lunes, 30 de marzo de 2015


Rogelio Guedea
Kentucky Fried Chicken
Mi mujer se esmera en dar la mejor comida a mis hijos. Busca alimentos en lugares insospechados, los aliña para que logren sabores inéditos, sobre todo cuando se trata de aquellos que suelen espantar su gusto: el brócoli, las lentejas, la coliflor. Aunque todos los días es una hazaña, la respuesta de mis hijos no siempre es la esperada. El otro día, por ejemplo, mi mujer hizo un pollo con hierbas de India, aceites y otras hierbas silvestres. Mis hijos, ni tardos ni perezosos, se hicieron de una pata, que devoraron. Mi mujer y yo estábamos asombrados, pues había valido la pena todo el tiempo invertido. Casi al final, mi mujer preguntó a mi hijo qué le había parecido. Mi hijo, sin titubeos, contestó: mamá, esto está delicioso, sabe igualito al de Kentucky Fried Chicken.
Mi mujer permaneció un instante con los dientes apretados, mirando a mi hijo todavía con la pata izada en una mano. Luego me volteó a ver a mí, pero yo me hice como que no había escuchado nada. Ni siquiera fui capaz de levantar la vista, no fuera a ser que se desquitara conmigo.

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