lunes, 21 de julio de 2014

Verónica Murguía
El disgusto nuestro de cada día
Soy vecina de la delegación Benito Juárez. Una delegación que, como todas las de esta ciudad, está gobernada por gente que ni muerta cumple sus promesas de campaña o trabaja como Dios manda. Durante los más de veinte años que he vivido en estos rumbos, sólo he tenido confianza en uno de los delegados y aun él, Ricardo Pascoe, tomó decisiones que me resultaron inexplicables. Aunque nada como el PAN. Y sigue la mata dando.
Llevo más de diez años viviendo con un edificio en construcción situado en la misma cuadra. No son ni la misma construcción, ni la misma cuadra. Me he mudado, pero para escapar del polvo, los martillazos, los cobertizos, las banquetas destruidas y los camiones con revolvedoras de cemento, tendría que irme a Mérida.
He atestiguado cómo en estos años se han derribado casas donde vivía una sola familia para construir multifamiliares que dejan sin agua a los vecinos; he visto agujeros misteriosos y profundos abrirse en esta misma calle donde escribo y que meses después, a unos metros de donde estaba el abismo, se levante un centro comercial y un condominio de lujo.
En las colonias de esta sufrida delegación –sólo hay que recordar las obras de la línea doce del Metro– no hay basureros. En los parques hay, a veces, pequeñas latas adosadas a tubos que hacen las veces de botes de basura, en las que caben, si uno tiene paciencia y anda corto de asco, dos pañales desechables, tres bolsas vacías de papas fritas, un klínex usado y un tetrapack. Antes yo vivía frente al parque de San Lorenzo Tlacoquemécatl. Es un parque armonioso, presidido por una capilla colonial diminuta que se las arregla para ser monumental, quizás gracias a su belleza. Cerca del atrio había un contenedor de basura que los vecinos aprovechábamos cuando no coincidíamos con el camión, hasta el día en el que apareció un letrero que nos lo prohibía.
Era natural. Los jardineros, mal pagados y muchas veces sin agua corriente en su cuartelito, necesitaban el espacio para la basura vegetal, las hojas, ramas y flores secas. Pero las autoridades jamás nos ofrecieron alternativa alguna y una tarde, unos policías que nunca habíamos visto emboscaron a una vecina que estaba a punto de deshacerse de una bolsa de súper llena de posos de café, cáscaras de huevo y naranjas exprimidas.
–Señora, no puede dejar allí su basura.
–Pues aquí la he dejado siempre.
–Si la pone allí nos la vamos a llevar a la delegación.
La vecina, con todo y la basura, salió como rayo. Nunca supimos si fue una broma, pero por si las moscas, no volvimos a dejar nada en el contenedor.
Todo esto que cuento puede ser sazonado con historias verídicas de esquinas peligrosas, calles inundadas, semáforos descompuestos, baches, peseros demenciales y el añadido reciente del Party Bus, un camión que, debido al embotellamiento perenne que se estaciona frente a mi casa, me pone en las narices a un montón de personas que bailan y gritan y no me permiten rabiar en paz mientras veo el noticiero.
Rabiar. Esa es la palabra clave.
Desde el día ominoso en el que Enrique Peña asumió el cargo y nos mostró la cara verdadera del nuevo PRI, al PAN se le comenzó a resquebrajar la máscara. Lo que siempre intuimos –y algunos sabíamos– se muestra hoy con descaro: es un partido donde militan mochos corruptos, misóginos, ¡neonazis!, amigos de narcotraficantes y rateros que se van de viaje con el dinero de nuestros impuestos. Hoy, varios panistas que dizque trabajaban en la delegación en la que vivo, están presos en Brasil después de vejar a una mujer y golpear a su marido.
Cada viaje de los señores, según un reportaje de Francisco Ortiz Pinchetti, costó 160 mil pesos, es decir, un poco más de 78 sueldos mínimos del Distrito Federal. Y esos son salarios pagados con nuestros impuestos.
A mí me daría gusto pagar los que Hacienda me exige, si estuviera segura de que ese dinero no va a ir a parar a los bolsillos de gente como Rafael Miguel Medina Pederzinni y Sergio Israel Eguren Cornejo, los exfuncionarios encarcelados, además sospechosos de fraude. Pero a sus bolsillos fue a dar el dinero del erario. Y esta noticia se añade a las fotos de los neonazis panistas de Jalisco, entre los que hay algunos esperpentos que posan con flecos hitlerianos.
Si lo ridículo fuera equivalente a inofensivo sólo me daría risa, pero ya Felipe Calderón nos enseñó que se puede ser peligroso y bufonesco al mismo tiempo.

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