudio muy, muy caro, por lo que se debe aclarar si el resultado de la exploración se va a vender o regalar a las empresas; si va a haber alguna contraprestación para todos o sólo el que gane.

domingo, 16 de marzo de 2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Unos renglones desde la cárcel
Hace unas semanas recibí un correo electrónico en el que se me hizo llegar la carta de un lector de esta columna. La carta la escribió Ilia Adad Infante Trejo desde el área de ingreso del Reclusorio Norte, donde permanece preso desde el 2 de octubre del año pasado, acusado por el gobierno del prianista Miguel Ángel Mancera de injurias a la autoridad y daños a propiedad pública y privada. Sólo que todo indica –aún las documentales y muy gráficas pruebas de video de la ciudad y de los mismos afectados por los destrozos que causaron algunos manifestantes radicalizados, como el caso del banco Ixe– que Ilia ni estuvo donde los policías dijeron que estaba al momento de los desmanes –Ilia fue “encapsulado” en una operación realizada por policías preventivos sin insignias nominativas, escondidos los uniformes con el equipo de protección antimotines– ni a la hora en que las mismas pruebas de los afectados muestran el momento de los destrozos. Los policías dijeron que Ilia había aventado piedras a la sucursal bancaria mientras en los videos del banco se ve a un joven embozado –asaz más delgado que Infante Trejo, con otra vestimenta– utilizar algo como una barreta para romper los vidrios. Ilia fue paseado en un camión de los granaderos con cuarenta detenidos más y luego, en un acto oscuro, arbitrario, de burda injusticia muy al gusto de los regímenes priístas de ayer y hoy, seleccionado con otros siete hombres, ninguno visiblemente herido (había varios entre los detenidos, que habían sido golpeados salvajemente por los uniformados) por un tipo de aspecto militar pero vestido de civil. Ésos, escogidos a criterio de un anónimo gorila del régimen, fueron acusados y enviados a la cárcel. Sin pruebas. Sin presunción de inocencia. Como Julio Hernández López publicó en su columna Astillero del martes 29 de octubre del año pasado, el mismo Ilia relata: “Desafortunadamente soy, junto con mis compañeros presos, víctima de la campaña por la cual el jefe del Gobierno del Distrito Federal se ha convertido en el encargado de hacer el trabajo sucio al gobierno federal. La acusación se realiza y se quiere fundamentar en el dicho de policías que ni siquiera nos encapsularon en el inmueble de Reforma 93. Vine a dar aquí junto con otras siete personas (entre ellas, un menor de edad ya liberado y un representante de medios ya exonerado) por el dicho de un comandante de la SSP que nos seleccionó arbitrariamente de entre cuarenta personas que éramos transportados en un camión de la policía en el estacionamiento de la Agencia del Ministerio Público GAM-2”. Infante Trejo, de veintiocho años, estudia Filosofía y Letras en la UNAM, cubría la marcha de conmemoración de la matanza de Tlatelolco.
Hoy sigue esperando resolución a su juicio de amparo radicado en el Juzgado Octavo de Distrito de Amparo en Materia Penal en el Distrito Federal. La Juez de distrito es Luz María Ortega Tlapa y ha estado postergando –recordando el caso Yakiri y el retorcido proceder del juez Santiago Ávila Negrón, al parecer estirar los procesos es común entre ciertos jueces– el fallo.
La carta que remitió Ilia a esta columna hablaba de la encarnizada manera en que los mexicanos nos insultamos y despreciamos los unos a los otros. De que en las redes sociales parece respirarse un ambiente de guerra civil, y afirma: “El ambiente de odio, superficialidad, intolerancia e ignorancia que permea las redes sociales no ayuda a la construcción de nuevas alternativas para el país. Por el contrario, está gestando una generación de nativos digitales intolerantes, acríticos y profundamente ignorantes. La cantidad de información de Twitter no genera por ello un ciudadano informado. Sé que no es un fenómeno exclusivo de nuestro país. El problema radica, pienso yo, en que las discusiones ’feisbukeras’ o peor ‘tuiteras’ están desactivando el poder crítico de los usuarios de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y su poder y efectividad política. Los calificativos de las identidades culturales a su vez están creando microsociedades aisladas cuyo intercambio e interacción queda subyugada al mercado creando falsas contraculturas igualmente acríticas e intolerantes. Todo ese proceso pone al internauta en contra del internauta y a los jóvenes en contra de sí mismos.”
E invariablemente, me permito agregar, en ruta de colisión con los poderes fácticos, lo que se convierte en la oportunidad perfecta para que el régimen aísle y neutralice a jóvenes inconformes.
Dígalo, si no, el mismo Ilia desde la cárcel.
Verónica Murguía
Preguntas sin respuesta
Hay semanas en las que no entiendo nada y voy por la vida con cara de boba. De por sí soy propensa a la perplejidad: ya en este mismo espacio escribí que me gustaría que, cuando muera, en mi lápida se lea “Aquí yace Verónica Murguía, cada día más confusa.”
Imagínese el lector. Cada día más confusa. Una enormidad de aturdimiento que aumentará con el paso del tiempo. En el lapso de algunos milenios me convertiría en un universo de desconcierto, una supernova de incertidumbre. Un hoyo negro que absorbería toda certeza y la convertiría en nada. Ja.
Esas son las fantasías que infestan el ánimo cuando uno padece el extraño destino de ser mexicano. Si fuera budista pensaría que en mi vida pasada fui una ladrona, una jugadora profesional de póquer, una estafadora que bebía jaiboles todo el día y engañaba a señores ingenuos en la noche; que por eso me tocó nacer en un país en el que las autoridades le tratan de tomar el pelo a los ciudadanos desde que nacen y hasta que los entierran.
Pero no creo en la reencarnación, así que tengo que resignarme. Sólo tengo una vida y me tocó experimentarla aquí, con la irritante certeza de que los que nos representan y sus impresentables familias, compadres y conocidos, nos están tomando el pelo de una forma tan descarada que lo deja a uno mareado.
Hoy que escribo estas líneas no se habla más que del fraude colosal de Oceanografía y de los hijos de Martita Sahagún. De las cifras que se mencionan no puedo más que repetir lo dicho por muchos: son inimaginables, estratosféricas. No sé qué se puede comprar con esas cantidades de dinero: países enteros, supongo. También sé lo que no se puede pagar: integridad. Pero no creo que los Bribiesca hayan tenido jamás la idea de procurarse ni tantita decencia.
Yo, para más tirria, soy una persona azorada pero con muy buena memoria. Así que recuerdo perfectamente que durante el sucio e ineficiente sexenio de Fox, ya se hablaba del millonario tráfico de influencias de los hermanos Bribiesca. Recuerde el lector: “Vamos México”, “comes y te vas”, la portada de la pareja en el ¡Hola! , los cochupos de los multimencionados juniors con Felipe Calderón, entonces secretario de Energía. Recuerde a su amigo Maciel, el legionario de Cristo que consiguió “audiencia” a los Fox en un pasillo del Vaticano. Maciel, “sapo Iscariote y ladrón […] con la efigie de Cristo prendida del pecho”. (Así retrató a Francisco Franco el poeta León Felipe).
Entonces, ¿por qué después de semejante espectáculo no hubo conteo voto por voto y casilla por casilla, como exigimos la mitad –por lo menos– de los mexicanos? A toro pasado: ¿a quién le dio estabilidad económica, seguridad personal, trabajo y prestaciones el pomposamente autoproclamado “presidente del empleo”? A los sicarios, a sus compadres, a los malos policías, a ciertos delincuentes, a los que negocian con la muerte. A ésos. Y lo que falta todavía por descubrirse, el dinero, los millones que se esfumaron.
Otra pregunta: ¿qué pasó con el tesoro de las aguas profundas? Con la lata que daban con eso; la propaganda por radio y tele, a un spot por cada corte. El tesoro que iba a hacer ricos a todos, a sanear las finanzas del país.
Según un artículo aparecido el 17 de febrero de 2010 en el periódico El Economista, según la Auditoría Superior de la Federación, los excedentes de Pemex (esa empresa dizque no rentable) fueron, de 2001 a 2008, ni más ni menos, de un billón 281 mil 902 millones de pesos. ¿Dónde andan esos dineros? La verdad es que suena como que alcanzaba, no para hacernos ricos, pero sí para mejorar la situación de México. Y ¿cómo es que se produjeron esos excedentes si Pemex es tan inoperante?
Ah, Calderón y su cohorte, su vínculo corrupto con Fox, que ya vemos, salió caro al país. Y los muertos de su guerra. De eso no hablo ahora, porque nomás ando preguntando acerca del dinero.
Citaré, sí, el poema de Neruda sobre España para referirme a todos los que hacen como que nos dicen la verdad y fingen que les creemos: “estiércol de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra de traición”.
En el poema completo hay una maldición tremenda que viene mucho al caso, por aquello de las víctimas y los niños de la guardería ABC.
Y una última pregunta, no urgente, pero que me atormenta: ¿por qué las luces de las torretas de las patrullas han aumentado de esa forma su intensidad? Es algo horrendo.
Será para avisar a los ladrones, ¿no?
Recetas para acercarse a
José Emilio Pacheco
Elena Poniatowska
Si lo ve de lejos, avance muy poco a poco hacia él y al llegar hágase presente para no sobresaltarlo. Aunque es alto y fuerte, dentro de él hay un cordero de Dios que limpia los pecados del mundo. Jamás vaya a abordarlo en una esquina porque el creerá que usted es un taxi. Tampoco lo elogie, porque lo mirará con cierta apenada desconfianza y protestará que no es para tanto. No le cuente que lo conoce desde hace tiempo, que lo saludó en las escalinatas de Bellas Artes o que lo vio comer en el Matisse –hace algo así como seis meses–, porque no es ningún desmemoriado.
Si le dice que se ve muy bien, él le dirá que no mienta y a continuación le hablará del buen trabajo que hacen los zopilotes.
Si lo felicita por ser nuestro Premio Cervantes responderá que el dinero va a servirle para pagar su internamiento en los hospitales de Vásquez Raña que no tienen nada de Ángeles y resultan los más caros del mundo.
Los elogios desmedidos provocarán su desconfianza y si usted logra ver sus ojos detrás de los gruesos anteojos captará en ellos un relámpago de ironía.
De muy fina ironía, porque a José Emilio lo que más le preocupa en esta mugre vida es no ofender a alguien.
Sin embargo, su capacidad crítica lo hace ver a los demás con una mirada certera y advertir que el escritorio de algún colega “tenía el orden perfecto y la abundancia de instrumentos y comodidades que caracterizan al escritor estéril”.
Si le comenta que sus “Inventarios” en la revista Proceso son su Biblia, sus Tablas de la Ley, su catecismo, su breviario, su Tesoro de la Juventud, su enciclopedia, el “Padre nuestro que estás en los cielos”, le responderá que por favor se modere y cierre la boca porque él no puede ya escucharlo, “verdaderamente” le es imposible. Estos “Inventarios” jamás los publicaría, tiene que reescribirlos, son un cúmulo de deficiencias y a él el tiempo se le hace vinagre y no miel, porque se le va segundo a segundo de entre las manos y “verdaderamente” no hay la menor posibilidad de que los mejore sino corrigiéndolos durante los próximos cincuenta años. 
Comunicarle que lo ha llamado varias veces y su teléfono no funciona sólo lo inquietará porque, a diferencia del resto de los mexicanos, a José Emilio le afectan una barbaridad la descompostura, la mala hechura y las cosas que se hacen para ayer como lo acostumbramos. No es que desee creer a toda costa en la bondad de los servicios públicos, aunque la experiencia le demuestre lo contrario. Es que México es para él fuente de una preocupación sin límites, de una angustia que se renueva a cada amanecer y poco le ayuda a soportar citas fallidas, erratas, retrasos y demás barbaridades.
En marzo de 1979 escribió un entremés de los Ejes Viales, las tuberías rotas, las trincheras, los baches, los hoyancos, los árboles talados, el camellón arrasado, el aire letal envenenado por los escapes y los polvos fecales, las avenidas que jamás pueden atravesarse en medio del estruendo producido por los coches, las perforadoras y los mazos que acompañan a los letreros de “Perdone las molestias que le causa esta obra”. Usted, lector amable, por no llorar lágrimas amargas acabará llorando de risa ante la enumeración de tantísimas catástrofes, antes de que dos agentes irrumpan en el diálogo de un viejo y un joven que aguardan en una esquina para atravesar la calle y los insulten, golpeen y despojen de relojes, plumas y carteras.
En México, los capitalinos vivimos en una ciudad desforestada. José Emilio Pacheco amanece en una ciudad cuya tumba es hoy por hoy el pavimento y se llama Distrito Federal.
En general, los cultos son personas que se creen la divina garza porque saben muchas cosas y ninguna se les olvida, pero José Emilio sabe todo, nada se le olvida y no se cree sino un humilde servidor de la palabra.
Se sabe un profeta de desastres, porque cada día es más apocalíptico en este país de el Chapo Guzmán, la Maestra y el imperio del narcotráfico.
Hablarle de su ingenio y su erudición es otro grave error, porque responderá que él se va a ir muy pronto sin haber hecho nada.
nada. Así, en mayúsculas.
No sólo es la ciudad y sus calamidades la que lo desesperan, también la situación de América Latina sobre la que escribe en Proceso semana tras semana, así como denunció la junta militar argentina y el asesinato de hombres excepcionales como Rodolfo Walsh, el autor de Operación masacre. Y la de Haroldo Conti. Y la del hijo de Juan Gelman. Y la de los padres de la linda Paula Mónaco Felipe, sobrina de Liliana y Jesusa.

Foto: Octavio Nava/ Secretaría de Cultura DF
(bajo licencia Creative Commons)
También lo sabe todo del terrorismo, la violencia, el aislamiento y la represión que en su tiempo y en el mío comenzó con el nazismo. Nos aseguró que el Estado encarna el máximo de mistificación moral y por ello representa el máximo de violencia.
El 18 de marzo de 2012 nos había hablado de cómo Nahui Ollin y el Dr. Atl “se adueñaron del convento de La Merced, devastada joya entre muladares”, y que ahora los muros del convento se encuentran todos clavados de fierros y techumbres para dañar aún más, si fuera posible, “al más hermoso claustro de nuestra arquitectura colonial”.
José Emilio a mí me toca mucho porque habla de gente que conocí o traté, como el pintor Manuel Rodríguez Lozano. Resulta que el hermano de mi abuela, Francisco Iturbe, dueño de la Casa de los Azulejos, a quien le decían el Conejo, fue su mecenas, como lo fue de José Clemente Orozco y por eso tuve la oportunidad de conocerlo. Rodríguez Lozano era un hombre de estatura pequeña pero muy guapo y lo sabía. De él se enamoró Antonieta Rivas Mercado, pero más aún, y con consecuencias funestas, Nahui Ollin. José Emilio cuenta que Rodríguez Lozano se acercaba a la mesa del café en busca de halagos y reconocimientos. Como nadie se los daba su venganza era pendejear a todos: “¿Diego? ¿Es un pendejo. ¿Orozco? Es un pendejo. ¿Tamayo? Es un pendejo.”
Decía Monsiváis: “México es cruel. Así vamos a terminar también nosotros.”
No le pregunte usted a José Emilio cómo pasa el tiempo porque José Emilio es el hombre-tiempo. Todos los demás vivimos pensando qué hora será, se nos ha hecho tarde, si nos alcanzará la vida, perseguimos el minutero, perdemos lo irrecuperable, luchamos contra algo que ni siquiera vemos y que José Emilio conoce a fondo y le toma el pelo o a veces simplemente lo deja ser, como en el trayecto del avión México-Mérida, en su asiento, tomado de la mano de Cristina.
Todos nos comemos a nosotros mismos, pero José Emilio Pacheco se come su cansancio y ahí va dándonos en cada respuesta su sabiduría. Humilde y soberbio, José Emilio Pacheco se sabe los idiomas que tan bien traduce aunque no los pronuncie en voz alta.
En Toronto, juntos vimos todas la obra de Henry Moore que donó para las calles canadienses y las efusivas miradas de los canadienses.
En Berlín, juntos levantamos los ojos hacia la bóveda de la catedral.
Juntos vimos la Torre Eiffel.
Juntos vimos fluir el río Sena.
Fuimos a la Ile de St. Louis y desde lo alto le señalé: “Mira, qué bonita muchacha” y él con su mano como visera preguntó: “¿Cuál?”
También vimos el agua del Rin y los pesados barcos que salían lentos y tristones del puerto de Hamburgo.
Juntos tomamos nuestro primer Martini. El mío no me gustó y José Emilio se lo bebió para no dejarlo porque costaba muy caro.
José Emilio ha vivido como si se comiera a sí mismo. Todos vivimos de algo que inventamos. Por ejemplo, yo vivo de mis sueños, de mis tres hijos y mis diez nietos que son mi sueño. José Emilio, si leemos sus “Inventarios”, vive de la realidad que todas las mañanas lo golpea. No sólo son los acontecimientos políticos los que lo asuelan, sino los del hambre, la corrupción, los humillados y ofendidos. Jamás se ha hecho ilusiones, la celebridad no lo inmuta: “Principio de sexenio. Suena el teléfono. ‘No estoy para nadie’. Fin de sexenio. El teléfono permanece en silencio. ‘No soy para nadie’.”
Cuando busco un adjetivo para José Emilio Pacheco encuentro la palabra fundamental.
Hablo con frecuencia con José Emilio aunque él no lo sepa. Hablo con él como si lo tuviera en frente dispuesto a contarse a sí mismo, lo escucho en una conversación rica, sana y vigorizante de la que me nutro. Su cultura es piedra de toque en nuestra literatura. Nadie la tiene. Pienso en él con nostalgia, siempre tengo nostalgia de José Emilio y más ahora que no se deja ver y le llevo ocho años.
Descubrirá usted que José Emilio Pacheco es ya, y mucho antes de los ochenta, un icono intelectual de México.
A través de sus “Inventarios” es muy posible que se le revelen los cambios de su tiempo, cómo un escritor de pluma y papel se adapta a la computadora, se sienta frente a la pantalla y comparte su tiempo en internet. Así José Emilio le da su tiempo al tiempo y va viviendo .
Es un maestro que explica detalles que los ojos de los demás no retienen pero que son esenciales. Explica el misterio en este país de misterios, engaños y monólogos incomprensibles. Sabe de historia, de política, de filosofía, de literatura, indispensables a la vida, que por desgracia, en nuestro país, son las más ignoradas, despreciadas porque “no sirven para nada”.
Dedica sus “Inventarios” a los que se han ido antes que nosotros, al maestro Adolfo Sánchez Vázquez, a Daniel Sada, a Tomás Segovia, a Czeslaw Milosz, a Octavio Paz, a José Donoso y a Pilar Donoso, su hija, que llamaba la Pilarcita, quien escribió la mejor biografía u autobiografía que pueda imaginarse, Correr el tupido velo, sobre la vida de sus padres adoptivos y se suicidó a los cuarenta y cuatro años. Es generoso al recordarnos a escritores que injustamente olvidamos, como Nicanor Parra. Muchos olvidados vienen a nuestra memoria porque José Emilio los recuerda y les canta.
José Emilio nos alimenta.
Disciplinado, nos hace amar la batalla frente a la mesa de trabajo, esa gran aventura cuyo final desconocemos.
Al final de su vida, Fernando Benítez ya no podía escribir pero quería publicar y no daba pie con bola y le pidió a José Emilio su ayuda. “Hermanito, socorro, hermanito, no me abandones.” José Emilio escribió, añadió, corrigió, cortó, cotejó, comprobó e hizo todo lo que ya había hecho con nuestros artículos cuando fue jefe de redacción todos los miércoles de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años y formó página tras página cultural hasta medio matarse en el suplemento de Novedades, de México en la cultura (que nunca ha sido superado) y más tarde en La Cultura en México de la revistaSiempre! al lado de Carlos Monsiváis, que se dio el lujo de no mencionarlo en una crónica de cómo había sido la cultura en el tiempo en que él la dirigía.
Si Octavio Paz para todo decía “es monstruoso”, José Emilio repite mucho la palabra “verdaderamente” y asegura que, hagas lo que hagas, verdaderamente vas a ser condenado.
José Emilio no es ningún iluso. Si usted lo aborda con su vida brillante, su trayectoria brillante, sus ojos brillantes, su pelo brillante, sus labios también brillantes, su brillante futuro, y le dice que va a escribir sobre él, seguro le responderá que no pierda el tiempo y que lo único que brilla al sol en Ciudad de México es la carrocería de los millones de automóviles que congestionan nuestra vida.
El homenaje de hoy es especial porque José Emilio está con nosotros, compartiendo su sonrisa y su mirada profunda a la que nada le pasa desapercibido. Es especial porque también navegamos en un barco encima del mar y no queremos que nos hagan olas. Vemos a José Emilio desde el puente, contento de encontrarse en la península de Yucatán a pesar de que no sopla el viento. Todos los que lo queremos celebramos que por un instante detenga su pluma, guarde las velas de su barca, mire con nosotros el cielo azul y caliente y nos acompañe para recordar los momentos que atesoramos de él, las reflexiones a las que nos lleva con su “Irás y no volverás”, la tristeza que nos invade cuando nos hace ver que no somos dueños del tiempo que vivimos sino al revés.
Las iniciales del nombre de José Emilio, JEP, también son las mías, porque son las de mi padre: Jean Evremont Poniatowski. Si pongo el nombre de mi hermano y mi padre juntos, los transformo en uno solo: Jan, muerto a los veintiún años. Por eso me hago la ilusión de que hemos vivido más o menos lo mismo. CuandoJEP tenía muy poquito de nacido, apenas seis añitos, en agosto de 1945, estalló la bomba atómica, pero después le tocaron muchas bombas, mínimo cuatro. Porque el ’68 nos estalló en las manos, luego San Juanico, luego el terremoto de 1985, luego la salud que va deteriorándose, luego distintos avatares como la salida de Novedades en solidaridad con Fernando Benítez, luego las tragedias políticas y, sin embargo, aquí estamos y hemos regresado de viajes a Canadá, a Estados Unidos, a Alemania, a Francia, a Inglaterra, y nos hemos reído y le he ayudado a cerrar su maleta sentándome encima de ella porque ya nada le cabía de tantos libros, y hemos caminado al borde del Sena en París, y recuerdo cómo vimos pasar los barcos bajo el Pont de’Iena, muy cerca de donde se mató Lady Di con su amante Dodi al Fayed, hijo del dueño de la tienda Old England, en la que siempre quise comprarme un impermeable y convencí a José Emilio de que lo hiciera para que por un ratito pensara que era James Joyce.
Y yo, por lo tanto pensara que él es mi Ulises.
Para terminar quisiera leerles dos estrofas de un poema de Apollinaire que José Emilio tradujo:
Bajo el puente Mirabeau
Van el Sena
Y nuestro amor
Recuérdalo mi dolor
siempre hay dicha tras la pena
Cae la noche, da la hora
Así el tiempo se evapora
Frente a frente nos miramos
Y las manos enlazamos
Nuestros brazos son el puente
Pero el agua eternamente
Se lleva lo que deseamos
Cae la noche, da la hora
Así el tiempo se evapora
Apuntes
sobre la canción
John Berger
para Yasmine Ha
Yasmine, la semana pasada que te observé y escuché en tu presentación, tuve el impulso de dibujarte. Un impulso absurdo porque estaba demasiado oscuro. No podía mirar el cuaderno de apuntes que sostenía en mis rodillas. Por momentos hice garabatos sin mirar abajo, no podía quitarte los ojos de encima.
Existe ritmo en estos garabatos –cual si mi pluma acompañara tu voz. Pero una pluma no es una armónica ni una batería, y ahora en el silencio mis garabatos no significan casi nada.
Traías puestos unos zapatos rojos con tacones, calzas negras ajustadas, una camiseta oscura tirando a café, medio transparente con hombreras, y un chal naranja, del color de los chabacanos. Era como si pesaras muy poco, te veías seca, casi sin densidad, como quien se maravilla perpetuamente.
Cuando empezaste a cantar, esto cambió. Tu cuerpo entero ya no era seco, estaba pleno de sonido, como cuando una botella rebosa líquido.
Cantabas en árabe, un idioma que no puedo entender, pero recibía cada una de las canciones como una experiencia redonda, no era algo parcial. Eso hay que explicarlo. Sugerir que las palabras en una canción no importan es simplemente estúpido; ellas son las semillas de las que ésta ha nacido.
Recibí cada una de las canciones que cantabas al igual que lo hicieron cientos o más personas, muy pocas hablaban árabe. Pero pudimos compartir eso que tú cantaste. Cómo explicarlo. No estoy seguro que pueda explicar nada, pero quiero hacer algunas notas.
Una canción que se toca y se canta adquiere un cuerpo. Y lo hace asumiendo y poseyendo brevemente los cuerpos existentes. El cuerpo del contrabajo que se mantiene vertical mientras se tañe, o el cuerpo de la armónica cubierto por ambas manos que revolotean y pican como un pájaro frente a una boca, o el torso del baterista en su fluir en el ritmo. Una y otra vez se aposenta en el cuerpo del cantante. Y después de un rato, ocupa el cuerpo del círculo de personas que, conforme escuchan y gesticulan ante la canción, recuerdan y avizoran.
Una canción, tan distinta de los cuerpos que ocupa, no puede fijarse en tiempo y espacio.

Dibujos de John Berger
Las canciones narran experiencias pasadas. Cuando se canta una de ellas, llena el presente. Las historias hacen lo mismo. Pero las canciones tienen otra dimensión que es únicamente suya. Mientras llenan el presente, las canciones esperan alcanzar el oído de quien escuche en algún futuro, en alguna parte. Y se tienden hacia delante, más y más allá. Sin la persistencia de esa esperanza, creo que las canciones no existirían.
Las canciones se tienden adelante, lejos.
El tempo, el pulso, el ritmo, los rizos, las repeticiones de una canción, construyen un refugio contra el flujo del tiempo lineal: un refugio donde el futuro, el presente y el pasado pueden consolarse, provocarse, ironizarse e inspirarse uno al otro.
La mayoría de las canciones que se escuchan en este momento por todo el mundo son grabaciones, no son interpretaciones en vivo. Y esto significa que la experiencia física de compartir y de reunirse es menos intensa, pero sigue ahí, en el corazón del intercambio y la comunicación que está ocurriendo.
Good mornin,’  blues,
Blues, how do you do?
I’m doing all right.
Good mornin’
How are you?
[Bessie Smith]
[Buenos días, tristeza,/ Tristeza, ¿cómo te va?/ Yo ando bien./ Buenos días/ ¿Cómo estás.]
La canción con la que más me acuerdo de mi madre es “Shenandoah”. Algunas veces ella la cantaba al terminar alguna comida cuando había invitados y si ocurría algún momento de plenitud silenciosa. Su voz de contralto era suave, melodiosa y nada dramática. La canción, incluida en el cancionero de mi padre, data de mediados del siglo XIX. El valle de Shenandoah era un lugar de asentamientos indios en la mitad de Estados Unidos.
Oh Shenandoah
I long to see you,
away you rolling river
Oh Shenandoah
I long to see you,
Away, I’m bound away
‘cross the wide Missouri.
[Ah, Shenandoah/ Añoro verte,/ fluyendo lejos, río/ Ah, Shenandoah/Añoro verte/ Me voy, me voy muy lejos/ Cruzando el ancho Missouri.]
El río era tributario del Missouri que se une al Mississippi. Se volvió una canción cantada por negros porque en Estados Unidos el Missouri separaba el sur esclavista, del norte. A los boteros y marinos también les gustaba cantarla. En ese entonces, el curso inferior del Missouri tenía mucha navegación.
Mi madre me la cantaba cuando yo tenía uno o dos años de edad. No era frecuente, no era un ritual, y no tengo el recuerdo preciso de que me la cantara a mí solo. Pero ahí estaba la canción. Un objeto misterioso entre otros que había en la casa, pero del cual yo estaba consciente de que estaba ahí –como una camisa en la cajonera, para ocasiones especiales.
‘Tis seven years
since last I’ve seen you
and hear your rolling river
‘Tis seven years
since last I’ve seen you,
Away, we’re bound away.
Across the wide Missouri
[Son ya siete años/ de la vez que te vi/ y escuché fluir tu río// Son ya siete años/ de la vez que te vi,/ Lejos, nos vamos lejos./ Cruzando ancho el Missouri]
En cada una de las canciones hay distancia. Las canciones no son distantes, pero la distancia es uno de sus ingredientes, al igual que la presencia es uno de los ingredientes de cualquier imagen gráfica. Esto es cierto desde el principio de las canciones y el principio de las imágenes.
La distancia separa o puede ser cruzada con tal de propiciar una reunión. Implícitamente, todas las canciones (y a veces de forma explícita) se refieren a viajes.
I wish I was in Carrickfergus
only for nights in Ballygrand
I would swim over the deepest ocean
–the deepest ocean– for be your side.
[Quisiera estar en Carrickfergus/ unas noches tan sólo en Ballygrand/ Nadaría el océano más profundo/ –el océano más profundo–, con tal de a tu lado estar.]
Las canciones se refieren a secuelas y retornos, a recibimientos y despedidas. O para ponerlo de otra manera: las canciones se le cantan a una ausencia. La ausencia es lo que las ha inspirado y es a eso a lo que responden. Al mismo tiempo (y la frase “al mismo tiempo” adquiere aquí un significado especial) al compartir la canción la ausencia también se comparte y como tal se torna menos aguda, menos solitaria, menos silenciosa. Y esta “reducción” de la ausencia original que ocurre en el compartir propio del canto, o incluso en la memoria de dicho canto, la experimentamos colectivamente como una victoria. A veces es una victoria leve, a veces está encubierta.
“Me podía envolver” –dijo Johnny Cash– “en el cocuyo tibio de una canción e ir a cualquier parte; era invencible.”
Los ejecutantes de flamenco hablan con frecuencia de “el duende”. El duende es una cualidad, una resonancia que hace de una representación algo inolvidable. Ocurre cuando un ejecutante está arrebatado, habitado, por una fuerza o una serie de compulsiones que vienen de fuera de su propio ser. El duende es un fantasma del pasado. Y es inolvidable porque visita el presente para poder confrontar al futuro.
En 1933, el poeta español Federico García Lorca dio una conferencia pública en Buenos Aires acerca de la naturaleza de “el duende”. Tres años después, al comienzo de la Guerra civil española, lo fusiló un pelotón de la Guardia Civil del general Franco. Granada era su pueblo natal.
“Todas las artes” –pronunció en su conferencia– “son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que éstas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto... El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder a una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.”
Siempre hay demasiadas cosas en mi mesa de trabajo, siempre demasiados papeles. El otro día, al fondo de la pila me topé con una postal que me había enviado una amiga desde España unos dos meses antes. Se trataba de una postal con la foto en blanco y negro de una bailarina de flamenco, tomada por el fotógrafo español Tato Olivas, famoso por sus retratos de bailarines.
Cuando me crucé con esta imagen sentí que algo se disparaba en mi memoria, que no había notado cuando vi la postal por primera vez. Y algo se hizo claro.
La foto de la joven a punto de bailar me recordó un dibujo de un iris que yo hice. Un iris de una serie que dibujé unos dos años atrás. Busqué el dibujo y luego lo comparé con la foto.
Es cierto que tienen algo en común, una equivalencia, una rima, entre la geometría del cuerpo atento de la bailarina y la geometría de la flor que se abre. Tienen por supuesto rasgos diferentes, pero sus energías y el modo en que éstas se expresan en formas, gestos y movimientos sobre la superficie de cada una de las imágenes riman, son semejantes.
Escaneé ambas imágenes y las puse juntas para hacer un díptico que luego envié con una carta al fotógrafo Tato Olivas.
Me respondió diciendo que había hecho la foto veinte años antes, en la famosa escuela madrileña de Flamenco llamada Amor de Dios. Ahora está cerrada. Nunca volvió a toparse con la bailarina y no sabía su nombre.
Añadió que la “coincidencia” de las dos imágenes lo había hecho pensar en otra foto que era todavía más cercana al dibujo del iris. Una foto de la legendaria bailarina Sara Baras cuando era joven. Me envió una impresión de la misma y no podía creer lo que veían mis ojos.
La bailarina y el iris era como gemelas, excepto que una era mujer y la otra una planta. Uno podría asumir de inmediato que el fotógrafo o el dibujante se esforzaron en intentar “igualar” la otra imagen. Pero no es el caso. Las dos imágenes nunca habían estado juntas hasta ahora. 
La semejanza entre ellas es innata (cual si fuera genética, lo que en el sentido normal no puede ser). La energía del baile flamenco y la energía de una flor que se abre parecen, sin embargo, obedecer a la misma formula dinámica; tienen el mismo pulso pese a sus muy diferentes escalas temporales. Rítmicamente se acompañan una a la otra; aunque en términos evolutivos estén a eones de distancia.
“Con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.”
Una Anunciación, pintada por Antonello de Messina en la década de 1470. Es una pequeña pintura al óleo, no mayor que un modesto espejo junto a una palangana para lavarse. En la pintura no hay ángeles, ni Gabriel, ni ramas de olivo, ni lilas ni palomas. Vemos a la Virgen, en plano cerrado, la cabeza y los hombros, vestida con una túnica azul y un manto. En la repisa frente a ella está abierto un libro de salmos o un devocionario. Justo acaba de escuchar el anuncio de que va a dar a luz al hijo de Dios. Sus ojos están muy abiertos pero está mirando adentro. Sus labios también están muy abiertos –podría estar cantando. Sus dos manos aprietan ligeramente, pero buscan su seno. Es como si quisieran tocar, apuntar a su propio interior, ése que ha escuchado una señal.
Hemos dicho que una canción pide prestados cuerpos existentes en lo físico, de modo que pueda asumir, mientras se canta, un cuerpo propio. El cuerpo prestado puede ser el de un instrumento, el de uno de los ejecutantes, el de un grupo de ejecutantes o el de un grupo de escuchas. Y la canción salta de un cuerpo al otro, impredecible. Lo que la pintura de Antonello nos recuerda es que en cada caso la canción se asienta en el interior del cuerpo que asume. Halla su lugar en las entrañas de ese cuerpo. En el parche del tambor, en el vientre del violín, en el torso o la espalda de un cantante o de quien escucha.
La esencia de las canciones no es ni visceral ni cerebral sino orgánica. Seguimos las canciones para que nos envuelvan. Y por esta cualidad lo que ofrecen es muy diferente de lo que ofrecen otras formas de intercambio o de mensaje. Resulta que nos encontramos dentro del mensaje. El mundo impersonal no cantado permanece afuera, del otro lado de una placenta. Todas las canciones, aun cuando su contenido o su interpretación sean fuertemente masculinos, operan de un modo maternal. 
Las canciones conectan, colectan y reúnen. Aun cuando no se les cante son puntos concomitantes de ensamblaje, de encuentro. Las letras de las canciones, sus palabras, son diferentes de las palabras que hacemos en prosa. En la prosa las palabras son agentes independientes; en las canciones son primero que nada y sobre todo, los sonidos íntimos de su lengua materna. Significan lo que significan, pero al mismo tiempo responden a todas las palabras que existen en esa lengua y fluyen hacia ellas.
Las canciones son como ríos, cada uno fluye por su propio curso –y no obstante todas fluyen para alcanzar el mar del que vino todo. El hecho de que en muchos lenguajes el lugar donde el río entronca con el mar se le llame la boca del río subraya la comparación. Las aguas que fluyen hacia la boca de un río están en su camino rumbo a un más allá inmenso. Y algo semejante ocurre con lo que sale de la boca de una canción.
Gran parte de lo que nos ocurre en la vida es innombrable porque nuestro vocabulario es demasiado pobre. La mayoría de las historias se cuentan en voz alta porque el narrador confía en que narrar una historia pueda transformar un suceso innombrable en algo familiar, en algo íntimo.
Tendemos a asociar intimidad con cercanía y la cercanía con una cierta suma de experiencias compartidas. No obstante, en realidad, los extraños totales que nunca se dirán una sola palabra entre sí, pueden compartir una intimidad. Una intimidad contenida en el intercambio de una mirada furtiva, un asentimiento con la cabeza, una sonrisa, el encogerse de hombros. Una cercanía que dura por minutos o lo que dura una canción que se canta o que se escucha juntos. Es un acuerdo en torno a la vida. Un acuerdo sin cláusulas. Una conclusión espontáneamente compartida entre historias no contadas que se reunieron en torno a la canción presente.
Las veinte horas, a la caída de la tarde en un verano dentro del Metro que va rumbo a un suburbio parisino. No hay asientos desocupados pero los pasajeros que están de pie no van apretujados. Cuatro hombres en sus veinte años se paran en grupo cerca de las puertas corredizas del lado derecho del vagón, puertas que no se abren cuando el vagón va en esta dirección.
Uno del grupo es un negro, dos son blancos y el cuarto es tal vez un magrebí. Estoy parado a cierta distancia de ellos. Lo que primero atrapó mi atención fue su muy visible connivencia y la intensidad de su conversación y sus historias.
Los cuatro están escrupulosamente vestidos pese a que sus ropas son casuales. Por su apariencia, parece importarles más cómo se ven que a la mayoría de hombres de su edad. Todo lo relacionado con ellos implica que están alerta, pero nada es culposo o por pena. El magrebí usa unos shorts azules y unos Nike impecables. El negro trae una malla ajustada, del color del sándalo, sobre su pelo negro y grueso. Los cuatro son viriles y masculinos.
El tren se detiene y algunos cuantos pasajeros se bajan. Me puedo mover un poco más cerca del cuarteto.
Cada uno interviene con frecuencia en un recital de uno con los otros. No hay monólogos pero de igual modo nada parece ser una interrupción. Sus dedos, bastante móviles, están con frecuencia cerca de sus rostros.
De pronto me viene la certeza de que son totalmente sordos. Es su fluidez lo que me impidió darme cuenta antes.
Otra estación. Encuentran cuatro asientos juntos. Se continúan comportando como si estuvieran solos. Y no obstante el modo en que deciden ignorar al resto de nosotros es una forma del tacto o la gentileza, no es indiferencia.
Miro de un lado al otro del vagón. Me parece que soy la única persona que los ha notado. Ocasionalmente alguno de los cuatro gruñe con risas. Sus historias, sus comentarios de los eventos, continúan. Ahora los miro con la misma curiosidad que ellos se miran entre sí.
Comparten un vocabulario de signos gestuales para reemplazar un vocabulario de palabras pronunciadas, y este vocabulario de ellos tiene su propia sintaxis y gramática, casi toda establecida por la sincronización. Sus signos gestuales los hacen las manos, los rostros y los cuerpos que asumen la función de lengua y oído, de un órgano que articula y otro que capta. En cualquier diálogo sostenido en cualquier parte ambos son igualmente importantes. Pero en el vagón completo, tal vez en el tren entero, no hay diálogo alguno que se compare con el de ellos.

Foto: Víctor Camacho/ archivo La Jornada
Cada uno de los rasgos físicos con los que el cuarteto se expresa con el fin de conversar (ojos, labios superior e inferior, dientes, barbilla, cejas, pulgares, dedos, muñecas, hombros), cada rasgo contiene el rango de un instrumento musical, o el de una voz con todas sus notas y acordes específicos, con sus trinos y sus grados de insistencia o duda.
No obstante en mis oídos está tan sólo el sonido del tren que disminuye la velocidad para hacer la siguiente parada. Muchos pasajeros se ponen de pie. Podría sentarme pero prefiero quedarme donde estoy. Los cuatro, por supuesto, están conscientes de mi persona. Uno de ellos me brinda una sonrisa, no de bienvenida, pero sí de aquiescencia.
Interceptar su miríada de intercambios, a los que no puedo dar un nombre, seguir sus respuestas de un lado al otro mientras me mantengo ignorante de lo que quieren decir, bambolearme a su ritmo, dejarme llevar por su expectativa, me hace tener la sensación de que estoy dentro de una canción, una canción nacida de sus soledades, una canción en un lenguaje extranjero. Una canción sin sonidos.
This train is bound for glory, this train,
This train is bound for glory, and if you ride it, it must be holy
[Biddeville Quintette. Chicago,1927]
[Este tren viaja rumbo a la gloria, este tren/ Este tren viaja rumbo a la gloria, y si te subes, debe ser sagrado.]
Recientemente escuché y miré al presidente francés dirigirse a la nación por casi tres horas durante una conferencia de prensa televisada. Y el suyo fue un discurso algebraico. Es decir, lógico y consecuente, pero casi sin referencia alguna a realidades tangibles o experiencias vividas.
Tiene sentido del humor, es inteligente, y da la impresión de ser sincero, y de que cree en la alianza con los Grandes Negocios que está proponiendo, pese a haber sido electo como candidato socialista. ¿Por qué es tan vacuo su discurso? ¿Por qué lo registra uno como un monólogo de siglas y acrónimos?
Es porque se deshizo de todo sentido de historia, y por tanto no tiene una visión política de largo plazo. Históricamente hablando, vive de la boca a la boca. Ya abandonó la esperanza. Por eso el álgebra. La esperanza engendra vocabularios políticos. La desesperanza conduce a la imposibilidad de las palabras.
En esto Hollande es típico del período que atravesamos. Casi todos los discursos y comentarios oficiales son mudos en relación con lo que vive e imagina la vasta mayoría de la gente en su lucha por sobrevivir.
Los medios ofrecen distracción trivial inmediata con tal de llenar el silencio que, de otro modo, podría empujar a la gente a preguntarse, una a la otra, cuestiones relacionadas con el injusto mundo en que vivimos.
Nuestros líderes y nuestros comentaristas de los medios hablan de lo que vivimos profiriendo guturismosinentendibles que no son la voz de los pavos sino la de las Altas Finanzas. La prosa, como forma de discurso, depende de un mínimo de continuidades de significación establecidas; la prosa es un intercambio con un círculo envolvente de diferentes puntos de vista y opiniones, expresados en un lenguaje descriptivo compartido. Ese lenguaje compartido no existe más. Esta es una pérdida histórica, aunque sea temporal.
Por el contrario, las canciones pueden expresar la experiencia interior de ser y devenir en este momento histórico –aun cuando se trate de canciones antiguas. ¿Por qué? Porque las canciones están contenidas en sí mismas y porque las canciones envuelven con sus brazos al tiempo histórico.
Takes a worried man to sing a worried song
Takes a worried man to sing a worried song
Takes a worried man to sing a worried song
I’m  worried  nowwww
But I wont be worried long.
[Woody Guthrie]
[Sólo un hombre atribulado canta su tribulación/ Sólo un hombre atribulado canta su tribulación/ Sólo un hombre atribulado canta su tribulación/ Ahora estoy atribuladoooo/ Pronto no lo estaré ya.]
Las canciones envuelven con sus brazos al tiempo histórico sin proponer la utopía.
La colectivización forzada de la tierra, con la hambruna que causó en la Unión Soviética y luego en el Gulag soviético, con las enciclopedias de sentido engañoso que lo acompañaron, se iniciaron, se prosiguieron implacables y se justificaron siempre en nombre de una utopía donde el hombre soviético, nuevo y sin precedentes, pronto habría de vivir.
Del mismo modo, la siempre creciente pobreza humana que es creada hoy a nivel global, y el saqueo del planeta que prosigue, son implementados y justificados en aras de una utopía que será garantizada por las Fuerzas del Mercado, cuando no se les regula y se les deja operar libremente. Esta es una utopía donde, en palabras de Milton Friedman, “cada hombre pueda votar por el color de la corbata que desea”.
En cualquier visión utópica, la felicidad es obligatoria. Esto significa que en realidad es inalcanzable. Dentro de su lógica, la compasión es una debilidad. Las utopías desprecian el presente. Las utopías substituyen la esperanza con dogmas. Los dogmas están grabados en piedra. Por el contrario, las esperanzas vacilan como la llama de una vela.
Tanto las velas como las canciones acompañan con frecuencia a las plegarias. Y las plegarias en casi todas, si no es que en todas las religiones, templos e iglesias, tienen dos rostros. Pueden reiterar incesantemente el dogma, o pueden articular la esperanza. Y lo que ocurre no siempre depende del lugar o circunstancia donde se eleve una plegaria. Depende de las historias de quienes rezan.
El pequeño poblado de San Andrés Sacamch’en, en el estado de Chiapas al sur de México. Hay ahí una pequeña iglesia. De la iglesia surge el tenue sonido de voces que cantan. Adentro no hay ningún sacerdote. Hay cuatro cantantes de pie. Dos hombres y dos mujeres jóvenes. Los cuatro son indígenas.
Los hombres se paran bastante aparte de las mujeres pero los cuatro cantan en polifonía. Las dos mujeres tienen sus bebés amarrados a la espalda.
En una capilla lateral está la estatua de tamaño natural de San Andrés, el apóstol, tallada en madera. Viste una túnica y unos calzones largos que no están tallados, sino que son ropajes de verdad. En el piso de la iglesia tras del altar hay casi mil velas encendidas, muchas de ellas dentro de vasitos o frascos de vidrio. Una puerta lateral tras el altar quedó entreabierta y por ahí se cuela una brisa que hace titilar las flamas y las inclina a los lados. El ritmo de las voces y el ritmo de las flamas de las velas titilantes.
Eventualmente uno de los bebés llora pidiendo comida. El canto se detiene y la madre le da pecho al bebé. La otra mujer, cuyo bebé duerme, recoge la bolsa que tiene a sus pies, saca una túnica, la desdobla y camina hasta la estatua de San Andrés. Le cambia la túnica que trae puesta por la que ella trae. Como lo imaginaba, ya necesita una lavada.
Las mil llamas de vela, a escasos centímetros del suelo, siguen titilando por la brisa.
Cesaria Évora murió el año pasado. No fue sino hasta sus cincuenta años que se volvió una estrella mundial. Cantaba música afroportuguesa en un lenguaje y un acento incomprensibles para casi todas las personas no nacidas en Cabo Verde. Era intransigente, obstinada, reincidente. El tono de su voz era el de una adolescente probando suerte en un bar de marineros, antes de irse a casa a cuidar a su madre enferma. “A todos los perros les llega su viernes”, dijo alguna vez.
Cuando iba de gira por el mundo llenaba estadios gigantescos, sin ser exótica. Tenía una cara tan redonda como un vientre. Cuando sonreía, lo que hacía con frecuencia, era su sonrisa como aquélla que llega después de asimilar una tragedia.
Los ricos escuchan canciones. Los pobres se aferran a ellas y las hacen suyas. La vida, dijo Évora, consiste de hieles y mieles.
Pienso en el notable poema de Moya Cannon:
It was always those with little else to carry
who carried the songs
to Babylon,
to the Mississippi –
some of these last possessed less than nothing
did not own their own bodies
yet, three centuries later, deep rhythms from Africa,
stowed in their hearts, their bones,
carry the world’s songs.
For those who left my county,
girls from Downings and the Rosses
who followed herring boats north to Shetland
gutting the sea’s silver as they went
or boys from Ranafast who took the Derry boat,
who slept over a rope in a bothy,
songs were their souls’ currency
the pure metal of their hearts,
to be exchanged for other gold,
other songs which rang out true and bright
when flung down
upon the deal boards of their days.
(Moya Cannon, Carrying the songs, Carcanet Press)
[Siempre fueron ésos, los que ya casi no tenían algo que cargar/ quienes cargaban las canciones/ a Babilonia,/ al Mississippi–/ algunos de estos últimos poseían menos que nada/ ni siquiera poseían sus propios cuerpos/ y tres siglos después, los profundos ritmos de África,  estibados en sus corazones, en sus huesos,/ son los que cargan las canciones del mundo.// Para quienes abandonaron mi condado/ muchachas de Downings y de Rosses/ que siguieron las pesqueras de arenque al norte de Shetland/ destripando la plata del mar, como se fueron/ o los niños de Ranafast que tomaron el barco en Derry/ que durmieron sobre las cuerdas en una casamata/ con sus canciones como divisa del alma/ como metal puro de sus corazones,// para cambiarlos por otro oro/ por otras canciones que sonaban verdaderas y brillantes/ cuando eran lanzadas sobre las cubiertas de los barcos de sus días.]
El modo en que los cantantes juegan con la linealidad del tiempo, o la desafían, es algo que guardan en común con lo que los acróbatas y los juglares hacen con la fuerza de la gravedad. Hace poco, en un pueblo francés vi a una familia de maromeros que hacía su representación en una esquina cercana a un supermercado. El papá, tres niños y una niña. También estaba una perrita, una Scot-terrier. La perrita, lo supe después, se llamaba Nola y el padre, Massimo. Todos los niños eran esbeltos y tenían ojos oscuros. Massimo era grueso e impositivo.
El mayor de los muchachos, y principal malabarista y manejador, tenía probablemente diecisiete años, tal vez más (fue difícil calcular sus edades porque para ellos no parecía existir la categoría de niñez).
La jovencita de seis o siete años se trepó en él como si fuese un árbol, un árbol que se transformaba en vigas de un techo sobre el que ella se sentaba. El padre estaba bastante atrás con un amplificador y el equipo de sonido sobre el adoquinado. Los observaba con ojos de beagle y rasgueaba una guitarra. Las vigas del techo comenzaron a inclinarse gentilmente y depositaron a Ariana, la niña, en el suelo. El muchacho descendió como un elevador, muy lentamente, y la niña dio un paso atrás para posarse en el adoquinado al ritmo de la guitarra de su papá.
Llega el momento para que David (¿diez, doce años?) haga su número. Únicamente hay media docena de espectadores, es la mitad de la mañana, la gente está ocupada. David se monta en su monociclo, lo lleva por la calle, da la vuelta y lo conduce de regreso con el mínimo de esfuerzo. Hace esto para mostrarnos sus credenciales.
Luego, desmontándose en la acera donde se halla una bola de cuero del tamaño de una gigantesca calabaza con plumas, avienta sus zapatillas y se sube con pies desnudos a la bola. Empujando con sus talones, y con las plantas de los pies que asumen la curvatura de la bola, la persuade lentamente de que se mueva y ambos avanzan. Mantiene su brazo abajo, al lado. Nada de lo que hace revela la dificultad de mantener el balance de la bola rodante.
Se para en ella, con la barbilla en alto, mirando a lo lejos, como estatua en un pedestal. La bola y él avanzan triunfantes al paso de una tortuga muy lenta. Y en ese momento de logro comienza a cantar, acompañado por su papá que toca una armónica. David tiene un micrófono miniatura pegado con cinta adhesiva cerca de su mejilla izquierda.
La canción proviene de Cerdeña. Él la canta con una voz llana de tenor. Es la voz de un pastor solitario, no la de un niño. Las palabras describen lo que ocurre cuando lanzan sobre ti un mal fario, una historia tan vieja como las colinas.
El triunfo y el mal fario.
El mal fario y el logro reunidos en un acto que al mirarlo uno espera que siga y siga y siga. Picasso pintó el mismo acto cerca de 1900.
El mal fario y el triunfo. He intentado explicar por qué hoy las canciones pueden referirse, en su modo único e incomparable, a la experiencia que cada quien tiene del mundo en que vivimos. Y esto, Yasmine, es por lo que podemos compartir contigo lo que tú nos estás cantando.
Con tu mano derecha sostienes el micrófono cual si fuera a ser barrido por una corriente. Y cuando tu voz alcanza una cierta tonalidad haces un gesto con tu brazo izquierdo. Lo bajas vertical al piso donde los cables se enroscan a un lado de tus zapatos rojos. Y el pulgar de tu mano izquierda baja también vertical para tocar la punta, no de tu índice sino de tu dedo cordial. Tu índice se dobla y apunta hacia arriba para rozar la yema de tu pulgar. No podemos ver su punta. Y este gesto, conforme desciende tu voz, cuando cantas la canción acerca de las noches de Samar, anuncia que el bozal de la canción anida en la palma de tu mano.
Los que escuchamos empezamos a batir palmas en tu ritmo. Nuestro batir de palmas nada tiene que ver con el aplauso. Es generar la energía y afilar la atención que compartimos, algo necesario para seguir a otra parte.
Y de repente, ya que nos atrevimos a confiar, a tener esperanza, esa otra parte viene aquí, a nosotros, a través tuyo.
Traducción de Ramón Vera Herrera