domingo, 23 de marzo de 2014

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Calderón, sus montajes
No me toques, estoy endemoniado. No puedo
dormir porque los condenados incendian mi cama…

Julio Inverso, Baile de soñadores
En México hemos padecido una cáfila de expresidentes de la peor ralea y ninguno ha estado preso aunque hayan desangrado el país. Corruptos y de maneras más o menos disimuladas vinculados a diversas formas de delincuencia, demagogos o simplemente imbéciles los presidentes mexicanos han dejado sexenales herencias lamentables. Allí los casos más sonados de crueldad reciente, como el 1968 de Díaz Ordaz, o las tarascadas represivas de Luis Echeverría; la carrera delictiva de simios como Arturo Durazo bajo las protectoras alas de cuervo de José López Portillo, las atrocidades de guerra sucia y asesinato selectivo durante los grises años de De la Madrid y Salinas, masacres como Acteal y Aguas Blancas cuando hizo que gobernaba Ernesto Zedillo; ahí la bestial escalada de violencia durante la gestión lamentable del burdo Fox… Pero ni en la Decena Trágica murió tanta gente de maneras cruentas como durante la desastrosa cabalgata genocida que encabezó ese enano moral que es Felipe Calderón quien, como sabemos hasta la náusea, fue impuesto con un burdo fraude electoral –como Peña ahora que sabemos que efectivamente rebasó topes de campaña en ¡4 mil 599 mil millones!– y le urgía untar de legitimidad inmundicias y asegurar potestades. Su guerra contra el crimen, improvisada para amigarse con Estados Unidos, enardeció la violencia que se venía cocinando a la sorda desde antes. Calderón y sus criados como Genaro García Luna, sabedores de que no iban a poder desarticular de veras grupos criminales, optaron por multiplicar frentes… en televisión. Mientras el país empezaba a consumirse a estallidos y crímenes violentos, Calderón quiso estirar cortedades con montajes televisivos que lesionaron gravemente el tejido social y causaron perniciosas farsas jurídicas (y paradójicamente mediáticas porque terminaron colocando a las instituciones en ridículos inauditos) que además han estado siendo aplastadas en tribunales. El caso más sonado fue, claro, la doble captura de la francesa Florence Cassez y la banda de secuestradores de los Vallarta. Pero ahora sabemos que la tan cacareada muerte del narcotraficante Nazario Moreno fue otra farsa propagandística.
Las detenciones falsas, las confesiones obtenidas con tortura, no se hicieron esperar. Ciudadanos inermes fueron acusados de crímenes terribles, sometidos a procesos infames y crueles… y exhibidos en la tele. En agosto de 2010 la Policía Federal de García Luna presentó a cinco hombres como los sicarios del narcotráfico culpables de un ataque con coche bomba en Ciudad Juárez. Los cinco jóvenes eran residentes de la zona. Fueron acusados, golpeados, torturados para que confesaran lo que no habían hecho, como consigna la nota de Daniela Rea en El Universal (15 de marzo) y casi cuatro años después liberados con un “usted disculpe”. Los cinco están destrozados, como los demuestra la aplicación del correspondiente Protocolo de Estambul.
A principios de 2011, en Ensenada, Baja California, la señora Miriam Isaura López Vargas fue acosada por elementos de la Secretaría de Marina en el retén de Loma Dorada. Envió un correo electrónico de queja a la Sedena y en febrero fue secuestrada por un comando que luego resultó ser de militares. Fue detenida, humillada, torturada –golpeada, violada repetidamente, asfixiada con bolsas de plástico, electrocutada en los genitales– para que se confesara culpable de un crimen, cualquiera, que no cometió. Su caso ha sido tomado por los diputados Ricardo Mejía Berdeja y Ricardo Monreal para obligar a puntos de acuerdo parlamentario en las investigaciones que lleven a reparar, en lo posible, tanto daño a la vida de Miriam. Solamente por cualquiera de esos casos en que las fuerzas armadas que comandó con tanta pompa durante seis larguísimos años violaron derechos de ciudadanos inermes y los torturaron, Calderón y sus secuaces, civiles o uniformados, deberían estar purgando largas condenas. A finales del mismo año el jurista Netzaí Sandoval denunció ante la Fiscalía de la Corte Penal Internacional a Felipe Calderón por actos de lesa humanidad. En respuesta, días después la Presidencia contestó con una bravata en la que afirmaba explorar “alternativas para proceder legalmente”, según afirma la nota de Proceso el 27 de noviembre de 2011, contra “personas que acusan temerariamente […] de abusos y violaciones a los derechos humanos”. El proceso continúa.
Me pregunto si Calderón trabaja en sortear la posibilidad, anhelada por muchos mexicanos, de que termine en la cárcel.

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